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Tommy meneó la cabeza.

– Es una historia de Washington. -Levantó la mirada-. Mía, por cierto. Destaparé a ese hijo de puta aunque tenga que revisar todas las patentes yo mismo. Es la leche. Cómo enriquecerse más y más.

– ¿Cómo lo hacen?

– ¿Quieres que te lo cuente? Sociedades de cartera. Licencias. Un jodido laberinto de papelorio. La mayoría de las veces ni siquiera sus abogados saben desentrañarlo. Tinturas y Productos Químicos de Estados Unidos. Ya sabes que estaban ahí con Farben -explicó, y levantó dos dedos cruzados-. Antes de la guerra. También durante la guerra. Se comparten las patentes y una mano lava a la otra. Sólo que, cuando hay una guerra en marcha, no se hacen negocios con una empresa del enemigo. Da mala imagen. Así que el dinero se paga en otro lugar: en Suiza, a una empresa diferente. Nada que ver contigo, salvo, qué curioso, que en la junta directiva se sientan los mismos. Así cobras gane quien gane.

– No es muy bonito -dijo Jake-. ¿Puedes demostrarlo?

– No, pero lo sé.

– ¿Cómo?

– Porque soy un gran periodista -dijo Tommy tocándose la nariz, después miró al interior de su vaso-. Si logro aclararme entre tanto papel. Debería ser sencillo descubrir quién es el dueño de algo, ¿verdad? Pues esta vez no. Está todo confuso, tal como les gusta. Pero yo lo sé. ¿Te acuerdas de Blaustein, el del cartel? Farben era su criaturita. Dijo que me echaría una mano. Está todo allí, en Washington, en algún lugar. Sólo hay que echarle mano al documento adecuado. Claro que hay que querer encontrarlo -dijo al tiempo que levantaba su vaso en dirección a sus colegas, que atestaban la bulliciosa sala bailando con las soldados del Cuerpo Femenino.

– Entonces, ¿qué está haciendo Breimer en Berlín?

– Cerrar acuerdos tácticos para agilizar las cosas. Ayudar a sus viejos amigos. Aunque no está avanzando mucho. -Sonrió-. Hay que entregárselo a Blaustein. Si haces suficiente ruido, al final alguien se para a escucharte. Joder, incluso nosotros prestamos atención de vez en cuando. Por eso ahora nadie quiere acercarse a Farben, apesta demasiado. El GM ha establecido un tribunal especial sólo para ellos. Y los pillarán bien: están de crímenes de guerra hasta el cuello. Ni siquiera Breimer podrá quitárselos de encima. Intenta desprestigiar el programa de desnazificación con todos esos discursos que da, pero ni siquiera eso le servirá de nada esta vez. Todo el mundo sabe lo de Farben. Joder, pero si construyeron una planta en Auschwitz. ¿Quién va a arriesgarse por gente así?

– ¿Ya está? ¿Discursos? -soltó Jake, que empezaba a tener la sensación de que, al final, a lo mejor Ron tenía razón y Tommy estaba con lo mismo de siempre, sin tocar con los pies en el suelo. ¿Qué otra cosa podía estar haciendo Breimer?

– Bueno, hace lo que puede. Los discursos son una parte. Nadie está muy seguro de qué significa eso de la desnazificación. ¿Dónde está el límite? Así que él sigue arremetiendo contra el tema y dentro de nada todo el mundo tendrá las cosas mucho menos claras. La gente quiere irse a casa, no descubrir nazis, que es justamente lo que espera Tinturas de Estados Unidos, para que sus amigos puedan volver a trabajar. Pero no todos están en la cárcel. Según tengo entendido, les está ofreciendo contratos de trabajo.

Jake levantó la cabeza.

– ¿Contratos de trabajo?

– Las patentes ya las tienen, ahora quieren conseguir personal. Nadie quiere quedarse en Alemania. De cualquier forma, seguramente todo esto acabará siendo comunista, ¿qué haremos entonces? Ahora el problema es hacerlos entrar. El Departamento de Estado ha tomado la curiosa decisión de no expedir visados a los nazis, pero, puesto que todo el mundo fue nazi y, aun así, el ejército los quiere, la única manera de entrar es encontrar un avalista. Alguien que pueda decir que resultaron fundamentales para sus operaciones.

– Como Tinturas de Estados Unidos.

Tommy asintió.

– Y tendrán los contratos del Departamento de Guerra para demostrarlo. El ejército se queda con los lumbreras y Tinturas de Estados Unidos consigue un buen contrato para ponerlos a trabajar. Todo el mundo contento.

– ¿Estamos hablando de gente de Farben? ¿Químicos?

– Por supuesto. Serían trabajadores perfectos para Tinturas de Estados Unidos. Hablé con uno. Quería saber cómo era Utica.

– ¿Alguien más, que no sea de Farben?

– Podría ser. Mira, piénsalo así: Tinturas de Estados Unidos hará todo lo que quiera el ejército, su negocio es el ejército. El ejército quiere un experto en túneles aerodinámicos, pues ellos se lo encuentran, sobre todo si el ejército les consigue una concesión para un túnel aerodinámico. Ya sabes cómo funciona eso. La historia de siempre.

– Sí, con un nuevo elemento, trabajos para nazis.

– Eso depende de lo mucho que apesten los informes. Nadie va a buscarle trabajo a Goering. Sin embargo, la mayoría se limitaron a agachar la cabeza. Fueron nazis sobre el papel. Qué demonios, éste era un país nazi. Y lo cierto es que son buenos, ésa es la cuestión. Los mejores del mundo. Si hablas con los de las unidades técnicas, se les ponen los ojitos soñadores sólo con pensar en ellos. Como si en realidad hablaran de coñitos. Ciencia alemana. -Meneó la cabeza y echó otro trago-. Este país es la leche, si lo piensas. No tienen recursos. Lo han sacado todo de laboratorios. Goma. Combustible. Lo único que tenían era carbón, y mira lo que han conseguido.

– Casi -repuso Jake-. Míralo ahora.

Tommy esbozó una sonrisa triste.

– Bueno, no he dicho que estuvieran bien de la cabeza. ¿Qué clase de gente seguiría a Hitler?

– Frau Dzuris -se dijo Jake.

– ¿Quién?

– Nadie, pensaba en voz alta. Oye, Tommy -comentó con aire sombrío-. ¿Has oído comentar que una gran cantidad de dinero cambiara de manos?

– ¿Para los alemanes? ¿Me estás tomando el pelo? No hace falta sobornarlos, están deseando marcharse. ¿Qué les queda aquí? ¿Has visto últimamente alguna planta química con un cartel de «Se necesita personal»?

– Y, mientras tanto, Breimer los va reclutando.

– A lo mejor, un poco por su cuenta. Es de los que no saben estarse quietos. -Levantó la vista del vaso-. ¿Por qué te interesa?

– Tendrá muchísimo dinero para repartir por ahí -dijo Jake sin responder-. Si quería algo…

– Hmmm -repuso Tommy, mirándolo de reojo-. ¿Adonde quieres ir a parar?

– A ningún sitio. De verdad. Estoy curioseando.

– ¿Y eso por qué? Te conozco. Farben no te importa una mierda, ¿verdad?

– No. No te preocupes, la historia es toda tuya.

– Entonces, ¿por qué me estás sonsacando?

– No sé. La fuerza de la costumbre. Mi madre decía que, siempre que se escucha, se aprende algo.

Tommy se echó a reír.

– Tú no tuviste madre -dijo-. No puede ser.

– Claro que sí. Incluso Breimer tiene una -bromeó Jake-. Seguro que está muy orgullosa.

– Sí, y él sería capaz de venderla si le dejas el dinero a cuenta. -Dejó el vaso en la mesa-. Seguramente es la presidenta de su condenado club de campo y, mientras, su chico va acumulando sobres de Tinturas de Estados Unidos. Qué gran país.

– Como ningún otro -repuso Jake con ligereza.

– Estoy impaciente por volver y destapar todo este embrollo. Oye, hazme un favor. Si tropiezas con alguna información sobre Breimer, dímelo, ¿quieres? Ya que estás curioseando…

– Serás el primero en saberlo.

– Y no me llames a cobro revertido, joder, que me debes una.

Jake sonrió.

– Te voy a echar de menos, Tommy.

– A mí y a Muelas Podridas. ¿Qué narices se propone ahora? -dijo, inclinando la cabeza hacia el redoble que procedía de la banda.

Ron estaba de pie frente al grupo con un vaso en la mano.

– Atención, por favor, no puede haber una fiesta sin brindis.

– ¡Brindis! ¡Brindis! -Gritos en toda la sala, seguidos de un coro de llaves repiqueteando contra los vasos.