—Pero una baja por incapacidad… eso debe de estar relacionado con tu enfermedad.
—No tiene ninguna otra forma de obligarme a irme.
—¿Cuál es la naturaleza de vuestra disputa?
—Creo que el museo debería ser un lugar para el conocimiento y debería ofrecer toda la información posible sobre cada una de sus exposiciones. Ella cree que el museo debe ser una atracción turística y no debería intimidar a las personas normales con muchos datos, cifras y palabras complicadas.
—¿Y es un asunto importante?
Me sorprendió la pregunta. Me había parecido importante cuando empecé a luchar contra Christine tres años antes. Incluso la definí, en una entrevista en el Toronto Star sobre toda la controversia en el RMO como «la lucha de mi vida». Pero eso fue antes de que el doctor Noguchi me mostrase los puntos obscuros en la radiografía, antes de que empezase a sentir dolor, antes de la quimioterapia, antes de…
—No lo sé —dije con sinceridad.
—Lamento lo de tus dificultades —dijo Hollus.
Me mordí el labio inferior. No tenía derecho a decir esto:
—Le dije a la doctora Dorati que tú te irías si el a me obligaba a dejarlo.
Hollus guardó silencio durante un buen rato. En Beta Hydri III él mismo había sido un académico; sin duda comprendía el prestigio que su presencia confería al RMO. Pero quizá le había ofendido enormemente, convirtiéndole en un peón en una contienda política. Claramente podía anticipar varios movimientos, podía prever que podría volverse desagradable. Me había pasado; ya lo sabía.
Y sin embargo…
Y sin embargo, ¿quién podría echármelo en cara? Christine iba a ganar de todas formas. Ganaría demasiado pronto.
Hollus señaló el aparato que tenía sobre la mesa.
—Ya has usado antes ese dispositivo para comunicarte con otras personas dentro del edificio —dijo.
—¿El teléfono? Sí.
—¿Puedes conectarme con la doctora Dorati?
—Mm, sí, pero…
—Hazlo.
Vacilé un momento, luego levanté el auricular y marqué la extensión de tres dígitos de Christine.
—Dorati —dijo la voz de Christine.
Intenté pasarle el auricular a Hollus.
—No puedo usarlo —dijo. Claro que no podía; tenía dos bocas separadas. Pulsé la tecla que activaba el altavoz y le indiqué que hablase.
—Doctora Dorati, soy Hollus deten stak Jaton. —Era la primera vez que oía el nombre completo del forhilnor—. Estoy agradecido por su hospitalidad al permitirme realizar aquí mis investigaciones, pero la l amo para informarle de que Thomas Jericho es parte integral de mi trabajo y que si él abandona este museo, yo le seguiré a donde vaya.
Se produjo un silencio sepulcral durante varios segundos.
—Comprendo —dijo la voz de Christine.
—Termina la conexión —me dijo Hollus. Colgué el teléfono.
Mi corazón se agitaba de emoción; no tenía ni idea si Hollus había hecho lo correcto. Pero me conmovió profundamente su apoyo.
—Gracias —dije.
El forhilnor flexionó sus rodillas superiores e inferiores.
—La doctora Dorati estaba completamente en su izquierda.
—¿En su izquierda?
—Lo lamento. Quiero decir que lo que hizo estaba mal desde mi punto de vista. Intervenir era lo menos que podía hacer.
—Yo también opinaba que estaba mal —dije—. Pero… bien, pensé que quizá también estuvo mal que yo le dijese que tú te irías si yo me iba.
Guardé silencio durante un tiempo, y al final Hollus respondió:
—Gran parte de lo que está bien o mal es difícil de decidir —dijo—. Probablemente yo hubiese hecho lo mismo de haber estado en tu lugar —se agitó de arriba abajo—. En ocasiones me gustaría tener la capacidad de un wreed para estas cosas.
—Ya lo mencionaste antes —repuse—. ¿Por qué a los wreeds les resultan más fáciles las cuestiones morales?
Hollus se balanceó ligeramente de unos pies a otros.
—Los wreeds están libres de la carga del raciocinio… del tipo de lógica que tú y yo empleamos. Aunque puede que la matemática les confunda, pensar sobre preguntas filosóficas, sobre el sentido de la vida, sobre ética y moral, nos confunde a nosotros. Nosotros poseemos un sentido intuitivo sobre lo correcto y lo incorrecto, pero toda teoría de la moral que concebimos falla. Me mostraste esas películas de Star Trek…
Cierto; le habían intrigado tanto los episodios que habíamos visto que quiso ver las tres primeras películas clásicas.
—Sí —afirmé.
—Había una en la que moría el híbrido imposible.
—La ira de Khan —dije.
—Sí. En ésa, se hablaba mucho de que la necesidad de la mayoría supera a las necesidades de la minoría, o del individuo. Los forhilnores tenemos ideas similares. Es un intento de aplicar la matemática, algo que se nos da bien, a la ética, algo que no se nos da bien. Pero tales intentos siempre fracasan. En la película en la que el híbrido renacía…
—En busca de Spock —dije.
Sus ojos se unieron.
—En ésa, descubrimos que la primera formulación era errónea, y que de hecho, «las necesidades de uno superan a las necesidades de muchos». Parecía intuitivamente correcto que el tipo con el pelo falso y los otros deberían estar dispuestos a sacrificar sus vidas para salvar a un camarada con el que no compartían parentesco, aunque eso desafíe a la lógica matemática. Y sin embargo, sucede continuamente: muchas sociedades humanas y todas las forhilnores son democráticas; están consagradas al principio de que cada individuo tiene el mismo valor. Es más, he visto la gran frase inventada por vuestros vecinos del sur: «Sostenemos que estas verdades son evidentes, que todos los hombres han sido creados iguales.» Y sin embargo, las personas que escribieron esas palabras poseían esclavos, ignorando la ironía, por emplear la palabra que me has enseñado, de tal hecho.
—Cierto —dije.
—Muchos científicos humanos y forhilnores han intentado reducir el altruismo a imperativos genéticos, sugiriendo que el grado de sacrificio que estamos dispuestos a realizar por otro es directamente proporcional a la cantidad de material genético compartido. Tú y yo, dicen esos científicos, no nos sacrificaríamos necesariamente por salvar un hermano o un hijo, pero lo consideraríamos justo si nuestra muerte salvase a dos hermanos o hijos, ya que entre ellos tienen la misma cantidad de nuestros genes que nosotros también poseemos. Y con seguridad nos sacrificaríamos por salvar a tres hermanos o hijos, ya que esa cantidad representa una mayor concentración de material genético de la contenida en nuestros cuerpos.
—Yo moriría por salvar a Ricky —dije.
Señalé la fotografía sobre mi mesa, con el fondo de cartón enfrentado a Hollus.
—Y sin embargo, si comprendo lo que dijiste, Ricky no es tu hijo natural.
—Así es. Sus padres biológicos no le quisieron.
—Lo que resulta confuso a dos niveles: que los padres pudiesen elegir rechazar a un hijo sano y que un no padre pudiese elegir adoptar al hijo de otro. Y evidentemente, hay mucha gente que, desafiando la lógica genética, ha elegido no tener hijos. Simplemente no hay fórmula que describa con éxito la amplitud de las elecciones humanas y forhilnores en las áreas del altruismo y el sacrificio; no se pueden reducir a matemática.
Pensé en el o; ciertamente, el que Hollus interviniese a mi favor ante Christine era altruista, pero era evidente que no tenía absolutamente nada que ver con favorecer a un pariente genético.
—Supongo —dije.
—Pero —dijo Hollus—, nuestros amigos los wreeds, al no haber desarrol ado nunca la matemática tradicional, jamás se asombran ante esas preguntas.