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– Sigo sin entenderlo -dijo al fin-. Si había tan poca seguridad, ¿por qué pagar para salir? Tal como lo explicas, podría haber saltado por una ventana y haber echado a correr.

– En teoría. Lo que pasa es que nadie intenta escapar de Kransberg, no sé les ocurre. Son científicos, no prisioneros de guerra. Quieren conseguir un pasaje a la tierra prometida, no huir. A lo mejor él quería el permiso… Ya sabes cómo son con los documentos. Para no «ausentarse sin permiso».

– Era muchísimo dinero para un permiso. De todas formas, ¿de dónde lo sacó?

– No lo sé. Pregúntaselo a él. ¿No era eso lo que querías saber desde el principio?

Jake apartó la vista de la fotografía.

– No, quería saber por qué mataron a Tully. Por lo que dices, podría haber cientos de motivos.

– Puede -dijo Bernie, despacio-. O puede que sólo uno.

– ¿Porque un hombre firmó un trozo de papel?

Bernie volvió a extender las manos.

– Podría ser una coincidencia, o podría estar relacionado. Un hombre sale de Kransberg y se dirige a Berlín. Una semana después, el hombre que lo sacó de allí viene a Berlín y aparece muerto. Yo no creo en las coincidencias, tiene que estar relacionado. Si sumas dos más dos…

– Conozco a ese hombre, no ha matado a nadie.

– ¿No? Pues a mí me encantaría oír su versión. Pregúntale por la medalla de las SS, de paso, puesto que lo conoces tan bien. -Se acercó al piano-. De todas formas, es tu única pista, y ni siquiera tendrás que salir a buscarlo, él acudirá a ti.

– Todavía no ha aparecido.

– ¿Usted sabe dónde está? -le preguntó a Lena, que había vuelto a desplomarse en la banqueta y miraba al suelo.

– Tal vez su padre lo sepa.

– Pues prepárese. Aparecerá. Aunque a lo mejor preferirías que no fuera así -le dijo a Jake-. Sería algo embarazoso, pensándolo bien.

– Pero ¿qué te ha picado? -espetó Jake, molesto por su tono.

– No me gusta alojar a nazis en hoteles, sólo eso.

– El no lo hizo -repuso Jake.

– A lo mejor no, o a lo mejor tú ya no quieres sumar. Haz los cálculos. Dos más dos. -Recogió los expedientes del piano-. Llego tarde. Frau Brandt -dijo, y le dirigió un gesto cortés que se convirtió en una despedida. Se volvió hacia Jake-: Hay relación.

Había cruzado ya media sala cuando Jake lo detuvo.

– ¿Bernie? Prueba con esto. Dos más dos. Tully viene a Berlín, pero el único a quien sabemos que venía a ver eres tú.

Bernie se quedó callado unos instantes.

– ¿Qué quieres decir?

– Que los números mienten.

Cuando Bernie se fue, la sala quedó tan silenciosa y con tan poco oxígeno como un tubo de vacío. El único movimiento era el tictac del reloj del pasillo.

– No le hagas caso -dijo Jake-. Le gusta hablar con dureza, enfurecerse.

Lena no dijo nada. Se levantó y fue a la ventana, cruzó los brazos en el pecho y miró fuera.

– Así que ahora todos somos nazis.

– Es sólo Bernie. Para él todo el mundo es nazi.

– ¿Será diferente en Estados Unidos? Tu novia alemana. «¿También ella fue nazi?» Así me mira él, y es amigo tuyo. Frau Brandt -dijo, imitándolo.

– Es sólo él.

– No, soy Frau Brandt. Por un momento lo había olvidado. -Se volvió para mirarlo-. Ahora es otra vez como antes. Somos tres.

– No. Dos.

Lena sonrió débilmente.

– Sí, ha sido bonito. Deberíamos irnos, ya ha parado de llover.

– No le quieres -dijo él, una pregunta.

– Quererlo… -repuso ella. Se volvió hacia el piano-. Apenas lo veía. Siempre estaba fuera. Además, después de Peter todo cambió. Era más fácil no vernos. -Apartó la mirada-. Pero tampoco lo enviaré a la cárcel. No puedes pedirme eso.

– No lo estoy haciendo.

– Sí. Soy el señuelo, ¿no es eso lo que ha dicho? He visto tu expresión de policía. Todas esas preguntas.

– No va a ir a la cárcel. No ha matado a nadie.

– ¿Cómo lo sabes? Yo lo he hecho.

– Eso es diferente.

– A lo mejor también para él fue diferente.

Jake la miró.

– Lena, ¿qué sucede? Sabes que no lo ha hecho.

– ¿Crees que a ellos les importa? ¿Un alemán? Nos culpan de todo. -Calló y apartó otra vez la mirada-. No lo enviaré a la cárcel.

Jake se acercó y, con un dedo, le volvió el rostro para que lo mirara.

– ¿De verdad crees que yo te pediría algo así?

Lena se apartó.

– Yo ya no sé nada. ¿Por qué no podemos dejarlo todo como está?

– Porque las cosas están así -repuso él con calma-. Ahora deja de preocuparte. Todo saldrá bien, pero tenemos que encontrarlo. Antes que ellos. ¿Eso lo comprendes?

Asintió.

– ¿De verdad acudiría a su padre? Has dicho que no se hablaban.

– Pero no tiene a nadie más. Vino a buscarlo, ¿comprendes?, aun después de todo. Así que…

– ¿Tú dónde estabas? ¿En Pariserstrasse?

Lena negó con la cabeza.

– Ya lo habían bombardeado. En el hospital. Dijo que lo esperara allí, pero luego no consiguió entrar.

– De modo que no sabrá dónde buscarte. Probará con su padre.

– Sí, eso creo.

– ¿Alguien más? Frau Dzuris no lo había visto.

– ¿Frau Dzuris?

– Fue a quien acudí yo, ¿recuerdas? No eres fácil de encontrar. -Se interrumpió-. Espera un momento. Dijo que había ido a verla un soldado. A lo mejor para eso vino Tully, para buscarte.

– ¿A mí?

– A Emil. Para obligarlo a volver. Eso explicaría por qué quería ver también a Bernie, para buscarte en los Fragebogen del departamento de Bernie. A lo mejor creyó que encontraría el tuyo. Sólo que tú no rellenaste ninguno. ¿Por qué no, por cierto?

Lena se encogió de hombros.

– ¿La esposa de un miembro del partido? Me habrían puesto a trabajar en los escombros, y no podía, estaba demasiado débil. Además, ¿para qué? ¿Por una cartilla de raciones V? Eso ya lo tenía con Hannelore.

– Pero Tully no podía saberlo. Yo no lo sabía. Así que quería comprobarlo.

– Si es que me estaba buscando.

– Tiene sentido. Encontrar a Emil lo habría librado de muchísimas complicaciones.

– Pero si ya había pagado…

Jake sacudió la cabeza.

– Bernie se equivoca. El dinero no era de Emil, en Francfort no abundan los marcos rusos. Lo consiguió en Berlín.

– Entonces, ¿por qué lo dejó salir?

– Eso es lo que quiero preguntarle a Emil.

– Ya vuelves a ser un policía.

– Un reportero. Bernie lleva razón en una cosa. Emil es la única pista que tengo. Tiene que haber alguna relación… sólo que no la que el cree.

– Quiere buscarte problemas a Emil. Es evidente. ¿Tan importante es ese soldado? ¿Quién era?

– Nadie. Sólo una historia. Antes, al menos. Ahora ya es otra cosa. Si de verdad quieres evitarle problemas a Emil, será mejor que descubramos quién mató a Tully.

Lena asimiló la información con tristeza. Se acercó al fonógrafo y tocó uno de los discos como si esperase que la música empezara a sonar otra vez.

– Hace un rato nos íbamos a África.

Jake se le acercó y le tocó el hombro.

– Nada ha cambiado.

– No. Sólo que ahora tú eres policía y yo un señuelo.

9

Al día siguiente volvía a hacer calor. Berlín era literalmente un baño de vapor. La lluvia había limpiado el polvo del aire y el aire que ascendía en volutas sobre las ruinas mojadas intensificaba el hedor. El padre de Emil vivía en Charlottenburg, a unas cuantas calles del palacio, en lo que quedaba de un edificio modernista con apartamentos divididos en habitaciones para familias desahuciadas por las bombas. La calle seguía llena de escombros, así que tuvieron que dejar el jeep en Schloss Strasse y avanzar como pudieron por un sendero salpicado de postes con números de edificios plantados a modo de indicadores entre los restos de mampostería. Cuando llegaron, estaban sudando. El profesor Brandt, sin embargo, vestía un traje, con el cuello alto y almidonado de la época de Weimar, envarado aun en aquel calor que hacía languidecer. Su estatura dejó a Jake atónito. Emil no era tan alto como Jake, pero el profesor Brandt le sacaba un buen palmo. Era tan alto que, al besar a Lena en la mejilla, se inclinó por la cintura como en una reverencia oficial.