»¡Ay de vosotros! Sois como un sepulcro enjalbegado, una construcción bella e inmaculada que dentro, sin embargo, guarda huesos, harapos y toda clase de inmundicias.
«¡Serpientes, generación de víboras! Habéis perseguido a los bondadosos e inocentes y conducido a la muerte a los sabios y rectos. ¿De veras creéis que podréis escapar del infierno?
«Jerusalén, Jerusalén, eres una ciudad desdichada. Los profetas acuden a ti y los lapidas hasta matarlos. ¡Ojalá pudiera reunir a todos tus hijos como una gallina reúne a sus polluelos bajo el ala! Pero ¿me dejaríais? Seguro que no. ¡Ved cómo apenáis a quienes os aman!
La noticia de la indignada alocución de Jesús se difundió con rapidez y Cristo tenía que trabajar duramente para estar al día de los informes de las palabras de su hermano. Y cada vez con más frecuencia veía las palabras JESÚS REY garabateadas en los muros y grabadas en las cortezas de los árboles.
Jesús y los mercaderes
El siguiente incidente no solo implicó palabras. En el templo se realizaban muchas actividades relacionadas con la compraventa: por ejemplo, se vendían palomas, bueyes y ovejas para sacrificios. Pero como al templo acudía gente de todas partes, próximas y lejanas, había quien llegaba con dinero diferente de la moneda local, de manera que en el templo también había mercaderes deseosos de calcular la paridad y venderles el dinero para comprar palomas. Un día Jesús entró en el templo y, provocado por su creciente ira contra los escribas y sacerdotes, al ver toda aquella actividad mercantil perdió la paciencia y empezó a volcar las mesas de los mercaderes y los vendedores de animales y a lanzarlas por los aires. Luego, agarrando un látigo, expulsó a los animales del templo mientras gritaba:
– ¡Este templo debería ser un lugar de oración, pero mirad, lo habéis convertido en una guarida de ladrones! Llevaos de aquí vuestro dinero y mercadeo y dejad este lugar a Dios y a su pueblo.
Los guardias del templo se personaron rápidamente para restaurar el orden, pero la gente estaba demasiado enardecida para prestarles atención y muchos ya se habían arrojado al suelo para hacerse con las monedas que rodaban antes de que los mercaderes pudieran rescatarlas. En medio de toda esa confusión, los guardias no vieron a Jesús y no lograron arrestarle.
Los sacerdotes hablan de lo que deberían hacer con Jesús
Tras enterarse de lo ocurrido, los sacerdotes y levitas del templo se reunieron en casa de Caifas, el sumo sacerdote, para hablar de cuál debía ser su respuesta.
– Tenemos que apartarlo de la circulación de una forma u otra -dijo uno.
– ¿Arrestarle? ¿Matarle? ¿Enviarle al exilio?
– Es demasiado popular. Si actuamos contra él, la gente se rebelará.
– La gente es voluble. Se le puede hacer cambiar de opinión.
– Pues nosotros no lo estamos consiguiendo. Todos apoyan a Jesús.
– Eso puede cambiar en un instante, con la adecuada provocación…
– Todavía no entiendo qué ha hecho de malo.
– ¿Qué? Ha provocado disturbios en el templo. Conduce a la gente a estados de excitación malsanos. Tal vez a ti eso te parezca poca cosa, pero seguro que a los romanos no.
– No entiendo qué es lo que quiere. Si le ofrecemos un alto cargo en el templo, tal vez lo acepte y se tranquilice.
– Predica el advenimiento del Reino de Dios. Dudo mucho que podamos comprarlo con un salario y un cargo confortable.
– En cualquier caso, no podéis negar que es un hombre de gran integridad.
– ¿Has visto lo que están escribiendo por todas partes? Jesús Rey.
– Eso podría resultar útil. Si lográramos persuadir a los romanos de que es una amenaza para el orden…
– ¿Pensáis que es un zelote? ¿Que esa es su motivación?
– Tarde o temprano los romanos se fijarán en él. Debemos actuar antes que ellos.
– No podemos hacer nada durante la Pascua.
– Necesitamos un espía en su terreno. Si pudiéramos averiguar cuál va a ser su siguiente paso…
– Imposible. Sus discípulos son unos fanáticos. Jamás le delatarían.
– Esto no puede continuar. Pronto tendremos que hacer algo. Ese hombre lleva demasiado tiempo actuando sin que nadie le pare los pies.
Caifas dejaba hablar y escuchaba atentamente, presa de una profunda preocupación.
Cristo y su informante
Cristo se alojaba en una posada de las afueras de la ciudad. Esa noche cenó con su informante, que le relató el incidente del templo. A Cristo ya le habían llegado rumores y estaba impaciente por conocer los detalles, de modo que mientras comían tomó notas en su tablilla.
– Jesús parece cada vez más enfadado -dijo-. ¿Tienes idea de por qué? ¿Ha hablado de ello con vosotros?
– No, pero Pedro está convencido de que Jesús corre peligro y le preocupa que pueda ser prendido antes de que llegue el Reino. ¿Qué pasaría entonces, con Jesús en prisión? ¿Se abrirían todas las puertas y caerían todos los barrotes? Probablemente. Pero Pedro está preocupado, de eso no hay duda.
– ¿Crees que Jesús también lo está?
– No lo ha dicho. Pero estamos todos muy nerviosos. Para empezar, no sabemos qué piensan hacer los romanos. Y la gente está a favor de Jesús ahora, pero se respira cierta impaciencia. Están sobreexcitados. Desean el Reino ya, y si…
El hombre vaciló.
– ¿Si qué? -preguntó Cristo-. Si el Reino no llega, ¿es eso lo que ibas a decir?
– Naturalmente que no. Nadie duda de que el Reino llegará. Pero un incidente como el de esta mañana en el
templo… Hay momentos en que desearía que estuviéramos en Galilea.
– ¿Cómo se lo están tomando los demás discípulos?
– Como ya te he dicho, están nerviosos, inquietos. Si el maestro no estuviera tan enfadado ahora mismo, todos estaríamos más tranquilos. Da la impresión de que esté buscando pelea.
– Pero él dijo que si alguien nos golpeaba debíamos poner la otra mejilla.
– También dijo que no había venido a traer paz, sino espada.
– ¿Cuándo dijo eso?
– En Cafarnaún, poco después de que Mateo se uniera a nosotros. Jesús nos estaba explicando lo que debíamos hacer cuando saliéramos a predicar. Dijo: «No creáis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. He venido a poner al hombre contra su padre, y a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y vuestros enemigos serán miembros de vuestra familia».
Cristo anotó las palabras exactas del apóstol.
– Parece un comentario muy propio de él. ¿Dijo algo más?
– Dijo: «El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mi causa, la encontrará». Ahora, algunos de nosotros volvemos a pensar en esas palabras.
El extraño explica a Cristo su papel
El informante se despidió y regresó apresuradamente junto a sus compañeros. Cristo fue a su habitación para transcribir las palabras a un pergamino. Luego se arrodilló y pidió fuerzas para soportar la prueba que le aguardaba.
Apenas llevaba un rato orando cuando llamaron a la puerta. Sabiendo quién era, Cristo se levantó y abrió.
El ángel le saludó con un beso.
– Estoy listo, señor. ¿Será esta noche?
– Aún disponemos de un rato para hablar. Siéntate y toma un poco de vino.
Cristo sirvió vino a los dos, pues sabía que los ángeles habían comido y bebido con Abraham y Sara.
– Señor, puesto que me queda poco tiempo aquí, ¿responderás al fin la pregunta que te he formulado en más de una ocasión y me dirás quién eres y de dónde vienes?
– Pensaba que tú y yo habíamos alcanzado ya cierta confianza.