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Pero en algún momento, la teoría más simple —la teoría que proponía el menor número de elementos— debía ser aceptada. En algún momento, debía dejar de exigirle a esa pregunta —esa pregunta entre todas— más pruebas que a cualquier otra teoría. En algún momento —quizás al final de tu vida— debes encararte con ella. En algún punto, las paredes deben desmoronarse.

—¿Quieres que lo diga? —dije. Me encogí ligeramente de hombros, como si la idea fuese un suéter que fuese preciso mover para que se ajustase correctamente—. Sí, fue Dios; era el creador.

Hice una pausa, dejando que las palabras flotasen libremente durante un tiempo, pensando si debía retirarlas. Pero no lo hice.

—Hace un tiempo dijiste, Hollus, que pensabas que Dios era un ser que de alguna forma había sobrevivido al anterior big crunch, que de alguna forma había conseguido seguir existiendo desde un ciclo anterior de la creación. Si eso es cierto, sería parte del cosmos. O, si no lo era hasta ahora, quizá tenga la habilidad, ¿cuál es la palabra que emplean los teólogos?, la habilidad de encarnarse. Dios adoptó forma física y se interpuso entre la estrella en explosión y nuestros tres mundos.

Y de pronto se me ocurrió otra idea.

—De hecho, ¡no fue la primera vez que hizo tal cosa! —exclamé—. Recuerda la supernova Vela de 1320 después de Cristo… una supernova casi tan cercana como Betelgeuse, una supernova cuyos restos se pueden detectar ahora, pero que nadie vio cuando se produjo, nadie la registró, ni siquiera los chinos aquí en la Tierra, nadie en otro sitio, nadie en tu planeta, ni nadie en el mundo wreed. Esa entidad intervino allí también, protegiéndonos de la radiación de la supernova. Tú mismo lo dijiste, la primera vez que hablamos sobre Dios; la tasa de formación de supernovas debe estar cuidadosamente equilibrada. Bien, si no puedes evitar las supernovas, ¿qué es lo segundo mejor?

Los pedúnculos de Hollus se acercaron. Pareció hundirse un poco, como si sus cinco piernas tuviesen problemas para sostenerla. Sin duda la idea de que la entidad fuese Dios se le había ocurrido a ella antes que a mí, pero estaba claro que no había pensado lo que eso implicaba con respecto a la supernova Vela.

—Dios no sólo provoca las extinciones masivas —dijo la forhilnor—. También las evita, cuando conviene a su propósito.

—Increíble, ¿no? —dije, sintiéndome tan inestable como lo parecía Hollus.

—Quizá debiésemos ir a verle —dijo Hollus—. Si ahora sabemos dónde está Dios, quizá deberíamos ir a verle.

La idea era pasmosa, inmensa. Sentí cómo mi corazón se desbocaba.

—Pero… pero lo que vimos en realidad sucedió cerca de Betelgeuse hace 400 años — dije—. Y se precisarían al menos otros 400 años para que la nave llegase hasta al í. ¿Por qué iba a quedarse Dios esperando durante 1.000 años?

—El periodo de vida típico de un humano o un forhilnor es de más o menos un siglo, que es más o menos 50 millones de minutos —dijo Hollus—. Dios es presumiblemente al menos tan viejo como el universo, que lleva existiendo 13.900 millones de años; incluso si estuviese cerca del final de su vida, para él un millar de años sería comparable a cuatro minutos para ti o para mí.

—Aun así, seguro que no va a malgastar el tiempo esperándonos.

—Quizá no. O quizá sabía que sus actos serían observados, llamando nuestra atención. Quizá disponga encontrarse al í de nuevo, en el único lugar en el que le hemos podido localizar, para un encuentro en el momento apropiado. Puede que parta para ocuparse de otros asuntos en el ínterin, para regresar luego. Parece ser muy móvil; presumiblemente si sabía que la arca de Groombridge iba a detonar Betelgeuse, se hubiese limitado a destruir el arca durante su camino. Pero una vez que se inició la explosión, llegó allí muy rápido… y podría regresar con igual rapidez, para cuando nosotros lleguemos al í.

—Si quiere encontrarse con nosotros. No es más que una posibilidad remota, Hollus.

—Sin duda lo es. Pero mi tripulación se embarcó en este viaje para encontrar a Dios; esto es lo más cerca que hemos estado, y por tanto debemos seguir por este camino —sus pedúnculos me miraron—. Estás invitado a unirte a nosotros en el viaje.

Mi pulso volvió a desbocarse, incluso más rápido que antes. Pero no podía ser para mí.

—No me queda tanto tiempo —dije en voz baja.

—La Merelcas puede acelerar en menos de un año hasta acercarse mucho a la velocidad de la luz —dijo Hollus—. Y una vez alcanzada semejante velocidad, la mayor parte de la distancia se recorrerá en lo que parecerá poco tiempo; evidentemente, hará falta otro año para desacelerar, pero en poco más de dos años subjetivos podríamos llegar a Betelgeuse.

—No tengo dos años.

—No, claro —dijo Hollus—. No si permaneces despierto durante el viaje. Pero creo que te conté que los wreeds viajan en animación suspendida; podríamos hacer lo mismo contigo, y no sacarte de la criopreservación hasta que no hayamos llegado a nuestro destino.

Mi visión se volvió borrosa. La oferta era increíblemente tentadora, una propuesta asombrosa, un regalo inimaginable.

De hecho…

De hecho, quizás Hollus pudiese congelarme hasta…

—¿Podríais congelarme indefinidamente? —pregunté—. Con el tiempo, seguro que se hallará una cura para el cáncer, y…

—Lo lamento, pero no —dijo Hollus—. El proceso produce una degradación; aunque la técnica es tan segura como la anestesia general durante un periodo máximo de cuatro años, nunca hemos reanimado con éxito a nadie después de más de diez años en criopreservación. Es adecuada para viajar, pero no es una forma de ir al futuro.

Ah, bien; en cualquier caso, jamás me vi siguiendo los pasos helados de Walt Disney. Pero, aun así, realizar ese viaje con Hollus, volar a bordo de la Merelcas para ver lo que podría ser el Dios real… era una idea increíble, un concepto pasmoso.

Y, comprendí de pronto, podría incluso ser lo mejor para Susan y Ricky, evitándoles la agonía de los últimos meses de mi vida.

Le dije a Hollus que tendría que pensarlo, que tendría que discutirlo con mi familia. Una posibilidad tan tentadora, una oferta tan seductora… pero había muchos factores a considerar.

Había dicho que Cooter fue a reunirse con su creador —pero en realidad no creía tal cosa—. Simplemente había muerto.

Pero quizá yo me reuniría con mi creador… mientras estuviese vivo.

32

—Hollus me ha ofrecido la oportunidad de ir con ella a su próximo destino —le dije a Susan cuando llegué a casa esa noche. Estábamos sentados en el sofá del salón.

—¿A Alpha Centauri? —respondió ella. Efectivamente aquélla había sido la siguiente, y última, parada de la Merelcas en su gran tour antes de dirigirse de nuevo a Delta Pavonis y luego a Beta Hydri.

—No, han cambiado de opinión. En su lugar, van a ir a Betelgeuse. Van a ver qué hay al í.

Susan guardó silencio durante un tiempo.

—¿No leí en el Globe que Betelgeuse está a 400 años luz de distancia?

Asentí.

—¿Así que no podrías volver en más de mil años?

—Desde el punto de vista de la Tierra, sí.

Guardó silencio un rato más. Después de un tiempo, decidí rel enar el vacío.

—Su nave tendrá que girar a medio camino y dirigir la llama de fusión hacia Betelgeuse. Así que en 250 años, la… la entidad verá esa luz brillante y sabrá que algo se acerca. Hollus tiene la esperanza de que él… ello… esperará nuestra llegada, o regresará para reunirse con nosotros.