– Las demás posiciones también -la mirada de Ponti se posaba en cada una de las imágenes.
– Hay algo que no cuadra de ninguna de las maneras -Chris meneaba la cabeza-. El tipo debía de saber que esta villa está vigilada las veinticuatro horas del día. Nadie puede ser tan estúpido.
– Este no es tonto. Esto sigue un plan. Todos los sistemas de alarma están apagados -Ponti señalaba los interruptores del sistema, los cuales se iluminaban en rojo.
Chris inflaba los pómulos, resollaba con desdén por los orificios de la nariz.
– ¿Hay cómplices en la casa?
– ¡Calla la bocaza, Zarrenthin! -siseó Ponti malhumorado-. Yo hago mi trabajo, y tú el tuyo, sea cual sea. Acabo de decirte que esta habitación estaba vacía. No sé dónde pueda estar metido mi hombre. ¿Dónde estará ese cabrón?
– ¡Da la alarma! -insistió Chris.
– ¡No! -Ponti meneaba la cabeza-. Marcello Grosso debería estar sentado aquí. Si diera la alarma, seguramente ponga a esta rata sobre aviso. Esto lo arreglamos de otra forma -de su cartuchera sacó su pistola modelo Beretta Cougar-G de quince balas-. A estos dos los trinco yo personalmente.
– ¿No tendrás otra así para mí…?
Ponti echo varias miradas a su alrededor, después abrió varios cajones.
– Ahí tienes: una Beretta 92. Un arma de policía. Al menos antes. En mis tiempos.
Le arrojó un arma a Chris, quien la atrapó con destreza y la cargó.
– No tienes que hacerlo…
– Lo sé.
– Está en el sótano. Sabe muy bien lo que quiere y a dónde ha de ir -Ponti salió de una arrancada-. Espera simplemente aquí hasta que lo veas. Entonces le habremos taponado cualquier salida. Yo le desviaré desde el sótano al descansillo. Solo tienes que recibirle. Pero quédate en un principio vigilando las pantallas. Le verás en la pantalla trece, cuando esté abajo en el descansillo de las escaleras y quiera subir.
Ponti salió corriendo de la habitación.
Chris se sentó a la consola de control, posó su arma y su pequeña linterna. Cada segundo de espera sonaba como un gong en su conciencia. El exceso de hormonas de estrés sepultó su percepción normal del tiempo como una ciudad después de un terremoto.
El silencio se alargó de forma exasperante. Chris aguardaba algunos disparos, gritos o maldiciones en italiano, cuando Ponti se topara con el ladrón.
Pero nada de eso ocurrió. Solo reinaba el silencio.
En los monitores tampoco se apreciaba nada. Ponti quería sorprender al tipo por la retaguardia para conducirle hacia él. «¿Pero por qué no pasaba nada? ¿Dónde estaba el ladrón, y dónde, maldita sea, estaba el hombre de Ponti? ¡No se podían haber volatilizado!».
«¿Dónde demonios estaba Ponti?».
Estiró la cabeza hacia delante, porque en uno de los monitores se reflejaba algo así como la sombra de un movimiento. Su frente, al estirarse, impactó con el oscuro cableque enese preciso instante descendía desde arriba delante de su cara.
El cable era frío y estriado. Desapareció con suma rapidez de nuevo hacia arriba, desollando la piel en dos zonas de su frente.
Entonces apareció de nuevo el cable. En esta ocasión, el arco del segundo lance fue más amplio.
Chris se echó hacia atrás y separó la mano izquierda hacia arriba para cerrar el puño y colocarlo a modo de protección delante de su cuello. Cuando el cable de acero del garrote se estrechaba, se hundió sin piedad en la piel de su puño, y Chris se irguió para resistir a la presión. El cable se cerró a ambos lados del cuello. En un principio, el metal reposaba frío sobre la piel. Sin embargo, inmediatamente después, un dolor abrasador sacudió a Chris por completo, cuando el atacante meneaba detrás de él el cable del garrote de un lado para otro como una sierra.
Chris jadeaba y estiró su mano derecha hacia la mesa en la que se encontraba la linterna. Miró hacia arriba. Un rostro tapado colgaba como un globo sobre su cabeza, solo se podían ver la boca, los orificios de la nariz y los ojos. Los hombros y los brazos del hombre estaban en tensión.
Chris apretó el pequeño botón de la linterna y lanzó el brazo derecho hacia atrás hasta que el respaldo interfirió en su movimiento.
La hoja del puñal camuflado en su linterna penetró lateralmente por encima de la rodilla en el muslo del estrangulados La fina hoja estaba bien afilada por ambos lados y seccionó la carne como un escalpelo.
El atacante se encogió mientras la presión alrededor de su cuello iba cesando. El brazo de Chris se lanzó de nuevo hacia atrás, atacando de nuevo. Esta vez, el hombre esquivó el ataque con habilidad, dando un paso hacia un lado. Eso provocó que el garrote en el cuello de Chris se aflojara aún más, y este aprovechó para tirarse hacia adelante. Con rapidez dio una coz, propinándole un golpe a la silla.
La presión del cable desapareció, pues el atacante había soltado el mango derecho de metal del garrote. Chris salió despedido hacia adelante sobre la consola, dejando caer la linterna y alzándose hacia la Beretta.
Le remolineaban. El golpe llegó desde arriba, y la empuñadura de la pistola martilleó su sien izquierda. Se desmoronó sin hacer un solo ruido.
Chris sintió humedad y relente, y comprendió sólo después de unos segundos que alguien le estaba presionando un paño húmedo en la cara.
Ponti le sonreía de soslayo.
– ¿Ha vuelto el héroe a los vivos?
– Sin remilgos. ¡Que tampoco le ha pasado nada!
Chris miró embotado hacia arriba a Forster, quien se encontraba de pie apoyado en sus muletas y observaba a Chris desde lo alto sin mostrar ninguna emoción. El marchante había deslizado con premura su brazo derecho por la manga de la bata, la cual llevaba arrastrando detrás de él como si de la cola de un vestido se tratara. Chris se quejaba; los dolores de la frente casi le cortaban la respiración. Abrió los ojos todo lo que pudo para que la sensación de mareo no hiciera presa de él. Por un momento pensó tener incluso dolor de muelas, pues los dolores palpitantes se proyectaban todavía más abajo, llegando a la mandíbula.
– ¿Cuánto tiempo estuve fuera de juego? -murmuró Chris mientras se ponía de pie tambaleando y se agarró al canto de la consola de los monitores.
– No sé cuándo te alcanzaron -dijo Ponti-. Pero yo me fui hace casi una hora.
– ¿Y cuándo me habéis encontrado?
– Hace unos pocos minutos.
– ¿Y entre tanto?
Ponti encogió los hombros y apuntó un punto en su cabeza, donde nacía un pequeño bulto directamente sobre su ojo izquierdo.
– A mí también me han dejado fuera de combate. Poco después de salir por la puerta.
Chris meneaba la cabeza.
– ¿Somos tan fáciles de dejar fuera de combate?
– Se trataba de la típica trampa. Primero han ido por mí ahí afuera, y luego te dejaron a ti fuera de juego.
– ¿Les has visto?
– A uno. Una sombra. Y luego, bam, caí redondo -Ponti trazó una mueca a modo de disculpa-. Tendría que haberte hecho caso. Hubiera sido mejor haber dado la alarma. Quizás los hubiéramos atrapado.
– ¿Qué pasa con tu hombre?
– ¿Marcello Grosso? -Antonio Ponti balanceaba la cabeza de un lado para otro-. Desapareció; al igual que el ladrón. Grosso estaba seguramente compinchado con el asaltante. Hemos encontrado una escala de cuerdas en el muro. Eso nunca hubiera funcionado si no hubieran apagado la alarma.
– ¿Y entonces, qué se llevaron?
Forster se fijó en Chris con la mirada perdida. «Cómo puede ser tan indolente», pensó Chris, pero entonces el marchante soltó una carcajada.
– Nada. Absolutamente nada. Tenían como objetivo mis riquezas de la cámara acorazada. ¡Seguramente sabían el código! De lo contrario, nunca lo hubieran intentado: ¡hubieran tenido que prender una bomba!
– No lo entiendo -Chris aprisionaba con fuerza la mano derecha contra su frente para calmar los dolores.
– ¡No han entrado! se reía Forster con sorna entre dientes mientras golpeaba su muleta en el suelo como si le machacara la cabeza a una serpiente-. Yo mismo he cambiado el código hace dos días. No importa quién fuera: ¡fue una mala planificación! -Forster se rio complacido y, mediante una señal, le ordenó a Chris que se levantara.