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Christine hizo un gesto hacia mí, como si eso sólo tuviese sentido sabiendo quién era el padre de Ricky. Incliné la cabeza agradeciendo el cumplido no expresado. Luego volvió a guardar silencio durante un tiempo.

—He estado hablando con Petroff en Recursos Sanitarios. Dice que tu cobertura es completa. Podrías acogerte a una baja completa y recibir el ochenta y cinco por ciento de tu salario.

Parpadeé y sopesé con cuidado mis siguientes palabras.

—No estoy seguro de que sea obligación tuya discutir mi protección social con nadie.

Christine levantó ambas manos, con las palmas hacia fuera.

—Oh, no hablé de tu situación en particular. Sólo pregunté por el caso general de un empleado que padezca can… una enfermedad importante —había empezado a decir, «cáncer», claro, pero no había conseguido emplear la palabra. Luego sonrió—. Y estás cubierto. No tienes que trabajar más.

—Lo sé. Pero quiero trabajar.

—¿No preferirías pasar el tiempo con Suzanne y Rich… Ricky?

—Susan tiene su trabajo, y Ricky está en primero; pasa todo el día en la escuela.

—Aun así, Tom, piensa… ¿no es hora de que te enfrentes a los hechos? Ya no estás en condiciones de dar el cien por cien en tu trabajo. ¿No es hora de aceptar la baja?

Sufría dolor, como siempre, y eso me hacía más difícil controlar la furia.

—No quiero ninguna baja —dije—. Quiero trabajar. Maldición, Christine, mi oncóloga dice que es bueno para mí que venga a trabajar todos los días.

Christine agitó la cabeza, como entristecida por no poder apreciar la visión amplia.

—Tom, yo tengo que pensar en lo mejor para el museo —respiró profundamente—. Seguramente conoces a Lil ian Kong.

—Claro.

—Bien, sabes que dimitió como conservadora de fósiles de vertebrados en el Museo Canadiense de Naturaleza para…

—Para protestar por los recortes gubernamentales en museos; sí, lo sé. Se fue a la Universidad de Indiana.

—Exacto. Pero me han l egado rumores de que allí no está contenta. Creo que si me doy prisa podría atraerla al RMO. Sé que el Museo de las Rocosas la quiere también, así que no va a estar disponible durante mucho tiempo…

No terminó la frase, esperando que yo la completase por el a. Enderecé al espalda y no dije nada. Ella pareció tomarse a mal tener que dejarlo claro.

—Y, bien, Tom, tú vas a dejarnos.

Se me pasó un chiste viejo por la mente: los viejos conservadores nunca mueren; simplemente se convierten en parte de sus colecciones.

—Todavía puedo ser útil.

—Las probabilidades de que yo pueda conseguir alguien tan cualificado como Kong dentro de un año son bastante pequeñas.

Lillian Kong era una paleóntologa muy buena; había realizado unas investigaciones asombrosas sobre Ceratópsidos y había obtenido una gran publicidad, incluyendo el aparecer en la portada de Newsweek y Maclean's por su contribución a la controversia dinosaurio-ave. Pero, como Christine, opinaba que había que simplificar para el pueblo; las exposiciones del Museo Canadiense de Naturaleza se habían convertido, bajo su dirección, en populistas y empalagosas, dejando de ofrecer información. Sin duda se convertiría en una aliada en el deseo de Christine de convertir el RMO en una «atracción», y ciertamente aceptaría presionar a Hollus para participar en actividades cara al público, algo a lo que yo me negaba en redondo.

—Christine, no me eches.

—Oh, no tendrías que irte necesariamente. Podrías quedarte investigando. Eso te lo debemos.

—Pero tendría que abandonar la dirección del departamento.

—Bien, el Museo de las Rocosas le ofrece una posición muy importante; yo no podría atraerla aquí con nada menos que… que…

—Que mi puesto —dije—. Y no puedes permitirte pagarnos a los dos.

—Podrías aceptar la baja, pero seguir viniendo para mostrarle cómo van las cosas.

—Si has estado hablando con Petroff, sabes que eso no es cierto. La compañía de seguros no pagará a menos que declare estar demasiado enfermo para trabajar. Ahora, sí, han dejado claro que en un caso terminal no van a ponerse a discutir. Si digo que estoy demasiado enfermo, me creerán… pero no puedo seguir viniendo a la oficina y cobrar.

—Conseguir a una investigadora de la talla de Lillian sería genial para el museo —dijo Christine.

—No es precisamente la única opción para reemplazarme —dije—. Cuando tenga que irme, podrás ascender a Darlene, o… o hacerle una oferta a Ralph Chapman; hacer que se traiga aquí su laboratorio de morfometría aplicada. Eso sería un buen golpe.

Christine extendió los brazos. Todo era demasiado grande para el a.

—Lo lamento, Tom. Realmente lo lamento.

Yo crucé los brazos sobre el pecho.

—Esto no tiene nada que ver con encontrar al mejor paleontólogo. Esto está relacionado con nuestro desacuerdo sobre la forma en que diriges este museo.

Christine hizo un esfuerzo bastante creíble de parecer herida.

—Tom, me insultas.

—Lo dudo —dije—. Y… y, además, ¿qué iba a hacer Hollus?

—Bien, estoy segura de que querrá continuar con sus investigaciones —dijo Christine.

—Hemos estado trabajando juntos. Confía en mí.

—Trabajará igual de bien con Lillian.

—No, no será así —dije—. Somos… —me sentía tonto al decirlo—. Somos un equipo.

—Él simplemente necesita un paleontólogo competente como guía, y, bien, perdóname, Tom, estoy segura de que admites que debería ser alguien que esté aquí dentro de unos años, alguien que pueda documentar todo lo que aprenda del alienígena.

—Llevo un diario meticuloso —dije—. Lo estoy apuntando todo.

—En todo caso, por el bien del museo…

Estaba poniéndome cada vez más furioso —y me sentía más envalentonado.

—Yo podría ir a cualquier museo o universidad con una colección de fósiles decentes y Hollus vendría conmigo. Podría recibir una oferta de cualquier sitio y, acompañado de un alienígena, a nadie le importaría mi salud.

—Tom, sé razonable.

«No tengo por qué ser razonable», pensé. Nadie que pase por lo que estoy pasando yo tiene que ser razonable.

—No es negociable —dije—. Si yo me voy Hollus se va.

Christine dejó claro que examinaba el grano de la madera de su mesa, repasándolo con el dedo índice.

—Me pregunto cómo reaccionaría Hollus si supiese la forma en que le estás usando.

—Me pregunto cómo reaccionaría él si le dijese cómo me tratas —dije alzando la barbilla.

Los dos guardamos silencio durante un tiempo. Finalmente, dije:

—Si no hay nada más, debo volver al trabajo. —Me esforcé por no dar énfasis a la última palabra.

Christine permaneció sentada inmóvil, y me puse en pie y salí, con el dolor atravesándome, aunque, lógicamente, no permití que se notase.

20

Entré en mi despacho convertido en una furia. Durante mi ausencia, Hollus había estado examinando unos vaciados endocraneales; animado por mis comentarios anteriores, ahora exploraba la evolución de la inteligencia en los mamíferos después del límite Cretácico/Terciario. Nunca estaba seguro de leer correctamente su lenguaje corporal, pero él no parecía tener problemas en leer el mío.

—«Pa» «re» «ces» «mo» «les» «to» —dijo.

—La doctora Dorati… la directora del museo, ¿te acuerdas? —Se había encontrado con ella varias veces, incluyendo la vez en que apareció el primer ministro—. Ha intentado obligarme a tomar una baja indefinida por incapacidad. Quiere que me vaya.

—¿Por qué?

—Soy el Caza vampiros en potencia, ¿recuerdas? En el museo soy su oponente político. Ha llevado al RMO por una dirección a la que muchos de los conservadores nos oponemos. Y ahora ha visto la oportunidad de reemplazarme con alguien que comparta sus puntos de vista.