– Entiendo -asintió Moliarti con un movimiento afirmativo de cabeza-. En el fondo, lo que usted dice es que la expansión marítima portuguesa está llena de varios Bartolomeu Dias que permanecieron en el anonimato porque no tuvieron la suerte de encontrar a un Colón que rompiese la política de sigilo.
– Exactamente. Por otra parte, si nos fijamos bien, esta política no carecía de sentido. Los portugueses eran un pueblo pequeño y con recursos limitados, no habrían sido capaces de competir con las grandes potencias europeas en plan de igualdad si todos hubiesen compartido la misma información. Se dieron cuenta de que la información es poder y, conscientes de ello, la guardaron con certera avaricia, preservando así el monopolio del conocimiento sobre esta materia estratégica para su futuro. Es cierto que el silenciamiento no era total, sino selectivo, sólo se ocultaban determinados hechos sensibles. Fíjese en que había situaciones en las que, por el contrario, hasta era conveniente publicitar los descubrimientos, dado que la prioridad de exploración de un territorio era el primer criterio de la reivindicación de su soberanía.
El camarero del bar regresó con una bandeja equilibrada sobre la yema de los dedos; colocó en la mesa una tetera humeante, una taza y una azucarera; Tomás reparó en que se trataba de porcelana Vista Alegre con decoración famille verte, la loza blanca adornada con motivos de mariposas y hojas de morera, imitándola porcelana china del periodo K'ang Hsi. El camarero sirvió el té en la taza e insinuó una suave inclinación con la cabeza.
– Té gabalong japonés -anunció y se retiró de inmediato.
Tomás analizó el líquido que se balanceaba en la taza; el té verde era claro, límpido, y exhalaba un agradable vapor aromático. Echó dos cucharadillas de azúcar, revolvió con cuidado, haciendo tintinear la cucharilla en la porcelana, y lo probó; era realmente leve y afrutado.
– Hmm, qué delicia -murmuró apoyando la taza caliente-. ¿Por dónde iba?
– Por la política de sigilo.
– Ah, sí. Bien, todo eso para decir que esa política se practicó en realidad de una forma selectiva y tuvo como consecuencia práctica, para lo que nos interesa, que se silenció, por parte de los superiores intereses del Estado, la revelación de muchas de las más importantes navegaciones de los portugueses. En consecuencia, esos hechos acabaron siendo olvidados por la historia. Ocurrieron, pero, como no sabemos que ocurrieron, es como si no hubiesen ocurrido.
– Lo que nos lleva al descubrimiento de Brasil.
– Exactamente. Los textos oficiales datan el descubrimiento de Brasil el día 22 de abril de 1500, cuando la flota de Pedro Alvares Cabral, empujada por una tempestad después del camino de la India, se encontró con una colina alta y redonda, que los portugueses bautizaron como Monte Pascoal. Era la costa brasileña. La flota se quedó diez días en aquel lugar, reconociendo el nuevo territorio, denominado Tierra de Santa Cruz, y hasta reabasteciéndose y estableciendo contacto con las poblaciones locales. El 2 de mayo, la flota partió en dirección a la India, pero uno de los barcos, una pequeña nave de mantenimiento, regresó a Lisboa bajo el mando de Gaspar de Lemos, llevando a bordo cerca de una veintena de cartas que le hablaban del descubrimiento al rey don Manuel, incluido un notable texto del cronista Pero Vaz de Caminha. -Tomás se acarició el mentón-. Las primeras señales de que el descubrimiento puede no haber sido accidental radican en el tono de esa crónica, en la cual Caminha no manifiesta sorpresa alguna por haber encontrado tierra en aquellos parajes.
– Pero eso es subjetivo -contestó Moliarti-. Pueden haberse quedado sorprendidos, pero no haber expresado tal sorpresa en la crónica. O hasta puede haberles parecido natural que, al no conocer aquella zona del mundo, hubiese allí tierra.
– Es verdad. La ausencia de sorpresa en la crónica de Pero Vaz de Caminha, por sí sola, no tendría ningún significado en particular si no se la asociase a un conjunto de otros indicios. Y el segundo de esos indicios es la presencia de la propia navecilla en la flota de Cabral. Esa embarcación era demasiado frágil para realizar el viaje entre Lisboa y la India. Cualquier persona que entienda de navegación sabe que la nave no era apta para hacer todo el viaje, sobre todo considerando el paso tumultuoso del cabo de Buena Esperanza, también llamado por los marineros, de modo muy apropiado, «cabo de las Tormentas». Ahora bien, los portugueses eran por aquel entonces los mejores marinos del mundo, por lo que no ignoraban tal evidencia. ¿Por qué demonios, entonces, integraron una embarcación tan pequeña en aquella flota de grandes navíos? -Tomás dejó la pregunta flotando en el aire-. Sólo hay una explicación posible. Sabían de antemano que la navecilla no haría todo el viaje. Más aún: eran conscientes, por anticipado, de que sólo haría una tercera parte del trayecto de ida y que se vería forzada a regresar a Lisboa para llevar la noticia del descubrimiento de una nueva tierra. Es decir, ellos ya sabían que había tierra en aquellos parajes y la navecilla se integró en la flota a propósito para que regresase con la noticia oficial.
– Es curioso y plausible, pero no concluyente.
– Estoy de acuerdo. Aunque hay un detalle que debe destacarse. Cuando la navecilla llegó a Lisboa, los marinos no dijeron nada acerca de lo ocurrido y la corte mantuvo en secreto la información sobre el descubrimiento de Brasil, que sólo se reveló después del regreso de Pedro Alvares Cabral. Claro que esto no era nada normal y demuestra un planeamiento anticipado de toda la operación.
– Vaya, vaya… Interesante. Sigue, no obstante, sin ser concluyente.
– Sí. Por ello aparece en escena el tercer indicio. O, mejor dicho, los terceros indicios. Me estoy refiriendo a dos mapas. El primero, el más importante, es un planisferio que realizó un cartógrafo portugués anónimo, por encargo de Alberto Cantino para Hércules d'Este, duque de Ferrara, en un manuscrito iluminado sobre pergamino con un metro de altura y dos de ancho. Como se desconoce el nombre del autor portugués, este enorme mapa es conocido como Planisferio de Cantino; actualmente se encuentra en una biblioteca de Módena, en Italia. En una carta fechada el 19 de noviembre de 1502, Cantino reveló que el mapa fue copiado de prototipos oficiales portugueses, sin duda de modo clandestino, debido a la política de sigilo, entonces en vigor. Lo importante en ese mapa es el hecho de que contiene un dibujo detallado de parte importante de la costa brasileña. Ahora hagamos cuentas. -Tomás sacó el bolígrafo y abrió una hoja limpia de la libreta de notas-. El mapa fue a parar a las manos de Cantino en noviembre de 1502, a más tardar, lo que nos muestra un intervalo de poco más de dos años entre el descubrimiento de Cabral y la llegada del planisferio a Italia. -Trazó en la hoja una línea horizontal, escribió en el ángulo izquierdo las palabras «Cabral, abril 1500», y en el otro extremo «Cantino, noviembre 1502»-. El problema es que Cabral no hizo ningún mapa detallado de la costa brasileña, por lo que las informaciones constantes del planisferio sólo podían resultar, en el mejor de los casos, de viajes posteriores -concluyó alzando dos dedos-. Bien, aparentemente, le tocó a João da Nova realizar el segundo viaje de los portugueses a Brasil, en abril de 1501, poco más de un año antes de que el Planisferio de Cantino llegase a las manos del duque de Ferrara. Pero atención: Joao da Nova no hizo específicamente el viaje para explorar la costa brasileña.