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– En lugar de a la bella Utica.

Shaeffer volvió a mirarlo.

– Lo digo en serio.

Jake levantó una mano.

– Está bien, nadie se va a Utica.

– No. A Dayton, ya que quieres saberlo. Hay unas instalaciones cerca de Wright Field. -Se detuvo, consciente de que había dado información gratuita, y se encogió de hombros-. El primer grupo irá a Dayton. Si conseguimos sacarlos. ¿Satisfecho?

– No me importa la ruta elegida. ¿Por qué se está retrasando tanto?

– Por la desnazificación. Esos hombres… Tendríamos mucha suerte si Ike les diera el visto bueno. Sólo quieren a los alemanes buenos. Así que hay que encontrarlos. No creas que a los rusos les importa una mierda.

Jake se levantó y se acercó a la estantería.

– Pero tú sí les importas… Suponiendo que tu equipo exista.

– Suponiendo que exista.

– ¿Has estado haciendo algo que no debías?

– ¿En opinión de ellos? Ganarles. Los rusos llevan aquí dos meses y todavía no han acabado con su lista. Nosotros, en tres semanas, nos los hemos llevado a todos. En cuanto tienes a uno, te lleva a los demás. Nos estaban esperando. La Luftwaffe: todo el equipo aeromédico. Incluso han conservado los documentos de investigación. En el Instituto de Ciencia y Cultura hay todavía muchos cadáveres calientes, si sabe uno desenterrarlos. No es difícil, sus amigos ayudan. Están por aquí. -Dando una vuelta, paseando al perro.

– ¿Ingenieros de la Zeiss? -preguntó Jake.

– Eso queda en la zona oriental. En la zona oriental no nos metemos.

– Eso no es lo que dicen los rusos.

– Les encanta armar barullo. Lo que yo he oído decir es que los ingenieros querían venir aquí.

– Sólo necesitaban que les echaran una mano.

Shaeffer lo observó un momento y luego apartó la mirada.

– Puede que la óptica de visores de bombardeo estuvieran años por delante de la nuestra. Años por delante… Merecía la pena arriesgarse. Puede que alguien quisiera enviarles un mensaje a los rusos. Tienen la costumbre de secuestrar a la gente. Puede que quisieran demostrarles que también nosotros sabemos hacerlo. Para que la próxima vez se lo piensen dos veces.

– ¿Y dio resultado?

– Más o menos. Al menos hace ya algún tiempo que no desaparece nadie.

– Salvo Emil Brandt.

– Sí, salvo Emil Brandt.

– Así que ahora lo tienes en tu lista.

– Todo el mundo lo tiene en su lista. Fue él quien hizo todos los cálculos, conoce todo el programa. Ya te dije que no se nos podía escapar. Y menos ahora.

Jake enarcó las cejas.

– ¿Por qué ahora no?

– ¿El equipo de los misiles? -Shaeffer cogió el periódico-. ¿Te imaginas que los V-2 llevaran una de esas bellezas?

– No, no me lo imagino -dijo Jake. Londres arrasado.

– Todo el mundo los busca -repuso Shaeffer-, pero están con nosotros, y pensamos conservarlos. A todos.

– ¿Y si no quieren ir?

– Sí quieren. Incluso Brandt. Sólo quiere llevarse consigo a su mujer. Siempre la mujer. Una vez casi lo perdimos, después de Nordhausen. Conseguimos los misiles, los planos, al equipo escondido en Oberjoch, y él nos da esquinazo y va a Berlín a remover cielo y tierra, joder. Tuvo suerte de salir con vida.

– Y con sus documentos -dijo Jake como si tal cosa, por probar.

Shaeffer hizo un vago gesto con la mano.

– Papeles administrativos. No valían nada. Todos los documentos técnicos estaban en Nordhausen. Sólo fue una excusa para ir a buscar a su mujer.

– ¿Administrativos? Creía que eran archivos de las SS.

– El programa era de las SS. Lo dirigían ellos. Por aquel entonces dirigían todo. Por si te interesa.

– Le dieron una medalla.

– Dieron medallas a todo el mundo. A los científicos no les hacía mucha gracia que las SS estuvieran al mando. No eran la gente más agradable del mundo. Pero, qué coño, ¿quién puede elegir a su jefe? Les reparten unas cuantas medallas y todo vuelven a ser sonrisas. Tenían una tonelada de medallas.

Un suelo lleno de montañas de Cruces de Hierro en la Cancillería.

– Al final los llevamos a Kransberg -seguía explicando Shaeffer-. Para tenerlos a todos juntos, ¿entiendes? Y él vuelve a conseguirlo. A los demás les dijimos que los reuniríamos con los suyos más adelante y no les gustó demasiado. Pero él no, él tenía que venir a juntarse con ella, un pequeño reencuentro. Como si no tuviéramos bastante que hacer. Encima tener que buscarla a ella. Ya nos falta personal y, ahora, además, esto. -Se señaló la herida.

– No está con su mujer -dijo Jake-. Ella no sabe dónde está.

Shaeffer lo miró un momento sin decir nada. Después cogió otro cigarrillo del paquete que había encima de la cama, todavía intentaba ganar tiempo.

– Gracias por ahorrarme el trabajo de campo -dijo con calma-. ¿Quieres decirme dónde está la mujer?

– No.

– ¿En nuestra zona?

Jake asintió.

– No sabe nada.

– Bueno, es un alivio, de todas formas.

– ¿Qué?

– Que esté aquí. ¿Qué crees que me ha tenido tantas noches despierto? ¿Y si los rusos la encuentran primero? Esa sería una oferta con la que no podríamos competir. Lo perderíamos, seguro.

Un señuelo. Jake miró por la ventana. Le dio otro vuelco el corazón, como si hubiese vuelto a ver al soldado de detrás de la Alex.

– Con nosotros le irá mucho mejor, ya lo sabes -dijo Shaeffer, aún con serenidad.

– Está muy bien donde está.

¿Era eso cierto? Un ruso había preguntado por ella.

– ¿Quieres explicarme cómo la has encontrado? -dijo Shaeffer sin dejar de mirarlo-. Lo hemos intentado todo. Ni en los Fragebogen, ni los vecinos, nada.

– Podrías haber probado suerte con el padre de él. ¿Por qué no lo hiciste, por cierto?

– ¿Su padre? -preguntó Shaeffer con sorpresa-. Su padre está muerto.

– ¿De dónde has sacado eso?

– El propio Brandt me lo dijo. Fui yo quien lo interrogó.

– No me lo habías dicho.

– No me lo habías preguntado -repuso Shaeffer; jaque.

– Pues está vivo. Lo he visto. ¿Por qué te diría eso Emil?

Shaeffer se encogió de hombros.

– ¿Por qué no me habías dicho tú dónde estaba su mujer? A la gente le gusta guardarse algo. Cuestión de confianza, tal vez. ¿Sabe algo?

– No, él tampoco lo ha visto. Nadie lo ha visto, desde Tully, pero él no te interesa.

Shaeffer bajó la mirada y alisó la sábana.

– Mira, vamos a tomárnoslo con calma. Ya que has metido las narices donde no debías, no me iría mal un poco de ayuda.

– ¿Con qué?

– Con lo que has estado haciendo. Todavía tenemos que encontrarlo. Yo estoy fuera de servicio, tú no.

– No gracias a ti. Empecemos por Tully y ya veremos qué se puede hacer.

– En Kransberg eran amigos. Bueno, amigos… Brandt hablaba inglés y a Tully le gustaba escuchar conversaciones por las noches. Brandt era tristón. Depresivo. Hablaba de lo mal que había ido todo. Ya sabes, conversaciones de borrachos.

– ¿Te lo dijo Tully?

– Puede que hubiera micrófonos en las habitaciones. Así que puede que oyéramos lo que tenían que decir los huéspedes.

– Qué bien.

– Las pusieron los nazis. Nosotros sólo las aprovechamos al llegar.

– Eso es muy diferente.

– No creo que comprendas cómo son las cosas allí. Los científicos negocian. Quieren asegurarse el trabajo, algún acuerdo que los saque del país. Así que no lo desvelan todo de buenas a primeras, sino poco a poco, para mantener nuestro interés. Antes de decirnos nada, lo consultan con Von Braun. No los culpo, no pierden de vista al número uno. Pero nosotros necesitamos saber, no sólo lo que está sobre papel, sino lo que pasa por aquí dentro. -Se dio un golpecito en la sien.

– Bien, así que son amigos.