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– ¿De quiénes?

– De los que siguen luchando en la guerra y buscando nazis. No pierdas el tiempo con eso. No me importa que fuera el mejor amigo de Hitler. Lo que queremos saber es lo que tiene aquí -dijo, y se llevó un dedo a la sien.

Un eco de otra conversación a la mesa de la cena.

– Una pregunta más -dijo Jake-. La primera vez que te vi, fuiste a recoger a Breimer. Gelferstrasse, dieciséis de julio. ¿Te suena? ¿Adonde fuisteis?

Shaeffer lo miró y apretó los labios.

– No me acuerdo.

– Esa noche mataron a Tully… Veo que te suena el nombre.

– Me suena, sí -dijo Shaeffer, despacio-. De la DSP de Kransberg. ¿Y qué?

– Pues que está muerto.

– Eso tengo entendido. Que se pudra, si quieres saber mi opinión.

– ¿No quieres saber quién lo hizo?

– ¿Por qué? ¿Para darle una medalla? Sólo le evitó a otra persona tener que hacerlo. Ese tipo no era buena gente.

– Sacó a Emil Brandt de Kransberg, pero eso no te interesa.

– ¿Tully? -preguntó Liz-. ¿El hombre que encontramos?

Jake la miró, sorprendido por su interrupción, y luego miró a Shaeffer: un momento incómodo, porque entonces pensó que a lo mejor Shaeffer había ido detrás de eso desde el principio, que había coqueteado con Liz para averiguar qué sabía. ¿Quién era quién?

– Eso es -respondió, y luego se dirigió a Shaeffer-: Pero eso no te interesa, y tampoco recuerdas adonde llevaste a Breimer.

– No sé adonde quieres ir a parar, pero vete a buscarlo a otra parte. Antes de que se me vaya la mano.

– Muy bien, ya basta -dijo Liz-. Guardaos eso para el ring, yo he venido por una cámara, no a ver cómo os cuadráis. Sois como niños. -Fulminó a Jake con la mirada-. Estás tentando a la suerte. ¿Qué te parece si me sonríes un poco, que quiero acabar este carrete, y luego te vas por ahí como un niño bueno? Y eso va por los dos -le dijo a Shaeffer.

Sorprendentemente, Joe obedeció y se volvió hacia la cámara para posar junto a Jake.

– A las dos en punto, no lo olvides -dijo sin apenas abrir la boca.

– Silencio -ordenó Liz mientras se agachaba un poco para encuadrar la fotografía-. Vamos, sonreíd.

Mientras se inclinaba, en la plaza resonó un disparo seguido de un grito. Jake miró por encima del hombro de Liz. Un soldado ruso corría frente al obelisco, esquivando a la gente que huía ante él como gansos espantados. Otro disparo, a la derecha, de un grupo de rusos que habían empuñado las armas cerca del Horch. Sin embargo, en esa fracción de segundo, Jake vio que los cañones no apuntaban al obelisco, sino que su trayectoria llegaba mucho más allá, justo a la espalda de Liz.

– ¡Al suelo! -exclamó, pero ella, sorprendida, hizo todo lo contrario y se levantó, de modo que la bala la alcanzó en el cuello.

Apenas un instante y, después, otro estallido, un silbido agudo. Shaeffer se tambaleó hacia atrás, también lo habían alcanzado, y se desplomó en el suelo. Antes de que Jake pudiera moverse, el cuerpo de Liz cayó hacia delante y lo empujó contra la columnata hasta que su peso le hizo perder el equilibrio y se dio con la cabeza en un pilar. Se oían gritos por toda la plaza, también el sonido de pies corriendo sobre el pavimento de piedra. Otro disparo rebotó contra una columna. Jake intentó respirar bajo el peso del cuerpo de Liz y se dio cuenta de que lo que le obstruía la boca era la sangre que manaba de la garganta de ella y lo estaba cubriendo. Más disparos. En el mercado no dejaban de aparecer armas, tantas que parecían disparar al azar, sin apuntar a nada en concreto. La gente se había escondido para evitar el fuego cruzado.

Jake, aterrorizado, quiso quitarse a Liz de encima empujándola de las caderas, pero otro borbotón de sangre se derramó sobre su cara. Al fin consiguió liberarse, alargó el brazo para alcanzar la pistola que Shaeffer llevaba en la funda y se arrastró detrás de una columna respirando con dificultad. Los rusos del Horch seguían disparando en todas direcciones, pues los soldados que había en la plaza habían tomado posiciones y respondían al fuego. Jake apuntó, intentando calmar el temblor de su mano, pero erró el tiro y le dio a un faro del coche. Una bala procedente de algún otro lugar alcanzó a uno de los rusos y lanzó su cuerpo contra el vehículo.

Entonces, antes de que Jake pudiera disparar otra vez, todo terminó. Los rusos se escabulleron detrás del Horch, rápidos como ratas, y desaparecieron. La plaza quedó vacía, salvo por el cadáver de un soldado que yacía junto al obelisco. Todo estaba inmóvil. Jake oyó un gorgoteo a su lado y después un grito en alemán cerca de la iglesia. Se acercó a gatas hasta Liz con la camisa pegada por la sangre. La chica tenía los ojos abiertos, aún aterrados, pero conmovedores. La sangre había dejado de manar, ya no era más que un pequeño reguero que acababa en un charco junto a su cabeza. Jake apretó el cuello con la mano para detener la hemorragia, pero entre sus dedos empezó a rezumar un chorrito.

– No te mueras -dijo-. Conseguiré ayuda.

¿A quién podía acudir? Shaeffer gimió. En la plaza no se movía un alma.

– No te mueras -repitió con la voz entrecortada.

Los ojos de Liz lo miraban directamente. Por un instante se preguntó si podría verlo, y si él lograría hacer que aguantara sólo con sostenerle la mirada. Una chica de Webster Groves.

Volvió el rostro hacia la plaza.

– ¡Que alguien me ayude! -gritó, pero ¿quién hablaba inglés?-. Hilfe! -exclamó entonces, como si en una ciudad sin ambulancias fuera a llegar una rechinando por la calle.

Volvió a mirarla a los ojos.

– Todo saldrá bien. Aguanta.

Le apretó el cuello con más fuerza, ya tenía toda la mano roja. ¿Cuánta sangre había perdido? Oyó pasos tras él, levantó la mirada. Uno de los soldados estadounidenses de turismo, atónito ante tanta sangre.

– Dios santo -dijo.

– Ayúdame -rogó Jake.

– Han alcanzado a Fred -repuso el chico, atontado, como si eso fuera una respuesta.

– Pide ayuda a algún alemán. Tenemos que llevarla a un hospital. Krankenhaus.

El soldado se lo quedó mirando, perplejo.

– Krankenhaus -repitió Jake-. Pregunta.

El chico se alejó con inseguridad, sonámbulo, y cayó de rodillas junto al obelisco, donde yacía su compañero. Unas cuantas personas habían vuelto a la plaza, mirando a izquierda y derecha, atentos por si había más disparos.

– No te preocupes -le dijo a Liz-. Aguanta. Lo conseguiremos.

Sin embargo, en aquel momento, con un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, supo que no lo conseguirían, que Liz iba a morir. No iba a llegar ninguna ambulancia, no la curaría ningún médico de bata blanca. No había nada más. Vio que Liz también lo sabía y se pregunto cómo eran esos últimos minutos. ¿Sentiría un zumbido en la cabeza, o estaría en absoluto silencio, contemplando el cielo? En lo que se tardaba en sacar una fotografía. Los ojos de Liz se movieron, asustados, y los de él se movieron también para no dejarla marchar. Liz abrió la boca como si estuviera a punto de decir algo. Jake oyó una boqueada, no dramática, tranquila, una leve inspiración de aire que se interrumpió y no volvió a oírse más, atrapada en algún lugar. Muy diferente a la escandalosa escena de un nacimiento, tan sólo una respiración interrumpida y te ibas de esta vida.

Los ojos de Liz habían dejado de moverse, sus pupilas estaban fijas. Jake le quitó la mano del cuello. Se la limpió en los pantalones, embadurnados de sangre. Qué olor más intenso. Recogió la cámara que estaba en el suelo. Estaba aturdido, cualquier movimiento le costaba esfuerzo. Todo había desaparecido en un segundo, un destello, demasiado deprisa incluso para una lente Zeiss.

Shaeffer volvió a gemir y Jake se acercó a él, todavía arrodillado. Más sangre, una mancha que se le extendía por el hombro izquierdo.