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—Bien, ciertamente el os me asombran a mí —dije—. Durante años, a menudo me he quedado despierto en la cama intentado resolver problemas morales —me vino a la cabeza el viejo chiste del agnóstico disléxico e insomne que se queda despierto por las noches preguntándose si existe el perro—.∗Es decir, ¿de dónde proviene la moral? Sabemos que es malo robar, y… —hice una pausa—. Lo sabes, ¿no? Es decir, ¿los forhilnores tienen un tabú contra el robo?

—Sí, aunque no es innato; los niños forhilnores cogen todo lo que encuentran.

—Es igual con los niños humanos. Pero crecemos para comprender que está mal y, sin embargo… y sin embargo ¿por qué creemos que está mal? Si incrementa el éxito reproductivo, ¿no debería estar favorecido por la evolución? Ya que estamos, creemos que la infidelidad está mal, pero es evidente que podría aumentar mi éxito reproductivo impregnando a varias hembras. Si el robo es ventajoso para los que lo practican con éxito, y el adulterio es una buena estrategia, al menos para los machos, para incrementar la presencia en el acervo genético, ¿por qué creemos que están mal? ¿La moral producida por la evolución no debería ser de la del estilo de Bill Clinton… disculparte si te pillan?

Los pedúnculos de Hollus se movieron con mayor rapidez de lo normal.

—No tengo respuesta —dijo—. Luchamos por obtener soluciones a los problemas morales, pero éstos siempre nos derrotan. Importantes pensadores, tanto humanos como forhilnores, han dedicado su tiempo a plantearse el sentido de la vida y cómo sabemos que algo es moralmente erróneo. Pero a pesar de siglos de esfuerzo, no se han realizado progresos. Esas preguntas están tan lejos de nuestra comprensión como «¿cuánto es dos más dos?» para los wreeds.

Agité la cabeza incrédulo.

—Sigue resultándome increíble que simplemente no puedan comprender que dos objetos más dos objetos adicionales sean cuatro objetos.

El forhilnor inclinó el cuerpo hacia mí flexionando las rodil as inferiores de tres de las patas.

—Y a ellos les resulta increíble que no podamos comprender las verdades subyacentes a los asuntos morales. —Hizo una pausa—. Nuestra mente despedaza: descomponemos problemas en trozos más manejables. Si nos preguntamos cómo un planeta se mantiene en órbita alrededor de su sol, podemos plantear numerosas preguntas más simples, cómo es que una piedra permanece en el suelo, por qué está el sol en el centro del sistema solar, y resolviéndolas, podemos responder con toda confianza a la pregunta mayor. Pero los problemas de la ética y la moral y el significado de la vida son aparentemente irreducibles, como los ciliums en las células; no hay partes componentes que puedan tratarse aisladamente.

—¿Quieres decir que ser un científico, un ser lógico, como… bien, digamos tú y yo… es  Chiste basado en que en inglés las palabras «god» [dios] y «dog» [perro] son una la inversa de la otra. (N. del T.) fundamentalmente incompatible con estar en paz con los asuntos morales y espirituales?

—Algunos tienen éxito en ambas esferas… pero normalmente lo hacen compartimentalizando. A la ciencia se la hace responsable de ciertos asuntos; a la religión de otros. Pero hay poca paz para los que buscan una única y amplia visión del mundo.

La apuesta de Pascal me vino a la mente: era más seguro, dijo, apostar por la existencia de Dios, incluso si no existía, que arriesgarse a la condenación eterna por equivocarse. Evidentemente, Pascal era matemático; tenía una mente lógica y racional buena para manipular números, una mente humana. El viejo Blaise no podía elegir el tipo de cerebro que tenía; se lo había creado la evolución, al igual que el mío.

Pero ¿y si yo hubiese podido elegir?

Si pudiese cambiar algo de confusión ante los hechos a cambio de algo de certidumbre en las cuestiones de ética, ¿lo haría? ¿Qué es más importante: conocer las relaciones filogenéticas exactas entre las distintas ramas del arbusto evolutivo o conocer el sentido de la vida?

Hollus se fue ese día, la imagen agitándose y desapareciendo, dejándome a solas con mis libros, fósiles y tareas sin terminar.

Me encontré pensando en las cosas que deseaba hacer por última vez antes de morir. En este punto, comprendí que tenía más deseo de repetir antiguos placeres que experimentar nuevos.

Evidentemente, algunas de las cosas que quería repetir eran innegables: hacer el amor con mi mujer, abrazar a mi hijo, ver a mi hermano Bil .

Y estaban las menos obvias —las cosas que me eran únicas—. Quería ir de nuevo al Octagon, mi restaurante de carne favorito en Thornhill, el lugar en el que me declaré a Susan. Sí, incluso con la náusea provocada por la quimioterapia, deseaba hacerlo de nuevo.

Quería ver Casablanca de nuevo. Here's looking a you, kid…1

Quería ver a los Blue Jays ganar la Serie Mundial una vez más… pero supongo que no había muchas posibilidades.

Quería volver a Drumheller y caminar entre esas extrañas formaciones, los hoodoos, bebiendo en el atardecer de las Badlands con los coyotes aullando de fondo y los restos de fósiles esparcidos a mi alrededor.

Quería volver a visitar mi viejo vecindario en Scarborough. Quería recorrer las cal es de mi juventud, mirar a la vieja casa de mis padres y visitar el patio de la escuela pública Lyon Mackenzie King, y dejar que me asaltasen los recuerdos de amigos de hace décadas.

Quería desempolvar mi viejo equipo de radioaficionado, y escuchar —simplemente escuchar— las voces en la noche, hablando desde todos los rincones del mundo.

Pero, sobre todo, quería ir con Ricky y Susan a nuestra casita en Otter Lake, y sentarme en el embarcadero al anochecer, a finales del verano de forma que los mosquitos y las moscas negras hayan desaparecido, y ver cómo se eleva la luna y, con el 1 Frase mítica de la película que Rick le dice a Usa durante la escena del flashback en París y que luego le repite al final de la película. Por desgracia, el doblaje español de la frase no le hace ninguna justicia, por lo que he optado por dejarla en el original. (N. del T.) rostro marcado reflejado sobre las aguas tranquilas, escuchar la l amada de un colimbo y el sonido de los peces saltando en el lago, y reclinarme en la mecedora, con las manos tras la cabeza, lanzar un suspiro, y no sentir ningún dolor.

21

Por el momento, Susan no había dicho nada sobre los ampliamente publicitados comentarios de Salbanda sobre que el universo tuviese un creador —un creador que, aparentemente, al menos en cinco ocasiones, había intervenido directamente en el desarrollo de la vida inteligente.

Pero, finalmente, mantuvimos nuestra conversación. Fue una que jamás había previsto. Yo había cumplido su capricho, cediendo a su fe, aceptando casarnos en una ceremonia religiosa. Pero yo siempre había sabido que yo era el bien informado, yo tenía razón, yo era quien sabía realmente cómo funcionaban las cosas.

Susan y yo estábamos sentados fuera, sobre la tarima. Era una tarde de abril anormalmente cálida. Ella iba a llevar a Ricky a su lección de natación; a veces le l evaba yo, a veces íbamos juntos, pero esta noche yo tenía otros planes. Ricky estaba en su habitación, cambiándose.

—¿Te ha dicho Hollus que busca a Dios? —preguntó Susan mirando a su taza de café.

Asentí.

—¿Y no me dijiste nada?

—Bien, yo… —dejé la frase incompleta—. No. No lo hice.

—Me hubiese encantado charlar con él sobre ese tema.

—Lo lamento —dije.

—Así que los forhilnores son religiosos —dijo, resumiendo la situación, al menos en lo que a ella respectaba.