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Mientras el cielo brillaba sobre él en un azul celeste, la luz del sol emergente había alcanzado en ese momento los restos más altos de las ruinas. Ya no iba a restar mucho tiempo para que los rayos del sol alcanzaran también el suelo de las ruinas de la iglesia.

El séquito se detuvo delante de él.

– ¡Zarrenthin! ¡Qué alegría poder conocerle! -dijo el papa después de que Jerónimo se hubo colocado al lado del pontífice para susurrarle algo al oído.

– ¡Quédense donde están! -gritó Chris, quien echó una breve mirada a su alrededor y retrocedió unos pasos hasta una roca plana de piedra serpentina. Allí, sobre la ligeramente inclinada y lisa superficie, posó el maletín con las antigüedades y las pruebas.

– ¿Dónde están los demás? -gritó Jerónimo preocupado-. ¿Dónde está Jacques?

– El helicóptero estalló -explicó Chris mientras señalaba detrás de sí.

Jerónimo asentía con la cabeza.

– Hemos escuchado la explosión. A los supervivientes ya les están ayudando. ¿Dónde está Dufour?

– ¡Dufour está muerto! Dos monjas…

– Que el Señor se apiade de sus almas -el papa hizo la señal de la cruz y vaciló, pero a continuación pareció hacer acopio de sus intenciones-. ¡Tenemos que hablar usted y yo!

– ¿Es usted amigo o enemigo? -Chris señalaba hacia Calvi y Trotignon, quienes le apuntaban con sus pistolas.

El papa imitó el movimiento y murmuró varias palabras. Instantes después, Trotignon y Calvi bajaron las armas. Chris resolló con desdén. Dos guardaespaldas más, situados en segunda fila, le mantenían a tiro con sus rifles.

– Nosotros no le deseamos nada malo… -el papa miró hacia Jerónimo de forma exhortatoria; a continuación, los dos dieron un paso al frente-. Usted ya conoce al hermano Jerónimo… Tenemos que hablar: usted tiene aquello que reclama la Iglesia.

Chris soltó una carcajada.

– ¿Puedo decir algo por una vez? Primero quiero respuestas por su parte, y después ya veremos.

– ¡Pregunte! -insistió el papa mientras se aferraba con mayor fuerza a su bastón.

– ¿El niño está a salvo?

– Sí.

– Bien. En primer lugar quiero que sepa que he estado hablando con un tal Antonio Ponti.

El papa miró a Chris de forma interrogativa, girando hacia Calvi, quien a continuación le susurró en voz baja al oído.

– Ahora le entiendo; usted se refiere al ladrón. Bueno, este hombre quiso venderle los hallazgos al Vaticano. Con todo aquello que hay escrito en las doce tablillas, entenderá usted que nosotros debamos tenerlas.

– ¿No tiene más que ofrecer?

– ¿Qué es lo que desea? ¿Dinero? ¿Como el tal Ponti?

– Dinero. Un transporte por dinero: así comenzó todo. Pero eso ya no me interesa en lo más mínimo. ¡Quiero saber!

Chris clavó su mirada en el papa, quien aguardaba sin moverse. Después de un minuto aparentemente infinito, Chris hizo una señal con la mano en dirección a Jasmin y Anna para que se acercaran.

– ¿Se os ocurre alguna idea?

– ¡Muéstraselo! -murmuró Jasmin-. ¿Qué podemos hacer si no? Tú mismo querías encontrarte con él. Ahora ha llegado el momento… Piensa en Mattias.

Él observó su dubitativa mirada y asintió al final con la cabeza. A continuación abrió el maletín y colocó las doce tablillas como naipes sobre la lisa roca.

– ¡Los objetos que tanto anhela! ¿O son estos? -exclamó por último cuando hubo rescatado los tres huesos del maletín y los hubo colocado delante de la sucesión de tablillas-. ¡Venga aquí, échele un vistazo a esto!

El papa y Jerónimo se acercaron desde el otro lado hacia la mesa improvisada. Trotignon y Calvi, por su parte, permanecieron a diez pasos de distancia con respecto a la priora, mientras que los otros dos guardaespaldas, tras una señal de Calvi, se retiraron definitivamente a la parte final de las ruinas.

– ¿Y ahora va a revelarme de quién son estos huesos? Una divinidad o una figura bíblica, teniendo en cuenta su interés, me va a parecer más creíble que un principote -Chris siseaba mordaz hasta que percibió la mano de Jasmin en su brazo-. ¡Lo que intento decir es que no me cuente ninguna mentira!

La mirada del papa se paseaba lenta, infinitamente lenta, sobre los huesos.

– También los puede tocar. ¡No son contagiosos!

El papa hizo caso omiso del comentario y giró hacia Jerónimo. El monje insinuó un ademán con la cabeza en señal de asentimiento.

– ¡Son los huesos de un pagano! -la voz del pontífice sonaba plana y carente de cualquier emoción-. Los huesos de un rey pagano.

– ¿Y tenía este rey también un nombre? -quiso saber Chris, cuando el papa guardó silencio de repente.

– Se trata de los huesos de Etana [67], el decimotercer rey sumerio después del Diluvio -dijo por fin Jerónimo mientras el papa continuaba con su silencio.

– ¿Y qué? ¿Es que es famoso? -Chris continuaba sin entender-. ¿Qué tenía de especial?

– Según la lista real sumeria, Etana cumplió la edad de mil quinientos años.

* * *

Chris calló sorprendido y comenzó a reírse a continuación con cierta incertidumbre.

– Poco a poco creo entenderlo: el cromosoma 47…

– Algunos textos dicen que es mitad…

– ¡Jerónimo! -la voz del papa vibraba furiosa.

– ¡Deje que acabe lo que iba a decir! -gritó Chris enfadado.

– Se dice que lo alumbró Istar: una diosa sumeria. O lo que quiera significar eso. Quién sabe lo que ocurría en aquel entonces y qué personas concurrían ante los demás para presentarse como dioses.

– Dioses sumerios. ¿Hijo de la diosa Istar? -Chris sonreía-. Mitad dios, mitad hombre. Con esto puede que se desmorone su percepción divina monoteísta, ¿piensan que corre peligro su percepción de lo único y verdadero?

Jerónimo calló.

– ¿Teme que las personas puedan pensar que esto sea más plausible que aquello que aparece escrito en la Biblia, cuando se divulgue el efecto del cromosoma, y por lo tanto se utilice como una especie de prueba? -Chris recordó lo que le había relatado Ramona Söllner sobre las disputas con respecto a la Biblia en tiempos del emperador Guillermo-. Hasta la fecha se descubrieron multitud de fragmentos de textos e imágenes de la Biblia en tablillas de arcilla sumerias. Sin embargo, el decálogo en su forma básica en tablillas sumerias… estamos hablando de una prueba completamente diferente. ¿Teme que una nueva tormenta pueda cernirse sobre la Iglesia como hace cien años?

– Tonterías -murmuró el papa, quien había girado y miraba hacia oriente-. Todo eso se superó hace tiempo. Eso ya no le interesa a nadie.

– ¡Le preocupa que el registro sobre la larga vida de Etana sea corroborada por conocimientos científicos! -Jasmin mantenía las manos sobre la boca-. Que la vejez sea vencida, que realmente hayan existido personas con esas vidas tan prolongadas y que puedan existir de nuevo. Eso teme, pues…

– Por ende, usted no puede negar el efecto del cromosoma 47 en los ratones. ¡Vaya! -a Chris se le erizaba el vello en la nuca mientras la sangre retumbaba en sus venas-. Poco a poco lo voy entendiendo.

– ¡Usted no entiende nada! -el papa giró de nuevo hacia ellos.

Chris y el pontífice so dedicaron mutuamente varias miradas hostiles. Chris veía unos ojos claros y despiertos que denotaban un espíritu despierto, el cual sabía exactamente lo que estaba haciendo.

– ¡Sí lo hago! -respondió-. ¡Y por eso quiere destruir los huesos! Debe destruirlos. ¡Desde su punto de vista! -Chris pudo entrever por la mirada del papa que su sospecha era cierta-. A usted no se le pueden entregar la prueba y los huesos, se perderían para la ciencia.

– No es usted el que tiene que decidir eso -el papa temblaba embargado por una ira subliminal-. Si eso ocurriera, será también por voluntad de Dios. ¡Pero eso no ocurrirá! Dios no se traicionará a sí mismo. Su voluntad está escrita en la Biblia. «Y dijo el Señor: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años». [68]