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– Aun así…

– ¿Ha ido ya a Sevilla a ver la tumba de Colón?

– Sí.

– ¿Y está seguro de que Colón está realmente allí?

– Bueno, es lo que dicen, ¿no?

– ¿Y si yo le digo que puede ser una patraña, que los restos mortales que se encuentran en Sevilla tal vez no son los de Colón?

El estadounidense lo miró con actitud interrogante.

– ¿No lo son?

Tomás sostuvo la mirada y meneó la cabeza.

– Hay quien dice que no.

Moliarti se encogió de hombros.

– Who cares?

– Exactamente. ¿Cuál es el problema? Lo que interesa es el valor simbólico. Tal vez no sea Colón quien está allí, pero la verdad es que aquel cuerpo representa a Colón. Es un poco como la tumba del Soldado Desconocido, que, pudiendo ser de cualquier persona, hasta de un desertor o de un traidor, representa a todos los soldados.

Una multitud comenzó a avanzar por la puerta axial, como una creciente cada vez más copiosa, parloteando con un murmullo nervioso, excitado; eran turistas españoles traídos por un autocar que acababa de llegar a los Jerónimos y que se desparramaban por el santuario como hormigas voraces, con cámaras colgadas del cuello y pasteles de nata en la mano. La invasión española, con su alga/ara desordenada, caótica, aunque respetuosa, desasosegó a los dos historiadores, más interesados en encontrar un rincón tranquilo para conversar.

– Venga -dijo Moliarti haciéndole una seña con la mano-. Vamos a hablar allí dentro.

Salieron de la iglesia por la puerta axial, huyendo de los turistas; giraron a la derecha, compraron dos tiques en la taquilla, enfilaron por los cortos pasillos interiores y vieron abrirse frente a ellos el claustro real. Un pequeño jardín paisajístico francés coloreaba el eje del claustro, sencillo, sin flores, sólo con un césped rastrero recortado en formas geométricas alrededor de un pequeño lago circular; todo el patio central, formado por el césped y por el lago, estaba rodeado por los arcos y balaustradas de los dos pisos abovedados de los pasillos del monasterio, se veían cuatro tramos a cada lado con vértices achaflanados. Los visitantes giraron a la izquierda en la galería inferior, caminando por la sombra; observaron los encajes grabados en la piedra de las fachadas de los pasillos y contemplaron la riqueza de los detalles esculpidos en relieve; se percibían por todas partes símbolos religiosos, cruces de la Orden Militar de Cristo, esferas armilares, escudos y emblemas, cuerdas esculpidas, formas enlazadas, plantas, mazorcas, aves, animales fantásticos, lagartos, dragones marinos; entre la fauna y la flora exóticas aparecían medallones con bustos a la romana, aquí el perfil de Vasco da Gama, allá el de Pedro Alvares Cabral.

– Este claustro es extraordinario -comentó Moliarti.

– Fastuoso -coincidió Tomás-. De los más hermosos del mundo.

Contemplaron los arcos de la planta baja, por donde deambulaban sin rumbo aparente. Los arcos estaban divididos en dos, con columnitas sinuosas y escamadas; las pilastras exteriores exhibían una ornamentación suave y aplanada, mientras que el arco interior se destacaba por la decoración manuelina, afiligranada y compleja. Recorrieron distraídamente la galería, hasta que el estadounidense se desinteresó de los símbolos esculpidos en la piedra y miró a Tomás.

– Y bien, ¿ya tiene alguna respuesta para mí?

El portugués se encogió de hombros.

– No sé si tengo respuestas o si tengo más preguntas.

Moliarti hizo un chasquido con la lengua, disgustado.

– Tom, el reloj sigue su curso, no tenemos tiempo que perder. Hace dos semanas que usted fue a Nueva York y una semana que regresó a Lisboa. Necesitamos respuestas rápidas.

Tomás se acercó a la fuente del claustro. La fuente tenía un león esculpido, el animal heráldico de san Jerónimo, sentado con las patas delanteras erguidas y un hilo de agua manando de su boca, liberando un borboteo líquido, continuo y relajante. Pasó la mano por el agua fría y cristalina, pero no prestó atención a la estatua; tenía en su mente otros asuntos prioritarios.

– Mire, Nelson, no sé si lo que tengo le va a gustar, pero es lo que resultó del enigma que nos dejó el profesor Toscano.

– ¿Ya ha descifrado aquel mensaje? -preguntó Moliarti.

Tomás se sentó en la bancada de piedra de la galería, debajo de los arcos, dando la espalda al patio y frente el macizo bloque de mármol que señalaba la tumba de Fernando Pessoa. Abrió la cartera.

– Sí -dijo, sacó los documentos y buscó una hoja en especial; la encontró y se la mostró a Moliarti, que se sentó a su lado-. ¿Ve esto?

Señaló unas palabras manuscritas en mayúscula.

– «Moloc» -leyó Moliarti en la primera línea; después la segunda-: «Ninundia omastoos».

– Esta es una fotocopia de la cifra dejada por Toscano -explicó Tomás-. He estado dando vueltas a este galimatías, pensando que era un código o, eventualmente, una cifra de sustitución, aunque esto último me pareciese menos probable. Pero, en realidad, se trataba de una cifra de transposición. -Miró a Moliarti-. Un anagrama. ¿Sabe qué es un anagrama?

El estadounidense esbozó una mueca con la boca.

– No.

– Un anagrama es una palabra o frase formada a partir del reordenamiento de las letras de otra palabra o frase. Por ejemplo, «santos» es un anagrama de «tansos». [2] Ambas palabras usan las mismas letras, aunque en un orden diferente, ¿entiende?

– Ah -afirmó Moliarti-. ¿Eso también existe en inglés?

– Claro, en todas las lenguas con escritura alfabética -aclaró Tomás-. El principio siempre es el mismo.

– No conozco ningún caso.

– Claro que conoce. Hay anagramas en inglés que son famosos. Por ejemplo, «Elvis» es anagrama de «Uves». «Funeral» es anagrama de «real fun».

– Muy gracioso -comentó Moliarti sin sonreír-. Pero ¿qué tiene que ver eso con las investigaciones del profesor Toscano?

– Que él nos ha dejado un anagrama, por añadidura uno muy sencillo en la primera línea, de aquellos en que la primera letra se ha convertido en la última, la segunda en la penúltima, y así sucesivamente, como un espejo. -Volvió a mostrar la fotocopia del mensaje cifrado-. ¿Lo ve? «Moloc» debe leerse «Colom». Pero «ninundia omastoos» es un anagrama más complejo, cuyo desciframiento implica un cruce alfabético. Significa nomina sunt odiosa.

– La frase del romano.

– Ovidio.

– ¿Y qué significa?

– Como ya le he explicado, nomina sunt odiosa significa «los nombres son impropios».

– ¿Y Colom?

– Es un nombre.

– ¿Un nombre impropio?

– Sí.

– ¿Y quién es ese tipo?

– Cristoforo Colombo.

Moliarti se quedó un buen rato mirando a Tomás.

– Explíqueme, a ver si lo entiendo -dijo el americano, rascándose el mentón-. ¿Qué pretendía decir el profesor Toscano con ese mensaje cifrado?

– Que el nombre de Colom era impropio.

– Sí, pero ¿cuál es el significado de esa frase?

– Esa fue la parte más difícil de entender, dado que la frasees ambigua -reconoció Tomás; sacó otra hoja de la cartera y se la mostró al americano: era la fotocopia de un texto redactado en latín-. Fui a consultar el texto original de las Heroidas para intentar entender el sentido de esa cita. Aparentemente, lo que Ovidio quería decir es que no se debe citar en vano el nombre de personas cuando están en cuestión hechos vergonzosos o de gran gravedad.

Moliarti cogió la hoja y la estudió.

– ¿El nombre de Colón estaba relacionado con hechos vergonzosos o de gran gravedad?

– El de Colón, no. Pero el de Colom, sí.

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[2] Posible broma del personaje: «tanso» significa «necio, tonto» en portugués. (N. del T.)