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Un grito inflamado por la ira desgarró el aire claro de la mañana. En un hueco de la ruina en la parte norte del muro aparecieron de pie Hank Thornten y Zoe Purcell.

Purcell agarraba a la vicaria de la sotana al mismo tiempo que mantenía una pistola en la cabeza de la monja. El rostro de Thornten estaba completamente ensangrentado, y este mantenía su cuerpo encorvado como si eso calmara sus dolores. En una de sus manos sostenía a su vez una pistola; en la otra, la jaula portátil de los ratones.

Thornten no había reparado en Calvi ni en Trotignon mientras se adelantaba y volvía a gritar con voz quebrada.

– ¡Zarrenthin! ¡No se los entregues! ¡Pertenecen a la ciencia! -Thornten cojeaba hacia ellos.

– ¡Pegadle un tiro si osa dar un paso más! -gritó Chris en dirección a Calvi y Trotignon.

Thornton continuó arrastrándose con su cojera. El consiguiente disparo de Trotignon impactó entre los pies de Thornten en el suelo obliterado de piedra.

– ¡Idiotas! -vociferó Thornten, pero se detuvo-. Zarrenthin, los huesos pertenecen a la ciencia… y también la prueba… ¡Usted conoce el paso que podríamos dar para sanar a las personas. ¡Démelos!

Zoe Purcell empujó a la vicaria hacia adelante hasta situarse al lado de Thornten.

– ¿Y si no? ¿Matará entonces a la vicaria?

El presidente sonreía malignamente y soltó al final una risotada. «Sí, incluso eso haré», pensó. Este secreto merecía cualquier sacrificio. Por parte de todos. Él mismo había hecho sacrificios. En cuestión de unos pocos días, el bien situado jefe de un consorcio se había convertido en un fanático, dispuesto a todo, que no iba a detenerse ante nada. El no sabía cuándo y cómo había dado el definitivo paso sin retorno. «No importa», pensó. Él iba a destapar el secreto. Y este era el momento para que los demás también hicieran un sacrificio por ello.

– Usted no permitirá que eso ocurra. Usted es una persona razonable -Thornten clavó su mirada en el maletín, que descansaba en el suelo al lado de Chris-. Quiero las pruebas.

– Eso ya lo he entendido.

– ¿Acaso le ha convencido con sus argumentos? -Thornten señalaba hacia el papa-. Él no es capaz de eso… Porque él no tiene las respuestas. Ni él ni su credo ni todos los filósofos juntos. La era de las ciencias naturales ha comenzado definitivamente con la marcha triunfal de la biología; por fin, ahora por fin ha comenzado su incontenible avance. Las ciencias naturales encuentran las respuestas a las preguntas en las que fracasan la fe y la filosofía. Hoy, la fuerza motriz es la biología, su filosofía dominará la era que está por venir. ¿Te enteras, Zarrenthin?

– Usted es un pequeño y sucio egoísta, ¡nada más! -Jasmin vibraba por la excitación-. Usted es un tiburón de las finanzas, no un científico. A usted le falta el respeto al milagro de la vida, sin importar cómo haya surgido o quién lo haya desencadenado. ¡Usted se desentiende de cualquier tipo de responsabilidad! ¡De no ser así, usted nunca habría intentado probar por la fuerza la sustancia genética en Mattias! ¡Para usted solo existe su punto de vista, ni siquiera es capaz de imaginarse que todo, sin importar cómo se llame, parte de un determinado punto de vista! ¡A usted no le importa realmente el conocimiento! Usted quiere que el descubrimiento sea para su empresa. ¡Anhela inmortalizar su nombre y amasar dinero! ¡No desea nada más! ¡Es usted una vergüenza para la ciencia!

La risa desdeñosa de Thornten descompuso el aire.

– La fe y las humanidades tan solo reciclan viejas teorías de pensamiento. ¡Tomar las palabras de la Biblia en su sentido literal! ¡Eso equivale a no avanzar! Sin embargo, las ciencias naturales plantean preguntas. Y en lugar de ahogar nuestra sociedad en el pesimismo y valorar nuestra propia dimensión después de la devastación provocada, ofrecen optimismo, porque con cada nuevo conocimiento genera nuevas preguntas y nuevas propuestas. ¡En verdad, constituimos los nuevos humanistas de este mundo!

Chris reflexionó un momento, pero a continuación meneó la cabeza.

– No, Thornten, usted es igual de perjudicial que los fanáticos de la fe. Su camino no es ningún humanismo. Usted desprecia la humanidad. ¡Sin embargo, ni siquiera es capaz de comprenderlo! Debe existir una tercera vía…

– ¡Yo soy la tercera vía!

La voz del papa sonaba sosegada y convencida.

– ¿Usted? No sea ridículo -Chris meneaba la cabeza-. La infalibilidad del papa. Tan solo la pretensión le descalifica del mismo modo que a ese de ahí.

– Usted se olvida de que la Iglesia ha reconocido la Teoría de la Evolución. La Creación y la Evolución ya no son antagonistas. Juan Pablo II lo ha promulgado; y yo también defiendo lo mismo. ¿Qué prueba más convincente que no fuera el intento de reconciliar la Iglesia y la Ciencia podría imaginarse usted en pro del hermanamiento de ambas ideologías?

– ¿Y a pesar de todo, su misión consiste en destruir los huesos y la prueba? -Chris arrancó una amarga carcajada-. ¿Por qué? ¿Qué hay de reconciliador en ello?

El papa y Chris se escudriñaron hostilmente. Jasmin le zarandeó de nuevo del brazo, pero Chris no permitió que le tranquilizaran.

– Usted me postula como ignorante, pero olvida que he hablado con Ponti. Existe una decimotercera tablilla. ¡Y la tiene usted! Pero hasta ahora no la ha mencionado ni una sola vez. ¿Qué hay escrita en ella?

El papa permaneció observando a Chris durante largo rato. Finalmente, el papa sacó a relucir un pequeño cofrecillo que había permanecido oculto debajo de su sotana, y lo colocó sobre la plataforma rocosa. A continuación, rescató la pequeña tablilla de arcilla de la caja empleando movimientos infinitamente lentos para colocarla circunspecto al lado de las demás.

Instantes más tarde acercó a Chris un trozo de papel.

Chris reconoció el texto. Había visto el fragmento de una copia que le mostró la profesora en Berlín.

– El hermano Jerónimo encontró la tablilla y la traducción en nuestros archivos. Un mero recordatorio: según los textos procedentes de otras tablillas, Etana debía unir los diferentes pueblos o tribus en un solo reino. Esa era la voluntad de su dios. ¡Lea!

Chris y Jasmin se inclinaron sobre la hoja y comenzaron a leer:

Yo hablé: Señor, así sea. Yo te serviré y obedeceré.

Y el Señor me preguntó: «¿Cómo he de recompensarte, pastor?», y yo respondí: «Mitad dios, mitad hombre, busco la inmortalidad, al igual que los dioses».

Pero el Señor habló: «Pastor, hijo del hombre. Resígnate».

Él me condujo afuera hacia la llanura. Toda la tierra estaba cubierta de restos mortales. Entonces me preguntó el Señor: «Tú, pastor y hombre, ¿pueden estos huesos convertirse de nuevo en hombres con vida?».

Yo respondí: «Señor, eso lo sabes tan solo tú».

El Señor habló: «Habíale a estos restos mortales; diles: huesos marchitos, escuchad lo que el Señor os ha de decir: yo os vuelvo a la vida. Haré que os crezcan tendones y carne y os recubriré con piel. Yo os daré mi aliento para que volváis a la vida».

Yo hice lo que el Señor me hubo ordenado. Mientras hablaba escuchaba los crujidos. Los huesos se juntaron unos con otros tal como deben ir unidos. Yo vi cómo tendones y carne crecían sobre ellos y una piel se formaba encima.

Y hubo aliento en ello.

Entonces habló el Señor: «Observa, en ti reside la fuerza; sin embargo, eres y seguirás siendo un hombre. Te doy mil quinientos años para que mi voluntad viva y ocurra a través de ti. Y al final de tus días, tu espíritu subirá al cielo».