– Ven aquí, Tommy.
Gruñidos y silbidos, el simpático alboroto de una fiesta de hermandad. La gente no tardaría mucho en hacer equilibrios con el vaso sobre la cabeza. Ron empezó a decir algo sobre el más excelso grupo de reporteros con el que había trabajado jamás y después sonrió mientras el público lo hacía callar a gritos, alzó la mano y finalmente acabó levantando el vaso con un «Buena suerte». Algunos aviones de papel amarillo para máquina de escribir volaron desde la concurrencia y aterrizaron en la cabeza de Ron, que tuvo que agacharse, riendo.
– ¡Que hable! ¡Que hable!
– Que os den por culo -dijo Tommy, acertando en el tono, y el público estalló una vez más en silbidos.
– Vamos, Tommy, ¿qué tienes que decir? -Una voz junto a Jake: Benson, de Stars and Stripes, afónico de tanto gritar.
Tommy sonrió y alzó su vaso.
– En esta ocasión histórica…
– ¡Anda ya!
Abucheos y otro avión de papel que salió volando.
– Bebamos por la navegación libre y no restringida de todas las vías fluviales internacionales.
Para sorpresa de Jake, el público enloqueció y prorrumpió en alaridos de risa seguidos de proclamas de «¡Por las vías fluviales navegables! ¡Por las vías fluviales navegables!». Tommy vació su vaso y la banda empezó a tocar otra vez.
– ¿Qué broma es ésa? -le preguntó Jake a Benson.
– La gran ocurrencia de Truman en la conferencia. Dicen que la cara que se le quedó al tío Stalin valía un millón de pavos.
– Me tomas el pelo.
– Qué va. De verdad insistió en que fuera uno de los puntos del día.
– Pensaba que las sesiones eran secretas.
– Esa fue demasiado buena para mantenerla en secreto. Se produjeron algo así como cinco filtraciones en cuestión de cinco minutos. ¿Dónde has estado?
– Ocupado.
– No hubo quien se lo quitara de la cabeza. El camino hacia una paz duradera. -Se echó a reír-. Abrir el Danubio.
– ¿Supongo que no llegaría al acuerdo final?
– ¿Estás loco? Fingieron que no había ocurrido. Como un pedo en una iglesia. -Miró a Jake-. ¿Ocupado en qué?
Después del brindis, la fiesta se alborotó aún más, el escándalo de la música constante y las voces que cada vez gritaban a mayor volumen siguió incrementándose hasta que al final se convirtió en un único sonido penetrante, como el vapor que sale silbando de una válvula. A nadie parecía importarle. Las enfermeras estaban muy solicitadas en la pista de baile, pero el bullicio tenía ese timbre masculino de todas las fiestas de la ocupación, casi como una despedida de soltero, porque las normas de no confraternización confinaban a las chicas civiles al mundo de sombras de los clubs de la Ku'damm y los manoseos entre las ruinas. Liz llamó a Jake desde la pista y le pidió con gestos que fuera a bailar con ella, pero él declinó con una imitación de saludo militar y se fue a la barra. Un cuarto de hora más, por cortesía, y volvería a casa con Lena.
La sala entera daba saltos, como si todo el mundo estuviese bailando, excepto los jugadores de póquer del rincón, cuyo único movimiento era el de ir dejando metódicamente cartas sobre la mesa. Jake miró al final de la barra y sonrió. Otro reducto de tranquilidad. Muller tenía cara de estar allí a regañadientes. Era más que nunca la viva imagen del juez Harvey: pelo canoso, sobrio, como un vigilante en un baile de instituto.
Jake recibió un codazo y sintió que la cerveza se le derramaba por la manga. Se apartó de la barra para dar una última vuelta por la sala. Oyó carcajadas procedentes de un grupito: Tommy volvía a las andadas. En la pared, cerca de la puerta, había un tablón de corcho repleto de hojas de noticias clavadas con chinchetas y titulares fuera de contexto. Allí estaba su artículo sobre Potsdam; los márgenes, como los de todos los demás, estaban llenos de comentarios garabateados en clave. NETMA, no es tu mejor artículo. Una pieza sobre la salida de Churchill de la conferencia. DEO, digno de la edad de oro. Los acrónimos encomiosos del centro de prensa, tan crípticos y burlones como las contraseñas de un club de colegiales. Cómo había pasado la guerra.
– ¿Admirando tu obra?
Jake se volvió y se encontró con Muller. Su uniforme del ejército seguía bien almidonado en aquella sala sudorosa.
– ¿Qué significa, por cierto? -preguntó el coronel señalando a los garabatos.
– Son comentarios, en siglas. UDM -dijo Jake-. Uno de los mejores. NETMA, no es tu mejor artículo. Cosas así.
– Tienen ustedes más siglas que en el ejército.
– Aún tiene que llover mucho para eso.
– La única que no dejo de oír últimamente es JRO: joderos, he recibido las órdenes. De volver a casa -explicó, como si Jake no lo hubiera entendido-. Supongo que también usted regresará pronto, ahora que Potsdam ha concluido.
– No, todavía no. Sigo trabajando en algo.
Muller se lo quedó mirando.
– Es cierto. El mercado negro. Lo vi en Collier's. ¿Hay más?
Jake se encogió de hombros.
– Verá, cada vez que sale un artículo así, alguno de nosotros acaba con un día extra de trabajo para explicarlo.
– A lo mejor lo que deberían hacer es acabar con el mercado.
– Lo intentamos, aunque no lo crea.
– ¿Cómo?
Muller sonrió.
– Como lo hacemos todo. Con nuevas regulaciones, aunque incluso en regular se tarda.
– Sobre todo si parte de quienes tienen que hacerlo también envían dinero a casa.
Muller le lanzó una mirada hiriente, pero luego se contuvo.
– Venga a fumar un cigarrillo -dijo, una orden discreta.
Jake salió tras él. Una hilera de jeeps se extendía a lo largo de la polvorienta explanada de Argentinischeallee, pero, por lo demás, la calle estaba desierta.
– Ha estado muy ocupado -dijo Muller mientras le pasaba un cigarrillo-. Lo he visto en el noticiario.
– Sí, ¿qué le parece?
– También me han dicho que alguien ha estado preguntando en Francfort por nuestro amigo Tully. ¿Supongo que ha sido usted?
– Se le olvidó comentarme que era un personaje tan pintoresco. Hauptmann Sobornos.
– Meister Sobornos, ya que le tiene usted tanto amor a la exactitud. No es que eso importe. Viene a ser lo mismo. -Otra débil sonrisa-. No era nuestro mejor hombre.
– La fusta es un bonito toque. ¿Llegó a utilizarla?
– Esperemos que no. -Dio una calada-. ¿Ha encontrado lo que buscaba?
– Estoy en ello. No gracias al GM. ¿Quiere decirme por qué ha estado intentando despistarme? Por amor a la exactitud.
– Nadie ha intentado despistarle.
– ¿Y el informe de balística? Faltaba una hoja. Supongo que se traspapeló.
Muller no dijo nada.
– Se lo preguntaré otra vez, ¿por qué estaba intentando despistarme?
Muller suspiró y tiró el cigarrillo al suelo.
– Es muy sencillo. No quiero que escriba ese artículo. ¿Me expreso con suficiente claridad? Algún personaje de los bajos fondos se mete en líos en el mercado negro, y los periódicos se ponen a clamar sobre la corrupción del GM. No necesitamos eso. -Miró a Jake-. Nos gusta limpiar nuestra propia porquería.
– ¿También un asesinato? Con una bala americana.
– También eso -dijo Muller con serenidad-. No sé si sabrá que tenemos una División de Investigación Criminal. Saben hacer su trabajo.
– Mantenerlo en secreto, quiere decir.
– No, llegar al fondo del asunto… sin escándalos. Vuelva a casa, Geismar -dijo con desaliento.
– No.
Muller alzó la vista, asombrado ante una respuesta tan brusca.
– Podría obligarle. Está aquí con un permiso, igual que los demás.
– No hará nada semejante. Soy un héroe, salgo en las películas. No querrá expulsarme de la ciudad justo ahora. ¿Qué impresión daría?