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Chris se levantó y aprovechó para estirarse. Poco después entró Ponti, quien como siempre vestía su traje oscuro, en el patio. Chris se percató de la ligera ondulación en la chaqueta.

– ¿Con arma? -preguntó Chris.

– Si ya lo sabes. ¡Nunca sin ella! -los ojos oscuros centelleaban, y en su cara enjuta se deslizaba una sonrisa casi tímida. El italiano se pasó la mano por su corto cabello-. Me llevé una buena sorpresa cuando me dieron la noticia por radio desde la verja de quién venía.

– ¿A qué te refieres? -preguntó Chris.

El italiano sonrió de soslayo, se escanció una copa de vino empleando tranquilos movimientos con la mano y brindó en dirección a Chris.

– Eres nuevo en este juego. Yo no sabía nada. Eres una jugada personal del gran maestro. El solo la planeó.

Chris meneaba la cabeza. Antonio Ponti era el guardaespaldas del marchante, el hombre a quien Forster confiaba su vida.

– ¿Quieres decirme con esto que Forster ya no confía en ti?

El italiano meneaba enérgicamente la cabeza.

– No, no me refiero a eso de ninguna manera. Pero en estos últimos meses tiende a tomar medidas por su cuenta sin consultármelas.

– ¿Ha de hacerlo?

– Debería -Ponti apuró un trago de vino mientras contraía la cara de forma aprobatoria-. Hay que reconocer que el paladar de Forster aún no se ha resentido. Tú mismo sabes cómo funciona esto. Cuanto más se sepa, mejor se puede preparar uno. La seguridad no es cosa de una sola persona.

– ¿Acaso está en peligro?

– No más que durante todos estos años -Ponti reflexionaba-. Más bien menos. Apenas sale de viaje: su enfermedad. Vive retirado; se han acabado los grandes negocios. Lo ha dejado. Se está preparando realmente para su final. ¿Quién va a querer todavía arrancarle el pellejo?

– ¿Me podrías explicar al menos de qué se trata?

– Eso mismo quería preguntártelo a ti. No me había dicho que venías. Tampoco sabría ahora mismo para qué te querría utilizar.

– Hasta ahora no sé absolutamente nada. No siendo: ¡que quiere hacer penitencia!

Ponti soltó una carcajada.

– Menudo zorro. No se fía de nadie.

La mirada de Chris se paseó desde el rostro reflexivo del italiano hasta llegar a sus manos. Eran delgadas, pero a pesar de ello, fuertes y cuidadas. Chris observó la cantidad de movimientos que realizaban las manos de Ponti, el modo en el que frotaban el pie de la copa.

– ¿Por qué estás aquí, Zarrenthin?

– Un transporte, Ponti.

– Eso ya estaba organizado. No te necesitamos para eso.

Chris meneó los hombros y giró para irse.

– Ese es el encargo.

* * *

A pesar del poco descanso durante los últimos días, Chris se despertó de golpe. Aguardaba con los ojos abiertos, esperaba un ruido, un movimiento, cualquier cosa que le explicara por qué se había despertado.

Después rodó hacia el otro lado de la cama y fijó su mirada en el pequeño despertador de viaje. Eran poco más de las tres.

Su mirada se paseó por la habitación hasta detenerse en la ventana cuyas hojas estaban de par en par. Su habitación se encontraba en el ala designada a los invitados, en la primera planta, al final de la villa, inmediatamente detrás de la fachada frontal del edificio.

De repente escuchó un ruido. Parecía como si una pisada rápida y sin control hiciera rodar guijarros que chocaban entre sí.

Algo o alguien se movía ahí afuera.

«¿Y qué? Había guardias, y la pequeña centralita de seguridad, a la que se enviaban las imágenes desde las cámaras situadas en los puntos de vigilancia, estaba ocupada día y noche».

«Los guardias se mueven de forma diferente -pensó Chris-. De forma regular, con pasos a modo de oíd-ya-estoy-aquí, y no de forma sigilosa, furtiva, fugaz».

Irrumpió un resuello, una silenciosa maldición, y a continuación un cencerreo.

Chris se deslizó de la cama y se acercó de puntillas hacia la ventana para inclinarse con cuidado hacia fuera. Percibió los senderos de guijarros como si fueran mantos pálidos que destacaban a la tenue luz de las estrellas en comparación con la oscuridad de los matorrales y los arriates de flores. Ni un solo movimiento. Guardó la postura sin moverse y esperó. Nada.

De pronto un nuevo ruido. Provenía de la fachada frontal de la villa que se encontraba fuera de su campo de visión. Sonaba como una ligera tosidura. Una sola vez.

Conocía esa tos.

Se puso el pantalón y la camiseta, y se deslizó en los zapatos. A continuación buscó en su bolso su pequeña linterna, que llevaba acompañándole en todos sus viajes desde hacía tres años.

Chris se fue de puntillas hacia la puerta y se deslizó al pasillo sumergido en un gris difuso por la luz de emergencia. Se apresuró hasta el descansillo de las escaleras y permaneció a la escucha.

Reinaba tal silencio en la villa, que solo era posible por ser de noche.

Ni un solo ruido.

Se inclinó para poder abarcar mejor la pequeña sala de recepción en su campo de visión. Nada. A continuación, escuchó un leve chirrido. Provenía de la puerta de entrada, que se ubicaba directamente debajo de él, y que estaba fuera de su vista. Calzado con plantas de goma rechinaba sobre las losas de piedra: pasos rápidos, veloces y diligentes.

Pegó un bote hacia atrás de forma instintiva, pues un estrecho resplandor de luz se clavó, como una lanza de forma oblicua durante un segundo en el descansillo, para desaparecer de nuevo como una solitaria señal de Morse.

Chris se apresuró en bajar las escaleras. Debajo de la puerta de la centralita de seguridad centelleaba una tira de luz. Corrió hacia ella y la abrió de golpe.

La estancia tenía el tamaño de una pequeña sala de estar, y sus lisas paredes se habían lucido en blanco. En el centro se alzaba una mesa con una consola de control. En otra mesa diferente, se encontraban varios monitores en los que parpadeaban fotogramas de vigilancia.

Había un hombre sentado delante del mando de control sin dejar de mirar los monitores.

Chris entró en la habitación a la vez que giraba el hombre.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó Antonio Ponti.

– ¿Y tú? -respondió Chris, una vez hubo controlado su sorpresa.

– ¿Yo? Yo hago mi trabajo -Ponti susurraba casi. Su voz sonaba especialmente profesional y sin mostrar emoción alguna-. Acabo de hacer una ronda. ¿Y qué me encuentro? ¡Una centralita de seguridad abandonada, todos los sistemas de alarma apagados y un ladrón!

Chris clavó su mirada en las imágenes de la cámara.

– Yo no veo a ningún ladrón.

– ¡Maldita sea! -Ponti se giró de nuevo hacia los monitores-. Hace un momento estaba aún en posición siete…

– ¿En qué pantalla?

Ponti señaló una de las pantallas y Chris vio en su cristalina imagen una puerta en el interior de la casa.

– ¿Dónde está eso?

– Una puerta de conexión en el sótano. Proporciona una seguridad adicional entre la zona prohibida de Forster y la pequeña puerta exterior situada en la fachada frontal de la villa.

Chris recordó el ruido que había escuchado.

– ¿Y esa puerta no se vigila?

– Por supuesto. Pantalla seis.

Chris vio una puerta baja, la cual era grabada por la cámara solo desde la mitad hacia arriba. La puerta parecía estar cerrada.

Chris miró hacia las demás pantallas. En la verja de entrada se encontraba, de pie, una oscura sombra que, de vez en cuando, se movía. En ocasiones se avivaba la llama del cigarrillo situada en la concavidad de la palma de la mano, que al fumar destellaba un claro punto de luz.

– La verja está ocupada -murmuró Chris.