Pero ése fue su único reconocimiento de nuestra presencia, al menos por lo que yo sabía. Volvía a desear tener ventanas de verdad: quizá si nos viese saludando respondería, moviendo uno de sus vastos seudópodos de obsidiana en un arco lento y majestuoso.
Era para volverse loco: al í estaba, a un tiro de piedra de lo que podría ser Dios, y parecía tan indiferente a mi presencia como, bien, cuando había comenzado a formarse el tumor en mis pulmones. En una ocasión, antes, había intentado hablar con Dios y no había recibido respuesta, pero ahora, maldición, seguro que la cortesía, al menos, exigía una respuesta; habíamos viajado más que cualquier humano, forhilnor o wreed hubiera hecho antes.
Pero la entidad no realizó ningún intento por comunicarse —o, al menos, ninguno que yo, Zhu, mi viejo compañero de viaje chino, Qaiser, la mujer esquizofrénica, o incluso Huhn, el gorila de dorso plateado, pudiésemos detectar—. Tampoco parecía que los forhilnores pudiesen contactar con él.
Pero los wreeds…
Los wreeds, con sus mentes radicalmente diferentes, con su forma diferente de ver, de pensar…
Y con su fe inquebrantable…
Los wreeds aparentemente se encontraban en comunicación telepática con el ser. Después de años de intentar hablar con Dios, ahora Dios, eso parecía, les hablaba, de una forma que sólo ellos podían detectar. Los wreeds no podían articular lo que les decía, de la misma forma que no podían articular de ninguna forma comprensible los conocimientos sobre el sentido de la vida que les daban tanta paz, pero empezaron a construir algo en el centrífugo de los wreeds.
Antes de que estuviese terminado, Lablok, la doctora forhilnor de la Merelcas, reconoció lo que era, basándose en sus principios de diseño generales: un gran útero artificial.
Los wreeds tomaron muestras genéticas del miembro más viejo de su contingente, una hembra llamada K't'ben, y del forhilnor más viejo, un ingeniero llamado Geedas, y…
No, no de mí, aunque me gustaría que así hubiese sido; hubiese significado conclusión, clausura.
No, tomaron la muestra de Zhu, el viejo granjero de arroz chino.
Hay cuarenta y seis cromosomas humanos.
Hay treinta y dos cromosomas forhilnores.
Hay cincuenta y cuatro cromosomas wreeds… aunque ellos no lo saben.
Los wreeds tomaron una célula forhilnor y extrajeron todo el ADN del núcleo. Luego con cuidado insertaron en esa célula conjuntos diploides de cromosomas de Geedas, K't'ben y Zhu, cromosomas que se habían dividido ya en tantas ocasiones que sus telómeros casi se habían reducido a nada. Y esa célula, conteniendo los 132 cromosomas de tres especies diferentes, se colocó con cuidado en el interior del útero artificial, donde flotó en una cuba de líquido conteniendo bases de purina y pirimidina.
Y luego sucedió algo asombroso —algo que hizo que mi corazón diese un vuelco, que hizo que los pedúnculos de Hollus se separasen al máximo—. Hubo un destello de luz brillante; los sensores de la Merelcas mostraron que el rayo de partículas había surgido exactamente del centro de la entidad negra, atravesando el útero artificial.
Observando con escáneres amplificadores, la interacción resultaba asombrosa.
Cromosomas de los tres mundos parecían buscarse entre sí, uniéndose para formar líneas más largas. Algunas consistían en dos cromosomas forhilnores unidos, con un cromosoma wreed en un extremo; Hollus había comentado el equivalente forhilnor del síndrome de Down y de cómo los cromosomas carentes de telómeros podían unirse por los extremos, una habilidad innata, aparentemente inútil, incluso dañina, pero ahora…
Otras cadenas consistían en cromosomas humanos colocados entre cromosomas forhilnor y wreed. Otras consistían en cromosomas humanos a ambos extremos de un cromosoma wreed. Unas pocas cadenas sólo tenían dos cromosomas de largo; normalmente uno humano y uno forhilnor. Y seis de los cromosomas wreeds permanecieron inalterados.
Ahora quedaba claro que las cadenas de ADN tenían capacidad de hacer más —mucho más— que simplemente morir o formar tumores después de que los telómeros hubiesen sido eliminados. Es más, los cromosomas sin telómeros estaban listos para el ansiado siguiente paso. Y ahora que finalmente formas inteligentes de múltiples mundos, con algo de ayuda, habían aparecido simultáneamente, esos cromosomas podían dar ese paso.
Ahora comprendía por qué existía el cáncer —por qué Dios necesitaba células que pudiesen seguir dividiéndose incluso después de que sus telómeros se hubiesen agotado—. Los tumores en formas de vida aisladas no eran más que un efecto secundario desafortunado; como había dicho T'kna: «El desarrollo específico de la realidad que incluyó el cáncer, presumiblemente indeseable, debía contener algo muy deseable.» Y lo muy deseable era esto: la habilidad de conectar cromosomas, para unir especies, para concatenar formas de vida —el potencial bioquímico de crear algo nuevo, algo más.
Bauticé a los cromosomas combinados como supersomas.
E hicieron lo que hacen los cromosomas normales: se reprodujeron, desenrollándose en toda su longitud, separándose en dos partes, añadiendo las bases correspondientes tomadas de la sopa nutriente —una citosina emparejándose con cada guanina; una timina con cada adenina— para rellenar la mitad ahora ausente.
Algo fascinante sucedió la primera vez que los supersomas se reprodujeron: la cadena se hizo más corta. Grandes secuencias de ADN intrónico —basura— desaparecieron durante el proceso de copia. Aunque los supersomas contenían tres veces más ADN activo que los cromosomas normales, las cadenas resultantes eran mucho más cortas. Los supersomas no superaban el límite teórico del tamaño de células biológicas; en realidad, acumulaban mayor información en un espacio más pequeño. Y, evidentemente, cuando los supersomas se reprodujeron, la célula que los contenía se dividió, creando otras dos.
Y luego esas dos células se dividieron.
Y otra vez, y otra.
Antes de mediados del Cámbrico, la vida sufría de un límite fundamental debido al hecho de que las células fertilizadas no podían dividirse más de diez veces, lo que limitaba de forma importante la complejidad del organismo resultante.
A continuación se produjo la explosión cámbrica, y la vida de pronto se hizo más compleja.
Pero seguía habiendo límites. Un feto sólo podía crecer hasta cierto tamaño —los bebés humanos, los wreeds y los forhilnores tenían todos alrededor de cinco kilos—. Bebés mayores hubiesen requerido canales imposiblemente anchos; sí, cuerpos mayores podrían contener cerebros mayores en el momento del nacimiento —pero gran parte de la masa cerebral adicional estaría dedicada a controlar un cuerpo mayor—. Quizá, sólo quizás, una bal ena fuese tan inteligente como un humano —pero no era más inteligente—. La vida aparentemente había alcanzado su límite final de complejidad.
Pero el feto con supersomas siguió creciendo más y más en el útero artificial. Habíamos esperado que se detuviese por sí solo en algún momento: oh, un forhilnor podría vivir su vida con un cromosoma de longitud doble; un niño humano podría sobrevivir durante un tiempo teniendo tres cromosomas veintiuno. Pero esta combinación, esta loca mezcla genética, este batiburrillo, seguro que era demasiado, seguro que superaba en demasía el límite de lo posible. La mayor parte de los embarazos —ya fuesen wreed, forhilnor o humanos— abortaban de forma espontánea al principio cuando algo salía mal en el desarrol o embrionario, normalmente incluso antes de que la madre sepa siquiera que está embarazada.