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»He aquí cómo debéis orar. Debéis decir:

«Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.

«Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.

»El pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal.»Amén.

– Maestro -dijo alguien-, si, como dices, el Reino está cerca, ¿cómo debemos vivir? ¿Debemos seguir con nuestros oficios? ¿Debemos construir casas, formar familias y pagar impuestos como hemos hecho siempre? ¿O han cambiando las cosas ahora que sabemos que el Reino está cerca?

– Tienes razón, amigo, las cosas han cambiado. No necesitáis preocuparos por lo que vais a comer o beber, dónde vais a dormir, qué vais a vestir. Observad a las aves. ¿Es que ellas siembran o cosechan? ¿Es que recogen el trigo en el granero? No hacen nada de eso, y sin embargo su Padre celestial les proporciona alimento todos los días. ¿No os creéis más valiosos que esas aves? Y pensad en lo que hacen las preocupaciones: ¿sabéis de alguien que haya alargado una sola hora de su vida por preocuparse por ella?

»Pensad también en el vestido. Fijaos en la belleza de los lirios del campo. Ni el esplendor de Salomón, con toda su grandeza, puede compararse al de una flor silvestre. Y si Dios viste así los prados, ¿no creéis que cuidará aún mejor de vosotros? ¡Hombres de poca fe! Os lo he dicho otras veces: no os comportéis como los gentiles. Ellos son los que se inquietan por esas cosas. Dejad, pues, de preocuparos por el mañana; mañana será otro día. El hoy ya tiene suficiente desazón.

– ¿Qué debemos hacer si vemos que alguien obra mal? -preguntó un hombre-. ¿Debemos corregirle?

– ¿Quién eres tú para juzgar? -dijo Jesús-. Ves la paja en el ojo de tu vecino y no ves la viga en tu propio ojo.

Saca primero la viga de tu ojo y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu vecino.

»Y es preciso que veáis claro cuando observáis lo que estáis haciendo. Es preciso que reflexionéis y hagáis las cosas bien. No echéis carne sacrificada a los perros; sería como arrojar perlas a los cerdos. Pensad en lo que eso significa.

– Maestro, ¿cómo podemos saber que todo irá bien? -dijo un hombre.

– Simplemente pedid y se os dará. Buscad y encontraréis. Llamad y la puerta se abrirá. ¿No me creéis? Pensad en esto: ¿existe un solo hombre o mujer en la tierra que, cuando su hijo le pide pan, le entregue una piedra? Naturalmente que no. Si vosotros, siendo pecadores, sabéis alimentar a un hijo, ¿no va a saber mucho mejor vuestro Padre celestial cómo dar buenas cosas a quien las pide?

»Pronto dejaré de hablar, pero hay algunas cosas que es preciso que escuchéis y recordéis. Hay profetas auténticos y profetas falsos, y sabréis diferenciarlos observando los frutos que dan. ¿Acaso recogéis uvas de los espinos o buscáis higos entre los cardos? Naturalmente que no, porque un árbol malo no da buen fruto y un árbol bueno no da mal fruto. Distinguiréis a un profeta verdadero de un profeta falso por los frutos que den. Y el árbol que da mal fruto será cortado y arrojado al fuego.

«Recordad esto también: tomad el camino arduo, no el fácil. El camino que conduce a la vida es arduo y pasa por una puerta estrecha, mientras que el camino que conduce a la destrucción es fácil y su puerta es ancha. Muchos toman el camino fácil; pocos toman el camino arduo. Vuestra tarea es encontrar el camino arduo y seguirlo.

»Si escucháis mis palabras y actuáis de acuerdo con ellas seréis como el sabio que edifica su casa sobre una roca. Aunque diluvie y lleguen inundaciones, aunque el viento aulle y zarandee la casa con violencia, esta permanecerá en pie porque ha sido construida sobre una roca. Pero si escucháis mis palabras y no actuáis de acuerdo con ellas, seréis como el necio que edifica su casa sobre arena. ¿Qué ocurre cuando llegan las lluvias, las inundaciones y los vientos? Que la casa se cae, y con gran estruendo.

»Por último os diré: haced por los demás lo que desearíais que ellos hicieran por vosotros.

»Esta es la doctrina de la ley y los profetas, eso es todo lo que necesitáis saber.

Mientras Cristo observaba a la multitud dispersarse, prestó atención a sus comentarios.

– El no es como los escribas -dijo uno.

– Parece saber muchas cosas.

– ¡Nunca había oído a nadie hablar con tanta claridad!

– Sus palabras no tienen nada que ver con la charlatanería de los predicadores corrientes. Este hombre sabe de lo que habla.

Cristo consideró todo lo que había oído ese día y lo meditó profundamente mientras transcribía las palabras de su tablilla a un pergamino; mas no habló de ello con nadie.

La muerte de Juan

Juan el Bautista había estado todo ese tiempo en prisión. El rey Herodes Antipas deseaba sentenciarlo a muerte, pero sabía que era muy popular y temía lo que el pueblo pudiera hacer como respuesta. La esposa del rey -matrimonio que Juan había criticado- se llamaba Herodías y tenía una hija llamada Salomé. Cuando la corte estaba celebrando el cumpleaños de Herodes, Salomé danzó para él, y agradó tanto a los comensales que Herodes prometió darle lo que le pidiera. Inducida por su madre, Salomé dijo:

– Quiero que me entregues la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja.

Herodes estaba muy abatido por dentro, pero había hecho la promesa delante de sus invitados y no podía echarse atrás. Así pues, ordenó al verdugo que se personara en la prisión y decapitara a Juan. El verdugo así lo hizo y, tal como Salomé había solicitado, la cabeza llegó sobre una bandeja. La muchacha se la entregó a Hero-días. En cuanto al cuerpo del Bautista, sus seguidores fueron a buscarlo a la prisión para darle sepultura.

Jesús alimenta a la multitud

Conscientes de lo mucho que respetaba a Juan, algunos seguidores del Bautista fueron a Galilea para contarle a Jesús lo sucedido. Buscando un poco de soledad, Jesús se alejó en una barca. Nadie sabía adonde había ido, pero Cristo se lo comunicó a una o dos personas y la noticia se divulgó con rapidez. Cuando Jesús llegó a la orilla de un lugar que creía recóndito, descubrió que lo aguardaba una gran multitud.

Apiadándose de ellos, empezó a hablar, y personas enfermas se sintieron reanimadas por su presencia y se declararon curadas.

Cuando se acercaba la noche, los discípulos dijeron a Jesús:

– Estamos en un lugar despoblado y esta gente necesita comer. Diles que se vayan y busquen un pueblo donde encontrar comida. No pueden pasar la noche aquí.

Jesús respondió:

– No hace falta que se vayan. ¿Cuánta comida tenéis entre vosotros?

– Tan solo cinco panes y dos peces, señor. -Dádmelos -dijo Jesús.

Tomó los panes y los peces, los bendijo y preguntó a la multitud:

– ¿Veis cómo reparto estos alimentos? Haced vosotros lo mismo y habrá para todos.

Efectivamente, resultó que un hombre había llevado tortas de cebada, y otro un par de manzanas, y un tercero pescado salado, y un cuarto tenía un bolsillo lleno de uvas pasas, y así sucesivamente. Al final, entre unos y otros, reunieron comida suficiente para todos. Nadie se quedó con hambre.

Cristo, que estaba viéndolo todo y tomando nota, lo documentó como otro milagro.

El informante y la mujer cananea