Los saduceos también quisieron poner a prueba a Jesús con un problema relacionado con el matrimonio. Los saduceos no creían en la resurrección ni en la vida después de la muerte, y pensaron que podían ganarle la batalla a Jesús planteándole una pregunta sobre ese tema.
– Si un hombre muere sin haber tenido hijos -dijeron-, la tradición dicta que su hermano se case con la viuda y engendre hijos con ella. ¿No es así?
– Esa es la tradición -dijo Jesús.
– Ahora supongamos que hay siete hermanos. El primero contrae matrimonio y fallece sin descendencia. La viuda se casa entonces con el segundo hermano y la historia se repite: el marido muere sin descendencia y la viuda se casa con el tercer hermano, y así hasta llegar al séptimo. Luego la mujer fallece. Por consiguiente, cuando los muertos resuciten, ¿de qué hermano será esposa? Porque se ha casado con los siete.
– Estáis equivocados -dijo Jesús-. No conocéis las escrituras y tampoco el poder de Dios. Cuando los muertos resuciten, no se casarán ni serán entregados en matrimonio. Vivirán como los ángeles. En cuanto a la resurrección de los muertos, olvidáis lo que Dios dijo a Moisés cuando le habló desde el arbusto en llamas. Dijo: «Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». ¿Habría hablado en presente si no estuvieran vivos? El no es el Dios de los muertos, es el Dios de los vivos.
Desconcertados, los saduceos tuvieron que batirse en retirada.
Jesús y la familia
Aunque Jesús defendía el matrimonio y los niños, poco tenía que decir en favor de la familia o la prosperidad acomodada. En una ocasión dijo a una multitud que deseaba seguirle:
– Si no odiáis a vuestro padre y a vuestra madre, a vuestros hermanos y hermanas, a vuestra esposa y a vuestros hijos, nunca Llegaréis a ser mis discípulos.
Cristo recordaba las palabras de Jesús cuando le dijeron que su madre y sus hermanos habían ido a verle. Jesús los despidió, asegurando que no tenía más familia que quienes cumplían la voluntad de Dios. A Cristo le preocupaba que su hermano hablara de odiar a la familia y habría preferido no anotar esas palabras, pero eran demasiadas las personas que habían oído a Jesús pronunciarlas.
Un día Cristo oyó a Jesús contar una historia que lo inquietó aún más.
– Un hombre tenía dos hijos, uno bueno y tranquilo y otro rebelde e indisciplinado. El rebelde le dijo: «Padre, puesto que un día dividirás tus bienes entre mi hermano y yo, dame ahora la parte que me corresponde». El padre se la dio y el hijo rebelde se marchó a otra provincia y se gastó todo el dinero en bebida, en apuestas y en llevar una vida disoluta.
«Entonces el hambre llegó a la provincia donde vivía, y el hijo rebelde se encontró en una situación tan precaria que se puso a trabajar de porquerizo. Tenía tanta hambre que de buena gana se habría comido las cascaras que comían los cerdos. Desesperado, pensó en su casa y se dijo: "En mi casa están los jornaleros de mi padre y hasta el último tiene toda la comida que pueda desear; yo, en cambio, me muero de hambre. Volveré a casa, me sinceraré con mi padre, suplicaré su perdón y le pediré que me acepte como jornalero".
»De modo que se puso en marcha, y cuando su padre se enteró de que volvía a casa, sintió una profunda compasión por él y corrió a su encuentro fuera de la ciudad, le abrazó y le besó. El hijo dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. No soy digno de ser llamado hijo tuyo. Deja que trabaje para ti como un jornalero más".
»E1 padre dijo entonces a los sirvientes: "Traed la mejor túnica y unas sandalias para los pies de mi hijo, ¡deprisa! Y preparad un banquete con los mejores manjares, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido encontrado".
»Pero el otro hijo, el tranquilo, el bueno, oyó la preparación del festín y, al ver lo que estaba pasando, dijo a su padre: "Padre, ¿por qué preparas un festín para mi hermano? Yo nunca he abandonado esta casa, nunca he desobedecido tus órdenes, y sin embargo nunca has preparado un festín en mi honor. Mi hermano, en cambio, se marchó sin pensar en nosotros, se gastó todo su dinero, jamás piensa en su familia ni en nadie".
»Y el padre dijo: "Hijo, tú siempre estás en casa. Todo lo que tengo es tuyo. Pero cuando alguien vuelve a casa después de una larga ausencia, es justo celebrarlo con un festín. Y tu hermano estaba muerto, y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado".
Cuando Cristo oyó ese relato se sintió como si lo hubieran dejado desnudo ante la multitud. Ignoraba que su hermano hubiera reparado en él, pero probablemente así había sido para poder avergonzarlo de forma tan sutil. Cristo confió en que nadie lo hubiera notado y decidió actuar en el futuro con mayor discreción aún.
Historias difíciles
Poco tiempo después, Jesús contó otra historia que Cristo calificó de injusta, y no fue el único. Muchas personas no alcanzaron a comprenderla, y después la comentaron entre ellas. Alguien había preguntado a Jesús cómo era el Reino de los cielos, y Jesús respondió:
– Es como un hacendado que partió temprano por la mañana a fin de contratar jornaleros para sus viñas. Tras acordar con ellos la paga por una jornada, los hombres se pusieron a trabajar. Dos horas más tarde, al pasar por el mercado, el hacendado vio a un grupo de trabajadores ociosos y les dijo: «¿Queréis trabajar? Id a mis viñas y os pagaré lo que sea justo». Los hombres partieron y el hacendado siguió su camino. A mediodía pasó de nuevo por el mercado, y otra vez por la tarde, y en cada ocasión vio a un grupo de obreros sin nada que hacer y les dijo lo mismo.
»A las cinco pasó por el mercado una última vez, vio a otro grupo y dijo:
»-¿Por qué habéis permanecido ociosos todo el día?
»-Nadie nos ha contratado -respondieron, y los contrató con las mismas condiciones.
»A1 final del día dijo a su administrador:
»-Llama a los hombres para que vengan a cobrar, empezando por el último y retrocediendo hasta el primero.
»Cuando los hombres de las cinco llegaron, entregó a cada uno la paga de un día completo de trabajo, e hizo lo mismo con los demás. Molestos, los jornaleros contratados por la mañana dijeron:
»-¿Das a estos hombres, que solo han trabajado una hora, lo mismo que a nosotros, que hemos trabajado todo el día bajo un sol abrasador?
»E1 hacendado respondió:
»-Amigo mío, aceptaste la paga de un día por el trabajo de un día, y eso es exactamente lo que has recibido. Toma lo ganado y vete. ¿Acaso no tengo derecho a hacer lo que yo decida con lo que es mío? Que yo elija ser bondadoso, ¿es razón para volverte tú malicioso?
Jesús contó otro relato más incomprensible aún para quienes lo escucharon, pero Cristo lo anotó con la esperanza de que el extraño pudiera aclarárselo.
– Un rico hacendado que tenía un administrador empezó a recibir quejas sobre la manera en que este cuidaba de su negocio. Llamó al administrador y le dijo: «He oído cosas sobre ti que no me gustan. Voy a despedirte, pero primero quiero una lista completa de todo lo que se me debe».
»Y el administrador pensó: "¿Qué voy a hacer ahora? No poseo fuerza suficiente para el trabajo manual y me da vergüenza mendigar…". Así pues, concibió un plan para asegurarse de que otras personas cuidaran de él cuando dejara de trabajar.
»Uno a uno, llamó a los deudores de su patrono. Preguntó al primero:
«-¿Cuánto debes a mi patrono?
»Y el hombre respondió:
»-Cien tinajas de aceite.
»-Deprisa, siéntate -dijo el administrador-, coge tu recibo y escribe cincuenta.»A1 siguiente le dijo:»-¿Cuánto debes?»-Cien fanegas de trigo.
»-Aquí tienes tu recibo. Tacha el cien y escribe en su lugar ochenta.
»Y lo mismo hizo con el resto de deudores. ¿Qué dijo el patrón cuando se enteró? Por mucho que penséis, seguro que os equivocáis. El patrón elogió al deshonesto administrador por su astucia.