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– ¡No! -el grito de Thornten estaba lleno de desesperación-. ¡Miradlo vosotros! -Thornten se agachó y abrió la puerta de la jaula portátil. Metió la mano y poco después la sacó de nuevo. Tan solo la cabeza del ratón sobresalía entre su puño-. Estaba casi muerto, con una herida abierta en el estómago, pero vive. ¡Su herida se ha curado! ¡Mirad! No cometáis un pecado contra la humanidad.

– ¿Quién demuestra que la herida de la barriga no sea una mentira? -gritó Jerónimo.

– ¡Obsérvenlo por ustedes mismos! -Thornten agarró el ratón por el pellejo de la nuca. El animal pataleaba como en un patíbulo.

– Yo sí he visto la herida -murmuró Chris.

– Como en un truco de juego de manos. Antes eran cuatro ratones. ¡Y ahora él nos está enseñando uno sano! -gritó Jerónimo.

– No. ¡Los demás ratones han desaparecido! -dijo Chris mientras echaba una mirada impotente a su alrededor.

– ¡Zarrenthin, no voy a esperar más! -Marvin dominó con su voz los gritos de Thornten y levantó el cañón de su pistola mientras tensaba visiblemente el gatillo.

– ¡Piensa en Mattias! -gritó Jasmin a Chris, cuando ella comprobó que él continuaba vacilando-. ¡Dale lo que quiere!

– He visto al ratón hace un rato. Estaba casi muerto. Pero si eso fuera cierto… -Chris suspiró aliviado cuando encontró la salida-. Pero eso ya carece de importancia. Tres ratones han desaparecido; y tres son los ratones que portan consigo ahora el cromosoma.

– ¡Es usted un idiota ignorante! -gritó Thornten-. Estos animales quizás dispongan de una vida muy larga si no caen en las garras de algún depredador. Sin embargo, nunca podrán transmitir su capacidad a su descendencia: ¡sus células madre no se han modificado!

Marvin reía.

– ¿Lo ve, Zarrenthin? Nada ha cambiado.

– ¡Dásela ya de una vez! -los ojos de Jasmin centelleaban con perfidia-. ¡Dásela!

– Coja usted la prueba. Al niño no ha de sucederle nada -murmuró Chris al mismo tiempo que le ofrecía la inyección al pontífice. El papa alargó la mano con decisión.

– ¡Idiotas! -Hank Thornten obligó a la vicaria a que se arrodillara y colocó el cañón del arma en la parte posterior de su cabeza.

– Eso no cambiará nada. Ha perdido -Marvin se reía de él con burla-. ¡Quédese donde está!

Anna, después de la caída, había permanecido sentada y callada en el suelo. Sin embargo, de pronto se levantó y se acercó ahora a paso lento en dirección a Marvin y Barry.

– ¡Quédese donde está! -gritó Marvin una vez más.

Anna ignoraba sus voces. La piedra, similar a un puño, que sostenía en su mano le daba fuerzas. Su brazo temblaba por la tensión mientras caminaba con paso firme hacia Barry, quien miraba indeciso a Marvin.

– ¡Quédese donde está! -el cañón del arma de Marvin viró de Mattias en dirección a Anna.

– ¡Haz algo! -jadeó Jasmin hacia Chris.

– ¡No dispare! -gritó el papa.

Anna levantó el brazo.

Chris alargó la mano a la cintura del pantalón, sacó la pistola y apretó el gatillo.

El golpe de Anna impacto en el centro de su frente. El hueso frontal se quebró entre crujidos, y la presión del hueso desplazándose hacia el interior provocó que perdiera el conocimiento.

Marvin permaneció inusitadamente petrificado, y a continuación su cabeza descendió hasta el pecho. Con los dedos de la mano izquierda manoseaba el agujero de su tórax. Finalmente se derrumbó entre suspiros.

Entre tanto, Anna dejó caer la piedra y tiró los brazos hacia delante para recoger a su hijo que se estaba deslizando entre los brazos de Barry.

Thornten se abalanzó hacia el papa y Trotignon y Calvi abrieron fuego al mismo tiempo. Mientras del pecho de Thornten manaba sangre, sobre la base de su nariz se abría un segundo agujero. Acto seguido, Zoe Purcell empujó entre voces a la vicaria hasta hacerla caer y apretó el gatillo. El disparo de Chris había impactado en Zoe Purcell demasiado tarde.

El presidente de Tysabi permaneció por un instante de pie a la vez que adelantó un pie como en una escena a cámara lenta. Sus ojos se habían clavado en el pontífice e intentó arrastrar a continuación su pierna izquierda hacia delante, pero sus fuerzas ya no se lo permitieron.

Instantes más tarde, se derrumbó en el suelo cuarteado de piedra, abriéndose su mano. El ratón se deslizó a través de la mano estirada y correteó obnubilado en zigzag por el suelo. Después, desapareció detrás de una roca.

* * *

– Se ha pedido ayuda. Pero tardará en llegar -Trotignon continuaba de pie al lado de la priora, de rodillas sobre las piedras, sosteniendo la cabeza de la vicaria en su regazo.

El medico que acompañaba al papa hizo lo que estaba en sus manos. Detuvo la hemorragia externa del disparo en el vientre y acabó por suministrarle una inyección a la vicaria para calmar sus dolores. Sin embargo, para luchar contra las hemorragias internas del cuerpo de la vicaria se vio impotente.

Chris se hubo sentado con Jasmin a pocos metros de distancia. Anna sostenía a Mattias en brazos mientras lo mecía suavemente.

Chris escudriñaba a la moribunda vicaria.

– ¿Por qué no lo intenta? -Chris pensó en la valentía con la que la monja había defendido a Mattias en la pequeña capilla.

– ¿Qué?

– La inyección. Si ha causado efecto en el ratón, quizás disponga la monja también de una oportunidad -pensó en la ironía del destino. Hacía tan solo una hora habían intentado que no se hiciera uso de la inyección. Sin embargo, en estos momentos pensaba precisamente lo contrario.

Jasmin meneó la cabeza.

– A él ni siquiera se le pasa por la cabeza.

– Por cierto, ¿dónde está?

– Está rezando en la capilla.

– Al menos debemos intentarlo. ¡Ven!

Chris se incorporó y marchó junto a Jasmin, abriéndose camino entre el personal de seguridad, en dirección a la capilla situada al lado de las ruinas de la iglesia. Entraron en una antesala provista de sencillas sillas antes de poner los pies en la capilla propiamente dicha, la cual estaba reservada solo a las hermanas de Belén.

La elevada pero ajustada estancia era luminosa, se conservaba con ascetismo, y el único mobiliario al lado del altar estaba compuesto por los asientos de haya del coro delas monjas situados a ambos lados de la capilla. El papa se encontraba tendido bocabajo sobre las placas de piedra delante del altar; sus brazos permanecían estirados por los costados.

Detrás de él y a una distancia conveniente, se encontraba Jerónimo de rodillas en el suelo.

Cuando se dispusieron a entrar en la capilla, el monje se giró de súbito y levantó con un gesto de rechazo la mano. Ellos vacilaron unos instantes, pero a continuación prosiguieron caminando. Pero Jerónimo se levantó y les obstruyó el camino.

– No molesten al Santo Padre. Está buscando el consejo del Señor.

– La monja se muere.

– ¿Cree que él no lo sabe?

¡Quizás pueda salvarla! -murmuró Chris mientras observaba el cuerpo espasmódico del papa-. La prueba podría…

– ¡Habla, Padre!

Era un grito de desesperación.

El papa levantó la cabeza hasta la nuca al mismo tiempo que su cuerpo continuaba tendido en el suelo.

– ¡Con toda humildad ruego tu consejo!

Chris calló confuso. Ahí yacía delante de él en el suelo uno de los hombres más poderosos del mundo e imploraba ayuda, porque no sabía cómo continuar.

– ¿Por qué callas? Señor… ¡por favor!

– ¿Qué…?

– ¡Psst! -siseó el monje cuando volvió a resonar la voz del papa.

– La monja se está muriendo. San Benito dice: «El cuidado del enfermo debe prevalecer y estar por encima de todo: uno debe servirle como si realmente se tratara de Cristo».