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¿Quién habría autorizado a Emil?

– Con el ejército nunca se sabe. Guardan registros de todo menos de lo que es útil, pero tiene que haber alguna clase de manifiesto. De cualquier forma, sólo era una ocurrencia.

– Pues sigue pensando un poco más -dijo Jake-. ¿Cómo entraría aquí un alemán?

– ¿Cómo entra cualquier persona? Con transporte militar. Tendría que conseguir que lo llevaran. El transporte civil no existe. Supongo que podría intentarlo en bicicleta, si no le importara que los rusos lo echaran de la carretera. Tengo entendido que lo hacen por diversión.

– Sí-dijo Lena.

Brian la miró sorprendido al ver que seguía la conversación.

– ¿Tienes en mente a alguien en concreto? -preguntó.

– Un amigo mío -contestó Jake enseguida, antes de que Lena pudiera decir nada-. Hace más de una semana que debería haber llegado.

– Bueno, no es nada raro. ¿Tienes idea de lo que son las cosas ahí fuera? -Hizo un amplio gesto con la mano que abarcó el espacio oscuro de más allá de la ciudad-. El caos. Un maldito y absoluto caos. ¿Has visto las Autobahnen? Refugiados que van en una dirección y en otra. Polacos que regresan a casa. Buena suerte para ellos. Duermen donde pueden. Tu amigo estará seguramente en algún pajar, frotándose los pies.

– Un pajar.

– Bueno, algo de colorido local. Yo no me preocuparía, aparecerá.

– Pero si llegó en avión… -dijo Jake, aún reflexionando.

– ¿Un alemán? Para eso tendría que mover unos hilos muy gordos. De todas formas, estaría aquí, ¿no?

Jake suspiró.

– Sí, estaría aquí.

Miró al gentío, cada vez menos numeroso, como si Emil pudiera aparecer de pronto paseando por la Ku'damm.

– En fin, tengo una copa esperando. Fräulein. -Le hizo un ademán a Lena-. Y tú cuídate de las casas con peligro de derrumbe -añadió, guiñándole el ojo-. Ya has tentado una vez a la suerte. Una maravilla cómo ganamos el partido, ¿no te parece?

– Una maravilla -repuso Jake con una sonrisa.

– Otra cosa, por cierto. ¿Qué está tramando el Honorable?

– ¿Por qué iba a estar tramando nada?

– Sigue aquí. No sé, los peces gordos suelen hacer visitas relámpago. No es que yo se lo eche en cara. El Honorable, sin embargo, se queda, se queda. Pica la curiosidad, ¿no?

Jake lo miró.

– ¿Sí?

– ¿A mí? No, pero sí a Tommy Ottinger. Dice que no es más que un enviado de Tinturas de Estados Unidos.

– ¿Y qué?

– Pues que Tommy se vuelve a casa, y yo no soporto ver cómo se desperdicia un buen artículo. A lo mejor te apetece investigarlo un poco. Bueno, si encuentras tiempo. -Otra rauda mirada a Lena.

– ¿Ahora Tommy regala historias?

– Ya conoces a Tommy. Unas copas y te cuenta lo que sea. Se trata de un asunto estrictamente americano, claro, así que a mí no me vale. De todas formas, viene con propina. Debo admitir que me atrae la idea de pillar al Honorable con las manos en la masa.

– ¿Con las manos en qué masa?

– Bueno, Tommy cree que podría ir tras una reparación particular. Un pellizco para Tinturas de Estados Unidos. Lo cual, a su modo de ver, es también muy bueno para el país, de modo que en realidad se trata de un saqueo patriótico. En Potsdam se les llena la boca hablando de reparaciones de guerra y, mientras, están dejando esto limpio.

– Creía que eran los rusos quienes lo estaban limpiando.

– Y no vuestros elegantes muchachos americanos. Todos ellos jugadores de fútbol, si ha de creer uno lo que ve en las películas. No, la jugada es la siguiente: los rusos no saben qué llevarse, se limitan a recoger grupos electrógenos y todo lo que brille y encomendarse a la suerte. Los Aliados, sin embargo… Oh, sí, también nosotros lo hacemos, que Dios nos bendiga… Pero nuestro caso es algo diferente. Tenemos expertos, unidades técnicas por todo el país que van arramblando con lo que vale la pena. Planos. Fórmulas. Documentos de investigación. Se diría que van tras los cerebros. Tú estuviste en Nordhausen. De allí se llevaron todos los documentos: catorce toneladas de papel. Cuesta creerlo. Y, claro, nadie lo cree, porque nadie puede investigar esa historia. En cuanto te acercas, puf, desaparece. Información confidencial. Fantasmas. Ahí va una idea: a lo mejor deberíamos darle una oportunidad a madame Arcati, puede que ella llegue a alguna parte.

Se detuvo con expresión de seriedad.

– Eso es lo que yo investigaría, Jake. Esa sí que es una historia de verdad, y nadie la tiene… Sólo se ve un atisbo de vez en cuando. Los rusos se alborotan y nos ladran: «¡Vosotros secuestrasteis a los ingenieros de la Zeiss!». Claro que luego se dan media vuelta y hacen lo mismo. Supongo que la cosa seguirá así hasta que no quede nada que robar. Reparaciones de guerra. Eso es lo que investigaría yo.

– ¿Por qué no lo haces?

– No tengo piernas para eso. Ya no. Tiene que ser alguien joven a quien no le importe meterse en jaleos.

– ¿Por qué Breimer? -preguntó Jake-. ¿Qué te hace pensar que está haciendo algo más que dar discursos estúpidos?

– Bueno, por el tipo del estadio, para empezar. ¿Te acuerdas? Uña y carne. Está en una de las unidades técnicas.

– ¿Cómo lo sabes?

– Lo he preguntado -contestó Brian, levantando una ceja.

Jake lo miró fijamente y luego sonrió.

– No se te escapa ni una, ¿eh?

– No mucho -repuso él, y le devolvió la sonrisa-. Bueno, me largo. Tienes a una joven cansada esperando para volver a casa y aquí estoy yo, que no dejo de decir disparates. Fräulein. -Volvió a dedicarle una inclinación de cabeza a Lena y luego se dirigió a Jake-: Piénsatelo, ¿quieres? Me encantaría volver a verte trabajar.

Jake rodeó a Lena con el brazo y juntos caminaron hacia Olivaerplatz, lejos de los transeúntes y de los jeeps ocasionales. A la luz de la luna, los tejados quebrados de los edificios se distinguían contra el cielo, irregulares, como trazos puntiagudos de letra gótica.

– ¿Es cierto lo que ha dicho? ¿Lo de los científicos? ¿También van tras el cerebro de Emil?

– Éso depende de lo que sepa -repuso él con una evasiva, y luego asintió con la cabeza-. Sí.

– También ellos. Todo el mundo quiere encontrar a Emil.

– Debe de haber huido -dijo Jake, todavía pensando-. Nadie sale a pie de Francfort. Así que, o bien no ha llegado todavía, o está escondido en alguna parte.

– ¿Por qué tendría que esconderse?

– Ha muerto un hombre. Si se vio con él…

– El policía otra vez.

– O consiguió un transporte. Ya lo había hecho antes.

– Cuando vino a buscarme, quieres decir.

– Con las SS. Eso es un transporte.

– No era de las SS.

– Vino con ellos. Su padre me lo ha explicado.

– Oh, ese hombre diría cualquier cosa. Qué amargura. Pensar que la única familia que me queda es un hombre así. Echar a su propio hijo como lo hizo…

– Ya no es un niño.

– Pero las SS… ¿Emil?

– ¿Por qué iba a mentir, Lena? -preguntó Jake con dulzura, mirándola-. Tiene razón.

Volvió la cara para no enfrentarse a él.

– Tiene razón. Siempre tiene razón.

– Pero le tienes cariño, me he dado cuenta.

– Me da lástima. Ya no le queda nada, ni siquiera su trabajo. Dimitió cuando despidieron a los judíos. Fue entonces cuando empezaron las peleas con Emil. Y tenía razón, pero ya ves ahora.

– ¿De qué daba clases?

– De matemáticas. Como Emil. En el Instituto decían que era su Bach, porque había pasado el don, ¿sabes? Eran iguales. Los dos profesores Brandt. Después sólo uno.

– A lo mejor también Emil debería haber dimitido.

Lena caminó un rato sin contestar nada a eso.

– Es fácil decirlo ahora, pero entonces… ¿Quién sabía que iba a terminar? A veces parecía que los nazis estarían aquí para siempre. Era el mundo en el que vivíamos, ¿puedes entenderlo?