Refunfuñó. Sí, argumentó para sus adentros, llamándose tímidamente a la responsabilidad; era un hombre, es cierto. Pero eso no significaba que se privase de su propia voluntad; que fuese una mera marioneta en manos de una mujer, por más guapa que fuese, por más tentadora que le pareciese; que se comportase de aquella manera, cediendo a los instintos más primarios, a un capricho al final fútil, a aquel devaneo liviano, incluso irresponsable.
Cerró los párpados y se pasó la mano por el pelo, como si con ese simple acto pudiese limpiar la sordidez que sentía que le ensuciaba la mente y le corrompía el alma. Sus motivaciones lo perturbaban, es verdad, pero era más que eso, mucho más; la conciencia lo martirizaba, implacable, despiadada, martilleándolo con preguntas, con dudas, con dilemas, atormentándolo con las decisiones que debía tomar y las realidades que debía enfrentar, torturándolo con la imagen de sus actos, de la relación adúltera en la que se había implicado, de la traición que cometía contra los suyos y, en última instancia, contra sí mismo. ¿Qué lo hacía realmente mantenerse enrollado con Lena? ¿Sería la tentación del fruto prohibido? ¿Sería la demanda de la juventud que se le escapaba a cada instante? ¿O sería el sexo, nada más que el sexo? Sacudió la cabeza, dialogando siempre consigo mismo, examinando sus pulsiones más profundas, más escondidas, más inconfesables.
No. No lo era. No era sólo el sexo, no podía serlo. Le gustaría que lo fuese, pero no lo era. Sería el sexo si se hubiese satisfecho con aquella primera vez, cuando fue a almorzar a la casa de ella y acabaron los dos aferrados el uno al otro, devorándose, liberando la lascivia que los consumía y disfrutando la carne dulce de sus cuerpos, sería el sexo si ambos se hubiese limitado solamente a algunas escapadas inconsecuentes, arrebatadas pero breves; sería el sexo, sólo el sexo, si se hubiese sentido vacío después de poseerla, después de descargar el deseo incontrolable que ella le despertaba y lo hacía arder. La verdad, no obstante, es que Tomás se había vuelto un visitante asiduo de la sueca, después del almuerzo se había habituado a pasar por su apartamento, el adulterio se había transformado en una rutina, cosa de hábito, itinerario apacible en un día de trabajo.
Había algo en ella que despertaba sus deseos más lúbricos. Siempre había oído decir que las mujeres de senos grandes no eran particularmente buenas en la cama; pero, si eso era verdad, Lena representaba sin duda la gran excepción. La sueca se había revelado como una mujer desinhibida, ávida, imaginativa, preocupada por darle placer y enfática cuando disfrutaba de su cuerpo. Además, se mostraba poco exigente en el día a día; le hacía innumerables preguntas sobre la investigación basada en el trabajo del profesor Toscano, pero no le interrogaba sobre su vida familiar, se contentaba con el simple hecho de tenerlo cerca casi todas las tardes. El hecho es que, de una forma casi sin ataduras, manteniendo una tranquilizadora independencia, Lena se había convertido en una parte de su vida, le otorgaba una válvula de escape, una fuga de los problemas diarios, una distracción lúdica.
Bebió el vaso de leche tibia y se repitió a sí mismo la expresión que había encontrado. Una distracción lúdica. Sí, era eso mismo. Lena se había convertido en un juguete; ella era el juguete que lo hacía volar, la muñeca que, aunque sólo fuera por una o dos horas, borraba de su memoria los eternos problemas de la salud de Margarida y las obligaciones frente a Constanza. Las preocupaciones cotidianas de Tomás eran el agua y Lena la esponja que la enjugaba; la amante se había convertido en una agradable diversión en su vida, la necesitaba para distraerse, para absorber las fuentes de ansiedad que se acumulaban en el curso cotidiano. Era con ella con quien Tomás reorganizaba sus experiencias y se volvía capaz de colocarlas bajo una perspectiva; Lena lo ayudaba a explorar sus sentimientos, a experimentar comportamientos diferentes, a escapar a las dificultades de su existencia, a atenuar en cierto modo las contrariedades, a distanciarse para comprenderlas mejor. A través de su amante, Tomás sentía que aliviaba las ansiedades que lo oprimían; su relación se había convertido en una especie de válvula de seguridad que lo protegía de la presión diaria de los problemas cotidianos.
De un modo extraño, misterioso, descubrió que, desde que se había unido a Lena, se había vuelto más atento con su hija y más cariñoso con su mujer; era como si una relación ayudase a la otra. Percibía que se trataba de una paradoja compleja, difícil de entender e imposible de explicar; y, sin embargo, muy real, palpable, vivida. La relación con su amante se había construido en la arena donde él, a través de una suspensión transitoria del tiempo, encontraba espacio para resolver sus dificultades personales. Relajaba su mente y los procesos cognitivos se activaban de una manera diferente, alterando su visión de los problemas, obligándolo a encararlos de un modo nuevo, más abierto, menos rígido. La verdad, la extraña verdad, es que, gracias a Lena, sentía revigorizarse su vínculo con la familia, se le volvieron más bellas las existencias de Constanza y Margarida.
Bebió de un trago la leche que le quedaba en el vaso. Consultó el reloj, eran las nueve y diez de la mañana, hora de irse. Se levantó de la mesa y se puso la chaqueta. Tenía una visita que hacer en Lisboa.
La calle estrecha hacia donde lo había llevado la dirección apuntada en la libreta de notas tenía una apariencia tranquila, de una paz casi provinciana, insulsa incluso, a pesar de encontrarse en pleno centro de la ciudad, justo detrás de Marqués de Pombal, perpendicular a la calle que subía hasta las Amoreiras. El edificio antiguo se abría entre construcciones más modernas; era un inmueble con uno de aquellos patios traseros que sólo se ven en el interior de Portugal, de aspecto rural, rudo, con un huerto lleno de hojas de lechuga, coles, plantaciones de patatas, gallinas cacareando, una pocilga pegada al gallinero; y un manzano erguido junto al muro como una torre, centinela silencioso, aunque exuberante, que proporcionaba el postre para las comidas que el huerto sin duda producía.
Tomás confirmó el número de la puerta. Coincidía. Miró a su alrededor, vacilante, casi sin creer que aquélla era la casa del profesor Toscano. Pero la dirección que llevaba escrita no dejaba margen para la duda, se trataba realmente de la que le habían dado en la Universidad Clásica. Aún no muy convencido, empujó la puerta de la cerca y se internó por el camino contiguo al huerto. Se detuvo, atento a los sonidos de alrededor; esperaba en todo momento que apareciese un perro ladrando, aquella casa daba la impresión de los espacios patrullados por los perros guardianes con sus dientes amenazantes; pero sólo oyó el cacareo distraído de las gallinas, tranquilo y familiar. Armándose de valor, dio unos pasos más y cobró confianza, no había señales de ningún feroz rotweiller ni de ningún vigilante pastor alemán.
La puerta de entrada estaba entreabierta. Penetró en el edificio, sumergiéndose en la oscuridad; buscó a tientas el interruptor de la luz y logró encontrarlo; lo pulsó, pero el recinto se mantuvo a oscuras; pulsó otra vez y la sombra se resistió.
– Joder -murmuró frustrado.
Dejó que sus ojos se acostumbrasen a la relativa oscuridad del local. La luz del día entraba por la puerta, difusa y suave; pero, como la mañana había amanecido gris, la luminosidad era débil, dispersa, y la sombra casi opaca. Aun así, comenzó gradualmente a distinguir las formas. A la derecha, la pared se abría a unas escaleras de madera vieja, deteriorada. A lado de éstas, una caja enrejada, como una jaula de pájaros, preservaba un ascensor antiguo y oxidado; por el aspecto, no debía de funcionar desde hacía mucho tiempo. Un aire fétido llenaba el vestíbulo del edificio; era un olor putrefacto, a cosa vieja, abandonada. Tomás comparó de inmediato el edificio con aquel donde vivía Lena; el de la sueca era antiguo, pero habitable; éste estaba transformado en una ruina, en una estructura al borde del derrumbe, un moribundo a punto de convertirse en un fantasma.