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Chris apoyaba a Forster al salir y observaba a Ponti, quien se frotaba el muslo con la mano. En sus ojos flotaba un extraño velo.

«Odio», pensó Chris.

Capítulo7

Toscana, noche del viernes

Fue como durante la noche anterior. Forster y Chris permanecían sentados en el patio interior después de que el día hubiera languidecido, como si nada hubiera ocurrido. Chris percibía el comportamiento de Forster algo raro, pues el marchante de antigüedades había decidido no avisar a la policía.

– No se robó nada, y ahora mismo no nos podemos permitir todo ese contratiempo. ¡Pronto lo entenderá! -espetó el marchante de antigüedades, evitando cualquier intento de hablar nuevamente sobre lo ocurrido la noche anterior.

Ponti se había encargado durante todo el día en seguir posibles pistas y comprobar las medidas de seguridad. Tres veces se había topado Chris con el italiano, pero Ponti solo hablaba en monosílabos y malhumorado. Chris achacó este hecho a que el hombre de Ponti, Marcello Grosso, se había conchabado con el ladrón, habiéndose fugado a la postre con él.

– Usted sabe que soy marchante de antigüedades.

Karl Forster mascaba juicioso un trozo de asado frío de jabalí mientras ojeaba expectante a Chris, como si estuviera aguardando el momento en el que partiera con los dientes la cápsula de arsénico camuflada en la comida.

– Sí.

– ¿Y?

– Tampoco sé mucho más -Chris podía sentir la mirada examinante de su cliente, quien se habría inflado seguramente con una buena cantidad de medicamentos. De no ser así, no era capaz de explicarse su buen estado de forma. La noche anterior se había mostrado bastante más frágil-. Usted es, por lo que yo sé, un marchante de antigüedades muy exitoso. Es rico, vive cerca del lago de Ginebra y también en Toscana y… bueno, eso en principio es más o menos todo.

Chris se detuvo. Mascaba pensativo, preguntándose a qué estaba jugando Forster.

– Todo lo que dice es cierto -Forster se reía y chasqueaba deleitado la lengua al comer-. Pero también soy un criminal, el último de la estirpe de criminales desde hace tres generaciones; y nieto de un asesino.

Chris se olvidó de la mascadura e investigó la cara divertida de su cliente.

– Además, mi familia vive desde generaciones bajo un nombre falso.

Chris apartó juicioso su trozo de embutido mientras observaba al anciano, quien lamía sonoramente los restos de aceite de oliva virgen de la yema de sus dedos.

– Mi riqueza se basa en el asesinato.

– ¿Usted…?

– ¿Yo? No. Eso ya no me hizo falta. Aunque sí he sobornado y confeccionado pedidos para que otros se hicieran con las antigüedades, posiblemente también robando y matando; pero yo mismo no he tenido que mancharme las manos.

Chris se limpiaba los dedos en el pantalón.

– Creo que es mejor que me vaya ahora -dijo y se levantó del banco. Todo su cuerpo estaba de pronto completamente entumecido, los músculos de la nuca le dolían. «Las cosas no podían irlo tan mal para que so prestara a una cosa así»-. Me temo que me lio equivocado con usted.

– ¿Escrúpulos? -los ojos del marchante resplandecían divertidos-. ¿Ahora le viene la vena de antiguo policía? Eso ya lo debería haber superado hace tiempo.

– No tiene nada que ver con eso en absoluto. Y usted lo sabe -Chris se enfadó consigo mismo por haberle contado al marchante tantos detalles de su pasado. Se disponía a irse-. Tampoco me gustan el incidente de la otra noche ni su comportamiento. ¡Apesta!

– ¡Siéntese! -Forster graznó como un cuervo durante una oscura profecía-. Es usted demasiado sensible. Tiene que sobrevivir… e incluso usted tiene que pasar por encima de algunas cosas y aguantarlas para recibir un encargo. Está a punto de perderlo todo.

– Hay límites. Yo no me dedico a infringir la ley -Chris apretó los labios y miró desde arriba con aire sombrío hacia Forster.

– Ah, los principios. La moral -el marchante asentía con aprobación-. Admirable. ¿Sabe que le envidio por eso? ¡Por sus principios! -Forster sonreía de oreja a oreja-. Se adelanta usted: ¡no le voy a pedir que haga nada ilegal!

Chris titubeó. «¿Estaría Forster sólo jugando?». En varias ocasiones se había divertido a costa de él, provocándole. Chris lo odiaba, pero por otro lado, si las cosas se torcían de nuevo, perdería otro encargo bien remunerado. En estos momentos eso equivaldría a una hecatombe, y hasta ahora Forster nunca… Chris se volvió a sentar. Siempre podría irse en cualquier momento.

– Desde mi juventud, solo he conocido una sola moraclass="underline" el dinero. Como antes de mí, mi padre y mi abuelo. Créame: es difícil aceptar otros valores cuando alguien ha pasado toda su vida aferrado a las mismas ideas… y si se proviene de donde yo lo hago.

– ¿Y de dónde proviene?

– De lo más bajo, de la escoria. ¿Se lo puede imaginar?

– No.

– Sin embargo, es así. Desde un punto de vista moral. Al menos, así es como yo lo veo a estas alturas.

«¿Espera el rico anciano ahora su absolución? -eso parecía inverosímil. Chris estaba aquí para realizar un transporte. Sin embargo, ambas cosas parecían ir de la mano-. ¿No había dicho Forster que quería hacer penitencia?».

– Está bien. Si quiere contármelo, hágalo. Pero que sepa que no me gusta que juegue conmigo con sus provocaciones. Para eso, mejor me voy -Chris se recostó y percibió el dolor provocado por la dura madera del respaldo en su espalda.

– ¿De dónde cree que proviene todo mi dinero? ¿Cómo comenzó todo?

Chris encogió impasible los hombros. No le gustaba el cariz que estaba adquiriendo la conversación. Tampoco le apetecía tener que especular acerca de la vida de Forster.

– Aunque comercie con objetos antiguos de todo tipo, me dedico a un campo muy específico. Venga conmigo. Comprenderá entonces por qué no quiero que venga aquí la policía.

Salieron a través del patio hacia el descansillo de la villa para descender después por las escaleras de mármol. Chris seguía detrás de Forster, quien le precedía arrastrándose y caminando a pasitos cortos, mientras se agarraba con la mano izquierda en el pasamano, y con la derecha aferraba su muleta.

Una vez en el sótano, se encendieron diferentes lámparas dirigidas a través de sensores de movimiento. Chris reconoció de súbito dónde se encontraban. Conocía el angosto pasillo por las pantallas de la noche anterior. Se hallaban en la parte del sótano que Ponti había denominado como la «zona prohibida» de Forster. Más adelante, se situaba la puerta que el ladrón quería haber abierto. Las paredes y el techo estaban recubiertos de madera oscura, y a Chris le recordó de inmediato, a pesar de la luz, a un gigantesco sarcófago.

Chris se sacudió ese pensamiento de la cabeza y clavó su mirada en las paredes de las que colgaban lienzos de gran tamaño. Todos versaban sobre el mismo tema: escenas mitológicas acerca de la creación del mundo.

Chris se detuvo delante de uno de los lienzos que estaba cubierto por avalanchas y más avalanchas de olas.

– El Diluvio -jadeaba Forster respirando fuerte-. Después de él, todo comenzó de nuevo. En casi todas las culturas se habla de ello y, sin embargo, apenas nadie cree que hubiera existido jamás.

– Impresionante -dijo Chris algo desconcertado, pues no era experto en mitología ni en lienzos. Conocía el Diluvio a través del Antiguo Testamento, según el cual había sido enviado como castigo a los hombres. Cualquier otro detalle, al margen de que Noé hubiera salvado una pareja de cada raza animal, no se le ocurría nada en concreto en ese momento.