—Bien, en ese caso, quizás enterraron alguna otra cosa bajo esos paisajes de aviso — dije—. Algo tan peligroso que querían asegurarse de que jamás sería desenterrado, para que nunca les persiguiese. Quizá los casiopeianos temiesen que si su bóveda sufría la subducción, las paredes se fundirían y lo que fuese, quizás una bestia, que hubiesen aprisionado en su interior escapase. Y luego, todos el os, después de enterrar lo que temiesen tanto, abandonaron su mundo natal, poniendo toda la distancia posible entre el os y lo que fuese que dejaron atrás.
—Estoy pensando en ir a la iglesia este domingo —me dijo Susan el pasado octubre, poco después de nuestra primera cita con la doctora Kohl.
Estábamos sentados en el salón, yo en el sofá y el a en el sillón a juego. Asentí.
—Normalmente lo haces.
—Lo sé, pero… bien, con todo lo sucedido. Con….
—Estaré bien —dije.
—¿Estás seguro?
Volví a asentir.
—Vas a la iglesia todos los domingos. Eso no tiene por qué cambiar. La doctora Kohl dijo que debíamos intentar mantener en lo posible la normalidad de nuestras vidas.
No estaba seguro de qué hacer con el tiempo… pero encontraría de sobra lo que hacer. En algún momento, tendría que llamar a mi hermano Bill en Vancouver y contarle lo sucedido. Pero Vancouver estaba a tres horas por detrás de Toronto, y Bill no llegaba hasta tarde del trabajo. Si llamaba en lo que al í serían las últimas horas de la tarde, acabaría hablando con su nueva esposa Marilyn… y ella podía hablar hasta que se me cayesen las orejas. No estaba listo para tal cosa. Pero Bill, y sus hijos de un matrimonio anterior, eran la única familia que tenía; nuestros padres habían muerto unos años antes.
Susan estaba pensando; tenía los labios apretados. Sus ojos marrones se centraron en los míos durante un momento, luego miraron al suelo.
—Tú… puedes venir conmigo, si quieres.
Expulsé el aire con aparatosidad. Siempre había sido una especie de detalle incómodo entre los dos. Susan había asistido con regularidad a la iglesia durante toda su vida. Sabía cuando se casó conmigo que era algo que yo no hacía. Pasaba mis mañanas de domingo navegando por la red y mirando This Week with Sam Donaldson and Cokie Roberts. Le dejé claro cuando empezamos a salir que no me sentiría cómodo yendo a la iglesia. Sería una hipocresía, le dije… un insulto para los creyentes.
Pero ahora, estaba claro que pensaba que las cosas habían cambiado. Quizás esperaba que quisiese rezar, que quisiese hacer las paces con mi creador.
—Quizá —dije, pero estoy seguro de que los dos sabíamos que no iba a pasar.
Cuando l ueve, diluvia.
Tratar con mi cáncer, evidentemente, me ocupó mucho tiempo. Y las visitas de Hollus ocupaban ahora el resto. Pero tenía otras responsabilidades. Había preparado una exposición especial en el RMO de fósiles de Burgess Shale, y aunque la gran inauguración se había producido hacía meses, todavía me quedaba mucho trabajo administrativo relacionado con el a.
Charles Walcott del Smithsonian descubrió los fósiles de Burgess Shale en 1909 en el paso Burgess a través de las Montañas Rocosas de la Columbia Británica; allí excavó hasta 1917. Desde 1975 y en las dos décadas posteriores, Desmond Col ins del RMO comenzó una continua y muy exitosa serie de excavaciones en Burgess Shale, descubriendo lugares adicionales y recogiendo miles de especímenes. En 1981, la UNESCO declaró el paso Burgess como su octogésimo sexto Patrimonio de la Humanidad, en el mismo conjunto que las pirámides de Egipto y el Gran Cañón.
Los fósiles se remontan a mediados del periodo Cámbrico, hace 520 millones de años. El esquisto, que representa un corrimiento de lodo desde la plataforma laurentiana que enterró con rapidez todo ser vivo del fondo marino, es tan fino que incluso conserva impresiones de partes corporales blandas. Allí hay preservada una amplísima diversidad de formas de vida, abarcando muchos tipos complejos que algunos paleontólogos, incluyendo a nuestro Jonesy, argumentan que no encajan en ningún grupo moderno. Aparecieron, existieron durante un breve periodo de tiempo y luego murieron, como si la naturaleza estuviese probando todo tipo de modelos corporales para ver cuáles funcionaban mejor.
¿Por qué se produjo la explosión cámbrica? La vida ya existía sobre la Tierra desde hacía quizá 3.500 millones de años pero, durante todo ese tiempo, había adoptado formas muy simples. ¿Que había hecho que de pronto apareciese tanta variedad y complejidad?
Davidson y Cameron de CalTech y Peterson de UCLA han argumentado que la razón para la simplicidad anterior a la explosión cámbrica fue, bien, muy simple: hasta ese momento, las células fertilizadas estaban muy limitadas en el número de veces que podían dividirse; parecía que el máximo eran más o menos diez divisiones. Y diez divisiones da unas 1.024 células, lo que produce criaturas bastante pequeñas y no muy sofisticadas.
Pero a principios del Cámbrico, esa limitación de diez divisiones se hizo añicos por el desarrollo de un tipo nuevo de célula, que todavía se ve en algunos organismos vivos; esas células podían dividirse muchas más veces y se usaron para definir el espacio morfológico —la forma fundamental del cuerpo— de todo tipo de organismos nuevos. (Aunque la Tierra tenía 4.000 millones de años de edad cuando se produjo tal hecho, lo mismo aconteció —romper el límite de las diez divisiones— en el mundo natal de Hollus cuando sólo tenía 2.000 millones de años; en ese punto la vida también dejó de dar vueltas y comenzó a evolucionar en serio.)
El Burgess Shale de la Tierra contiene nuestros ancestros más directos: Pikaia, el primer animal con notocorda de la que luego evolucionaría la columna nerviosa. Aun así, casi todos los fósiles animales que se encuentran allí son claramente invertebrados, por tanto, una exposición especial sobre esos fósiles debería haber sido organizada por el paleontólogo jefe del RMO encargado de invertebrados, Caleb Jones.
Pero Jonesy iba a retirarse en unos meses —nadie había comentado, al menos no a mí, el hecho de que el RMO iba a perder dos de sus paleontólogos jefe casi simultáneamente— y yo era el que mantenía la relación personal con la gente del Smithsonian, donde habían terminado los fósiles Burgess de Walcott antes de que Canadá aprobase una ley para proteger sus antigüedades. También ayudé a organizar una serie de conferencias públicas para acompañar la exposición; en su mayoría las darían nuestro propio personal (incluyendo a Jonesy), pero también habíamos conseguido que Stephen Jay Gould, cuyo libro La vida maravillosa trata de los fósiles de Burgess Shale, viniese desde Harvard para dar una charla. La exposición estaba generando muchos ingresos para el RMO; ese tipo de cosas siempre obtenían mucho eco en la prensa y por tanto atraían a grandes multitudes.
Había estado muy animado con respecto a la exposición cuando la propuse, y aún más cuando se aprobó y el Smithsonian aceptó participar, aprobando combinar sus fósiles con los nuestros para una exposición en común.
Pero ahora…
Ahora con el cáncer…
Ahora no es más que un incordio, una molestia.
Otra cosa más en el plato.
Otra reclamación de mi ya limitado tiempo.
Contárselo a Ricky fue lo más duro.
Si yo hubiese sido como mi padre —si me hubiese conformado con una licenciatura y un trabajo normal de nueve a cinco— las cosas hubiesen sido diferentes. Probablemente hubiese tenido mi primer hijo a los veintitantos —y por tanto, para cuando tuviese la edad que tenía ahora, ese hijo tendría más de treinta años, y quizá ya tuviese hijos propios.
Pero yo no era mi padre.
Obtuve la licenciatura en 1968, cuando tenía veintidós.