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– Sí, sin ninguna duda.

Bernie se inclinó para cuchichear algo más.

– ¿Volvió a verla?

Jake miró al fiscal preguntándose adonde quería ir a parar.

– Sí, desde el camión. Nos miraba desde su ventana cuando se nos llevaron. Miraba.

Un eco de la historia de Bernie. Un zapatero de Schóneberg, en el sector estadounidense, así que a esa testigo también la había encontrado Bernie. Otro regalo para los rusos.

– La misma. ¿Sin ninguna duda?

La mujer estaba temblando, empezaba a perder el aplomo.

– La misma. La misma. -Empezó a levantarse de la silla, sin dejar de mirar a Renate-. Una judía. Matabas a los tuyos. Mirabas mientras nos llevaban. -Un sollozo ahogado, ya no estaba en el tribunal-. A tu gente. ¡Animal! Devorabas a los tuyos, como un animal.

– ¡No! -gritó Renate.

El juez dio un golpe en la mesa con la palma de la mano y exclamó algo en ruso, seguramente para suspender la sesión, pero el fiscal se acercó enseguida al tribunal y le susurró algo. El juez asintió con la cabeza, algo desconcertado, y luego dijo con formalidad para toda la sala:

– Haremos un receso de quince minutos, pero antes dejaremos entrar a los fotógrafos. La prisionera seguirá en pie.

Jake siguió la señal que hacía el fiscal hacia el fondo de la sala, y vio que Ron aparecía entre la prensa y abría la puerta para dejar pasar a los fotógrafos. Un pequeño grupo desfiló por el centro de la sala. La luz de los fogonazos iluminó el rostro de Renate y la obligó a parpadear y volverse sacudiendo la cabeza, como si fueran moscas. Los jueces siguieron sentados, muy erguidos, posando. Un soldado ayudó a Frau Gersh a ponerse de pie con sus muletas. Jake casi esperó ver a Liz sacando instantáneas de la historia. Después las bombillas dejaron de brillar y el juez se puso en pie.

– Quince minutos -repitió, encendiendo ya un cigarrillo.

Fuera, en el pasillo, los numerosos reporteros tuvieron que apretarse contra la pared para dejar pasar a Frau Gersh. Estaba claro que no iba a haber preguntas por parte de la defensa. Brian Stanley aguardaba algo apartado, bebiendo de una petaca.

– No está a la altura de los estándares de Moscú, ¿verdad? -Ofreció un trago a Jake-. No es lo mismo sin confesiones. Eso es lo que les gusta, ese jodido retorcer de manos. Claro que los rusos tienen mucho que confesar.

– Es una farsa -comentó Jake mientras veía marchar a Frau Gersh.

– Claro que lo es. ¿No esperarías el tribunal londinense de Old Bailey? -Miró la petaca-. De todas formas, no es que sea la chica más guapa de Berlín.

– Antes lo era. Era guapa.

Brian se lo quedó mirando con perplejidad, no sabía que se conocían.

– Sí, bueno -dijo, por decir algo, y luego meneó lentamente la cabeza-. No hay confusión posible. La guerra sacó lo mejor de cada cual, ¿eh? Por cierto, te he encontrado una barca.

– ¿Una barca?

– Me pediste una barca, ¿verdad? Aún les quedan algunas, en el club de yates. Deja caer mi nombre. -Levantó la mirada-. Me lo pediste.

La tarde en el lago que le había prometido a Lena, navegando lejos de todo.

– Sí, lo siento. Se me había olvidado. Gracias.

– Ojo con hundirla. Me la harán pagar.

– ¿Eso es un trago? -preguntó Benson, que apareció con Ron.

– Lo era -repuso Brian pasándole la petaca.

– ¿Qué haces aquí? -le preguntó Benson a Jake, y después se volvió hacia Ron-: Me habías prometido la exclusiva para Stars and Stripes.

– A mí no me mires. ¿Cómo has entrado? -le preguntó a Jake-. No había más pases de prensa.

– Colaboro con la acusación. La chica era amiga mía.

Un silencio incómodo.

– Dios bendito -exclamó Ron por fin-. Pase lo que pase, siempre estás en medio.

– ¿Podrías conseguirme una entrevista?

– Puedo solicitar una. Hasta ahora, nada. La chica no está muy habladora. ¿Qué se dice después de algo así? ¿Qué explica uno?

– No lo sé. A lo mejor conmigo sí quiere hablar.

– Tendrás que compartir la información -dijo Ron, profesional-. Todos quieren la noticia.

– Bien, pues consigue hacerme entrar. -Miró a Benson-. Hiciste un gran trabajo con el artículo de Liz. Le habría gustado.

– Gracias -dijo Benson, algo incómodo con el cumplido-. Una desgracia. Aunque creo que el novio está bien. Ha salido esta mañana.

Jake levantó la cabeza.

– ¿Qué? ¿Ayer no podía recibir visitas y hoy ya está fuera? ¿Cómo es posible?

– He oído decir que tiene amigos en el Congreso -dijo Benson, intentando hacer un chiste-. ¿Quién coño quiere quedarse en el hospital? Matan más de lo que curan. De todas formas, está bien cuidado. Hasta le han puesto a una enfermera en el alojamiento. ¿A ti qué más te da?

Jake se volvió hacia Ron, aún exaltado.

– ¿Tú lo sabías?

– ¿De qué me hablas?

– Te lo dije -insistió Jake sin soltar el brazo de Ron-. La bala de Liz iba dirigida a él… Alguien quiere verlo muerto. ¿Está vigilado? ¿Quién está con él?

– ¿Qué quieres decir con que iba dirigida a él? -preguntó Benson.

Ron apartó la mano de Jake mientras lo fulminaba con la mirada.

– El ejército estadounidense -le dijo Ron a Jake-. Ellos están con él. Monta guardia tú mismo si tan nervioso te pone, joder.

– ¿Qué pasa aquí? -preguntó Benson.

– Nada -dijo Ron-. Que Geismar ha estado viendo cosas, nada más. A lo mejor también tú deberías ir al hospital a que te echen un vistazo. Últimamente no estás muy en tus cabales.

– ¿Siempre hay alguien con él?

– Sí -dijo Ron sin dejar de mirarlo-. No dejan entrar a ningún ruso.

– ¿Así que puedo ir a verlo?

– Eso depende de ti. Él no se irá a ninguna parte. ¿Por qué no le ¡levas unas flores, a ver qué consigues? Dios bendito, Geismar. -Miró a la gente que volvía a entrar en la sala arrastrando los pies-. El timbre. ¿Vienes, o quieres irte a jugar a enfermeras? -le espetó, y luego miró a Jake con gravedad-. No sé de qué va todo esto, pero no tienes que preocuparte por él. Está tan seguro como tú. -Hizo un gesto de cabeza en dirección a los rusos que había junto a la puerta-. Puede que más.

– No sabía que Shaeffer y tú fueseis amigos -dijo Benson, aún con curiosidad.

– Geismar tiene amigos escondidos por todo Berlín, ¿verdad? -dijo Ron mientras se disponía a entrar-. ¿A ésta cómo la conociste, por cierto? -preguntó, y señaló con el pulgar hacia el tribunal.

– Era reportera -contestó Jake-. Igual que nosotros. Yo la formé.

Ron se detuvo y se volvió.

– Eso debería darte que pensar -comentó, luego cruzó la puerta detrás de Benson.

Bernie estaba de pie junto a la mesa con Gunther, pero se acercó cuando Jake se sentó. Los jueces regresaban caminando en fila.

– Bueno -le dijo a Jake-, ¿cómo crees que va de momento?

– Joder, Bernie. Muletas.

El rostro de Bernie se crispó.

– Las muletas son de verdad. Igual que lo del gas.

– ¿Por qué no la sacáis fuera y le pegáis un tiro?

– Porque queremos que quede constancia… de cómo lo hicieron. Debería saberse.

Jake asintió.

– Entonces, ¿qué es Renate? ¿Una extra de película?

– No, es real. Es igual que Otto Klopfer. Igual. -Reparó en la expresión vacía de Jake-. El tipo que quería que arreglaran el tubo de escape. ¿O es que ya se te ha olvidado? La gente olvida. -Se volvió hacia la sección de la prensa, un chirrido nervioso de sillas-. A lo mejor esta vez prestarán atención.

– La obligaron a hacerlo, y lo sabes.

– Eso es lo que dice Otto. Lo que dicen todos. ¿Los crees?

Jake levantó la mirada.

– A veces sí.

– ¿Y adonde te lleva eso? Todo el mundo tiene una historia triste, y el final es siempre igual. Como fiscal del distrito aprendí una cosa: si empiezas a sentir lástima de la gente, nunca consigues condenar a nadie. No desperdicies tu compasión. La chica es culpable, sin un atisbo de duda.