– Gee, man -exclamó el americano, sacudiendo la cabeza-. No entiendo nada. Pero ¿no me dijo usted que Colom es Colón?
– Sí, pero por algún motivo el profesor Toscano quiso llamar la atención sobre el nombre Colom. Si el nombre fuese irrelevante, habría escrito simplemente Colón. Pero no, escribió Colom. Sólo puede deberse a que tiene un significado.
– ¿Cuál?
– Ese es el nombre impropio.
– Pero, Tom, ¿en qué medida ese nombre es impropio? No entiendo.
– Esa fue justamente la pregunta que yo me hice. ¿Qué tiene de especial el nombre Colom para que el profesor Toscano llame la atención sobre él, considerándolo impropio?
Los dos hombres se quedaron mirándose, con la pregunta suspendida ante sus mentes, como si esa interrogación fuese una nube y estuviesen esperando que se descargase en lluvia.
– Espero que haya encontrado una respuesta para esa cuestión -murmuró Moliarti por fin.
– Encontré una respuesta y varias preguntas nuevas. -Hojeó sus apuntes-. Lo que estuve haciendo estos días fue intentar entender el origen del nombre de Cristoforo Colombo. Como sabe, el descubridor de América vivió diez años en Portugal, donde aprendió todo lo que sabía sobre navegación en el océano Atlántico. Vivió en Madeira y se casó con Filipa Moniz Perestrelo, hija del navegante Bartolomeu Perestrelo, el primer capitán donatario de la isla de Porto Santo, en Madeira. Portugal era, en ese momento, la nación más avanzada del mundo, con los mejores barcos, los instrumentos más perfeccionados de navegación, las armas más sofisticadas, y donde se concentraba el conocimiento. El plan de la Corona, delineado desde Enrique el Navegante, era encontrar un camino marítimo hacia la India, para sortear el monopolio que detentaba Venecia en el comercio de las especias que venían de Oriente. Los venecianos tenían un acuerdo de exclusividad con el Imperio otomano, y, perjudicadas por ese acuerdo, las otras ciudades-estado italianas, especialmente Génova y Florencia, apoyaron el esfuerzo portugués. Fue en ese contexto cuando, en 1483, el genovés Colombo le planteó a don Juan II que, dado que la Tierra era redonda, navegaría hacia occidente hasta llegar a la India, en vez de ir hacia el sur, e intentar rodear África. El monarca portugués sabía muy bien que la Tierra es redonda, pero también tenía conciencia de que es mucho mayor de lo que Colón pensaba, por lo que el camino por occidente sería demasiado largo. Sabemos hoy que don Juan II tenía razón y Colón no. Fue entonces cuando el genovés, cuya mujer portuguesa, entre tanto, había muerto, fue a España a ofrecer sus servicios a los Reyes Católicos.
– Tom -cortó Moliarti-. Pero ¿por qué me está contando todo eso? Conozco muy bien la historia de Colón…
– Calma -recomendó Tomás-. Déjeme que analice el contexto de lo que tengo que revelarle. Es importante que hagamos un resumen sobre la historia de Colón, porque existe algo extraño relacionado con su nombre, algo que es pertinente en el contexto de la historia de su vida y del acertijo que nos ha dejado el profesor Toscano.
– All right, go on.
– Muy bien -dijo Tomás e hizo una pausa para intentar reanudar la narración en el punto donde la había interrumpido-. Como decía, Colón se fue a España. Es necesario recordar que España estaba entonces gobernada por la reina Isabel de Castilla y por el rey Fernando de Aragón, los llamados Reyes Católicos, que se habían casado, uniendo así las dos Coronas y los dos reinos. El país estaba en aquel momento envuelto en una campaña militar para expulsar a los árabes del sur de la península Ibérica, pero la reina manifestó su interés por escuchar a Colón, o Colombo. El navegante sometió su proyecto a una comisión de sabios del Colegio Dominicano. El problema es que los españoles se encontraban mucho más atrasados que los portugueses en materia de conocimiento, por lo que, después de cuatro años de estudiar la cuestión, los supuestos sabios españoles concluyeron que la idea de navegar hacia occidente en busca de la India era irrealizable, dado que la Tierra era, en su opinión, plana. En 1488, Colón regresó a Portugal y fue recibido por don Juan II, mucho más esclarecido, ante quien insistió en sus propuestas. Sólo que, cuando se encontraba en Lisboa, Colón asistió a la llegada de Bartolomeu Dias con la noticia de que había rodeado África y había descubierto el paso del Atlántico al índico, abriendo así el deseado camino hacia el viaje directamente hasta la India. El proyecto de Colón, naturalmente, quedó abortado. ¿Por qué motivo el rey portugués habría de invertir en la larga e incierta ruta por occidente si ya había descubierto el atajo por el sur? Desanimado, Colón regresó a España, donde se había casado, entre tanto, con Beatriz de Arana. Hasta que, en 1492, los árabes se rindieron en Granada y los cristianos comenzaron a controlar toda la Península. En medio de la euforia del triunfo, la reina de Castilla dio luz verde a Colón y el navegante partió hacia el viaje que culminaría con el descubrimiento de América.
– Cuénteme novedades, Tom -insistió el americano.
– Le he recordado esto para establecer de modo claro la relación de Cristoforo Colombo con los reinos ibéricos, no sólo con Castilla sino también con Portugal. No fue algo pasajero, sino, como ve, una relación profunda.
– Ya lo he entendido.
Tomás dejó de consultar los apuntes y documentos que había traído y miró a Moliarti.
– Entonces, si ya ha entendido, explíqueme sólo una cosa -pidió-. ¿Por qué razón los portugueses y los castellanos, si tenían una relación tan profunda con Colón, nunca lo llamaron Colombo?
– ¿Cómo?
– Durante el siglo xv, mientras el gran navegante estuvo en Portugal y en Castilla, nunca nadie llamó a Colón por su, en teoría, verdadero apellido: Colombo.
– ¿Nunca lo llamaron Colombo? ¿Qué quiere usted decir con eso?
– No hay un solo documento, portugués o castellano, que llame Colombo a Colón. El primer texto portugués en el cual aparece una referencia a «Colonbo», con «n», es la Crónica de D. Joao II, de Ruy de Pina, escrita a principios del siglo xvi. Hasta entonces, nunca ningún portugués lo había llamado Colombo.
– Entonces ¿cómo lo llamaban?
– Colom o Colon.
Moliarti permaneció unos momentos en silencio.
– ¿Qué significa eso?
– Ahí vamos -dijo Tomás, volviendo a hojear sus apuntes-. Fui a ver los documentos de la época y descubrí que Cristoforo Colombo es presentado como Christovam Colom, o Colon, el nombre propio abreviado a veces como «Xpovam». Cuando el navegante fue a España, los españoles comenzaron llamándolo Colomo, pero deprisa evolucionaron hacia Christóbal Colon, Christóbal abreviado como «Xpoval». Pero nunca Colombo. Nunca, nunca. -Buscó en el fajo de documentos-. Fíjese -dijo mientras sacaba la hoja que buscaba-: ésta es la fotocopia de una carta del duque de Medinaceli dirigida al cardenal Mendoza, fechada el 19 de marzo de 1493 y guardada con la referencia de documento catorce del Archivo de Simancas. Fíjese ahora en lo que aquí está escrito -dijo mientras señalaba una frase redactada en la hoja-: «Tuve en mi casa mucho tiempo a Cristóbal Colomo, que venía de Portugal y quería ir a ver al rey de Francia». -Alzó la cabeza-. ¿Lo ve? Aquí aparece Colomo. Pero lo extraño es que en la misma carta, más adelante, el duque lo llama de otra manera. -Señaló un segundo fragmento-. Aquí está: Cristóbal Guerra. -Volvió a mirar a Moliarti con una expresión interrogativa-. ¿Guerra? ¿Al final era Colombo, Colom, Colon, Colomo o Guerra?
– ¿Ese Guerra no podrá ser cualquier otro hombre que se llamase Cristóbal?
– No, la carta del duque es muy clara, este Guerra es nuestro Colón. Fíjese ahora. -Alisó la fotocopia para leerla mejor-. Escribió el duque: «En ese tiempo, Cristóbal Guerra y Pedro Alonso Niño se dispusieron a descubrir, y este testigo lo afirma así mismo, con la flota de Hojeda y Juan de la Cosa». -Miró a Moliarti-. Ahora bien, el Cristóbal que salió «dispuesto a descubrir» con Niño, Hojeda y de la Cosa fue, como usted bien sabe, Colón, es decir, Cristoforo Colombo.