—¿Y luego parte de ella fue transferida aquí en meteoritos?
—Exacto. Como un treinta y seis por ciento de todo el material arrancado de Marte por impactos meteóricos con el tiempo acabaría atraído por la Tierra, y muchas formas de microbios pueden sobrevivir a la congelación. Explica con ingenio por qué las rocas más antiguas de la Tierra registran vida completa, aunque el ambiente era demasiado volátil para que apareciese aquí.
—Guau —dije, muy consciente de que la respuesta no era la más adecuada—. Supongo que un meteoro con vida de allá podría haber l egado aquí. Después de todo, toda forma de vida en este planeta comparte un antepasado común.
Hollus parecía asombrado.
—¿Toda la vida en este planeta comparte un antepasado común?
—Claro.
—¿Cómo lo sabéis?
—Comparamos el material genético de distintas formas de vida, y, juzgando por las divergencias, podemos determinar cuánto hace que compartieron el mismo antepasado. Por ejemplo, ¿has visto a Old George, el chimpancé disecado que tenemos en el diorama de la selva tropical de Budongo?
—Sí.
—Bien, los humanos y los chimpancés difieren genéticamente sólo en un 1,4 por ciento.
—Si me lo perdonas, diría que no parece correcto disecar y exhibir a un pariente tan cercano.
—Ya no lo hacemos —dije—. Tiene ya más de ochenta años —decidí no mencionar al aborigen australiano disecado que solían mostrar en el Museo Americano de Historia Natural—. De hecho, el concepto de derechos para los simios ha ganado mucho crédito debido a los estudios genéticos.
—¿Y tales estudios demuestran que toda la vida en el planeta tiene un antepasado común?
—Claro.
—Increíble. Tanto en Beta Hydri y Delta Pavonis, creemos que se produjeron muchos sucesos biogenerativos. Por ejemplo, la vida en mi mundo apareció al menos seis veces durante el periodo inicial de 300 millones de años. —Hizo una pausa—. ¿Cuál es el nivel más alto en vuestro sistema jerárquico de clasificación biológica?
—Reinos —dije—. Normalmente reconocemos cinco: Animalia, Plantae, Fungi, Moriera y Protista.
—¿Animalia son los animales? ¿Y Plantae las plantas?
—Sí.
—¿Todos los animales se agrupan juntos? ¿Lo mismo con todas las plantas?
—Sí.
—Fascinante. —Su torso esférico se agitó con fuerza—. En mi mundo, tenemos un nivel por encima de ésos, consistente en los seis… bien, «dominios» sería una traducción apropiada… los seis dominios de los seis acontecimientos creativos diferentes; en cada uno de ellos existen tipos separados de plantas y animales. Por ejemplo, nuestros pentápodos y octópodos no tienen la más mínima relación; los estudios cladísticos han demostrado que no tienen antepasados comunes.
—¿En serio? Aun así, deberíais ser capaces de emplear la técnica de ADN que he descrito para determinar las relaciones evolutivas entre miembros del mismo dominio.
—Los dominios se han entremezclado durante eones —dijo Hollus—. El genoma de mi propia especie contiene material genético de los seis dominios.
—¿Cómo es posible eso? Como dijiste con respecto a Spock, la idea de que miembros de especies diferentes, incluso del mismo dominio, tuviesen descendientes es ridícula.
—Creemos que los virus jugaron un papel muy importante durante mil ones de años en el movimiento de material genético entre los dominios.
Medité la idea. Se había sugerido que, en la Tierra, el material innecesario transferido a las formas de vida por los virus explican gran parte del ADN basura —el noventa por ciento del genoma humano que no codificaba proteínas—. Y, evidentemente, los genetistas de hoy transferían deliberadamente genes de vacas a patatas, y demás.
—¿Los seis dominios están basados en el ADN? —pregunté.
—Como he dicho, toda forma de vida compleja que hemos descubierto está basada en el ADN —dijo Hollus—. Pero con el ADN cruzándose entre dominios durante nuestra historia, el estudio comparativo que has sugerido no es algo con lo que hayamos tenido mucho éxito. Los animales que están claramente muy relacionados debido a los detalles evidentes del cuerpo pueden mostrar intrusiones importantes y recientes de ADN nuevo venido de otro dominio, lo que haría que el porcentaje de desviación entre las dos especies fuese engañosamente grande.
—Interesante —dije. Se me ocurrió una idea, demasiado alocada para expresarla en voz alta. Si, como decía Hollus, el ADN era empleado universalmente por todas las formas de vida, y el código genético era el mismo en todas partes, e incluso formas de vida de dominios diferentes incorporaban ADN de otros, entonces ¿por qué no podrían hacer lo mismo dos formas de vida de mundos diferentes?
Quizá después de todo Spock no fuese tan improbable.
18
Todavía no era el domingo por la noche, pero J. D. Ewell y Cooter Falsey visitaron el RMO de todas formas, para familiarizarse con la disposición del museo.
—¡Nueve dólares por entrar! —exclamó Falsey una vez que hubieron atravesado la Rotonda para l egar al mostrador de admisión y tuvo la oportunidad de consultar los carteles adecuados.
—Son sólo dólares canadienses —dijo Ewell—. Es como dólar y medio en Estados Unidos —metió la mano en la cartera y sacó dos de los llamativos bil etes de diez dólares morados canadienses que había recibido como cambio de un billete de cincuenta dólares americanos de la cena de la noche anterior en el Red Lobster. Se lo dio a la mujer de mediana edad tras el mostrador, y ella le entregó un recibo, una moneda canadiense de dos dólares, y dos identificaciones de plástico que decían «ROM» con una pequeña corona sobre la «O».
—Se ponen en la camisa —explicó la mujer con deseos de ayudar—. Para mostrar que habéis pagado.
—Ah —dijo Ewell, pasándole una a Falsey y poniéndose la otra.
La mujer les entregó un folleto reluciente.
—Aquí tienen un mapa de las galerías —dijo—. Y hay un servicio de guardarropa ahí al lado —indicó a la derecha.
—Muchas gracias —dijo Ewell.
Siguieron caminando. Un hombre de piel obscura ataviado con un turbante marrón y la chaqueta azul de un agente de seguridad, camisa blanca y corbata roja, estaba de pie en la parte alta de los cuatro anchos escalones que salían de la Rotonda.
—¿Dónde está la Bogus Shale? —preguntó Ewell.
El guardia sonrió, como si Ewell hubiese dicho algo gracioso.
—Por al í; la entrada está junto al guardarropa.
Ewell asintió, pero Falsey había seguido avanzando. Justo delante, dos gigantescas escaleras l egaban en arco hasta este nivel, una a la izquierda y otra a la derecha. Era fácil comprobar que cada conjunto de escalones de piedra subía tres pisos, y que el de la derecha llegaba hasta el sótano. Cada escalera rodeaba un enorme tótem de madera obscura. Falsey se había detenido junto a uno de los tótems y miraba hacia arriba. El tótem se elevaba hasta el mismo techo y estaba coronado por un águila tallada. La madera carecía de pintura, y tenía largas grietas verticales.
—Mira eso —dijo Falsey.
Ewell miró. Símbolos paganos de pueblos salvajes.
—Vamos —dijo.
Los dos volvieron a la Rotonda. Junto al guardarropa había unas puertas de vidrio abiertas, con una señal de piedra encima que decía Sala de Exposiciones Garfield Weston; había gavillas de trigo a cada lado del nombre Weston. Encima de él había una bandolera de tela azul oscuro que proclamaba en letras blancas:
A ambos lados de las puertas estaban los logotipos y nombres de los patrocinadores corporativos que habían hecho posible la exposición, incluyendo el Banco de Montreal, Abitibi-Price, Bell Canada y el Toronto Sun.