– Su nombre, sí. Pero desde mi juventud no he vuelto a dedicarme a este tema. Aunque crea en algo… superior, pero la Iglesia y todo lo que le rodea me causa cierto recelo.
Forster asentía con la cabeza.
– Sea como fuere. En cualquier caso, aparece escrito en Jeremías: "Dice el Señor: los babilonios son mi mazo, mi arma de guerra; con ellos destrozo naciones y reinos. Con ellos destrozo jinetes y caballos, aurigas y carros de guerra, hombres y mujeres, ancianos, jóvenes y doncellas. Con ellos destrozo pastores y rebaños, labradores y yuntas, jefes y gobernantes". [17] Antiguo Testamento. Y eso fue lo que hizo Nabucodonosor II. Creó el Imperio Neobabilónico, unió todas las fuerzas disgregadas, marchó contra Kish y otros principados; creó un nuevo reino, llevándola a lo más alto e irguiéndose en el fundador de la nueva Babilonia. Para que sepa apreciar el significado de estas tablillas… -Forster miró hacia la vitrina en la que reposaba una estaca de arcilla-. Si observa aquel clavo de ahí atrás… se trata del clavo de fundación del templo de Ninurta [18] que fue mandado construir en Babilonia por Nabucodonosor II, una vez conquistado Kish. ¿Lo entiende?
– Me puedo figurar su valor, pero yo no soy ningún experto como usted, por eso…
– Está bien -cambió Forster de tema-. Más interesante resulta todavía la otra tablilla -aleccionaba Forster mientras devolvía la tablilla de Nabucodonosor sobre la bandeja y tomó de nuevo la anterior en sus manos, girándola con celo-. ¿Sabe usted cómo nació la escritura?
– Más o menos -murmuró Chris con precaución-. Primero los símbolos, después las imágenes, a continuación los trazos; signos con sentido.
– Correcto -Forster miró hacia Chris con desaire-. Usted me sorprende cada vez más, Zarrenthin. Hace un momento aún parecía carecer de cualquier cultura y, sin embargo, a continuación, estos paréntesis de conocimiento -él se reía maliciosamente entre dientes-. Esta tablilla proviene de los albores de la escritura. Para ser más exactos, de la edad temprana de la pictografía. En torno al tercer milenio antes de Cristo.
– ¿Cómo puede saber eso?
– Observe esta imagen. Aquí -el marchante de antigüedades señalaba un triángulo que se sostenía en uno de sus vértices en cuyo centro transcurría una línea vertical desde ese mismo vértice hacia arriba sin llegar a tocar la base superior-. ¿No le llama la atención?
Chris dudó por un momento si pronunciar lo que le había venido a la cabeza de forma espontánea.
– Parece el regazo de una mujer, dibujado con pocos trazos.
– Muy bien -Forster soltó una carcajada-. El signo para «lu».
– ¿Qué significa?
– Es el signo para «ser humano» en la temprana pictografía -Forster sonreía satisfecho mientras se reclinaba en el sillón-. Y ahora querrá saber cómo puedo estar tan seguro, ¿no es así?
– Usted sabe mucho más sobre este tema…
– Nunca más se ha vuelto a escribir, o si así lo prefiere, representado «lu» de esta misma forma durante el transcurso de las siguientes fases de desarrollo hasta completar la formación de la escritura cuneiforme.
– Por cierto, ¿cuántas fases hubo?
– Ocho hasta completar la forma definitiva de la escritura cuneiforme, tal como había sido utilizada por los asirios en el primer milenio antes de Cristo. Sin embargo, durante la segunda fase, la imagen en sí continuaba siendo la misma, pero se había girado noventa grados a la izquierda de tal modo que el vértice del triángulo apuntaba hacia la derecha. Con el tiempo, el signo original fue variando cada vez más.
– ¿Por qué?
Forster apuntó de nuevo en dirección a la estantería, y Chris acercó el cuaderno y el lapicero que reposaban allí. El marchante tomó ambos objetos y dibujó varios signos en el cuaderno. Blasfemaba, porque su mano temblorosa no le obedecía. Al tercer intento apartó el lapicero y le enseñó a Chris la hoja. Los diferentes componentes del signo se asemejaban cada vez más a flechas con triángulos bien marcados en uno de sus extremos.
– En principio, los primeros signos eran rectos. Seguramente se fueron girando noventa grados hacia la izquierda para poder acuñarlos mejor y más rápido en la arcilla.
»Sin embargo, se mantuvieron algunas curvaturas que a su vez se fueron perdiendo con el paso del tiempo, debido a que resultaba muy difícil imprimirlos en la arcilla. Los signos fueron cambiando por motivos puramente prácticos.
– Y de esta forma puede verse claramente que…
– Así es. Pero la tablilla por sí sola también es capaz de darnos cierta información: es arcilla, fue secada, contiene una gran proporción en arena. Por eso su superficie es tan porosa.
Zarrenthin clavó pensativo la mirada en el artefacto.
– ¿Qué significa lo último?
– La arcilla es un producto natural que procede de las capas de la tierra y aparece en proporciones totalmente diferentes con respecto a su cantidad en arcilla, arena, cantos rodados y minerales granulados procedentes de material rocoso o del subsuelo. La arcilla es el único componente que funciona como aglomerante, capaz de unirlo todo. Grandes cantidades en cal y yeso influyen en las mismas propiedades de conservación de la arcilla, haciéndola más resistente contra el agua. La arcilla utilizada antaño en este país situado entre dos ríos contiene, como mineral, grandes proporciones en paligorsquita, convirtiéndola por lo tanto en un aglomerante débil. Sin embargo, es una arcilla mucho más resistente a las inclemencias.
Chris quedó ensimismado en la vitrina con las tablillas de arcilla.
– De acuerdo. Si he contado bien, aquí hay seis tablillas de este tipo.
– Sí. Seis de la época de Nabucodonosor II, y seis del tercer milenio antes de Cristo. Auténticas reliquias. Únicas. No hay museo que disponga de algo que se le parezca.
Forster se reanimó visiblemente. Sus ojos centelleaban, y sus ancianas manos acariciaban con dulzura las tablillas, palpando cada una de las ranuras de los símbolos ortográficos del mismo modo en que el amante explora por primera vez los encantos de su amada. Mientras mantenía las tablillas cerca de sus ojos, escudriñaba con la lupa cada uno de los signos y suspiraba embriagado por el gozo.
Chris se sentía olvidado.
– ¿Usted sabe leerlos? -preguntó por fin.
– No realmente. Son demasiados signos. Pero el texto ya se tradujo hace mucho tiempo. Descifrar esta escritura constituye ya por sí solo una ciencia. No hay que olvidarse de que la cantidad de las imágenes, signos y símbolos utilizados asciende en torno a los dos mil…
– ¿Quién puede retener todo eso? -se le escapó a Zarrenthin.
– … Y por ello, se redujeron más tarde a aproximadamente seiscientos. El escriba medio dominaba en aquellos tiempos normalmente en torno a doscientos signos cuneiformes diferentes.
– Sigue siendo una buena cantidad bramó Zarrenthin, pensando en el alfabeto de veintinueve [19] letras con el que uno se las ingeniaba hoy en día.
– Cierto. Por otro lado, no se debe olvidar que un mismo signo puede albergar diferentes significados, en función del contexto en el que hubiera sido utilizado. El «sol» significa asimismo «día», «claridad», «amable». Y el «agua» y una «boca» juntas significan la palabra «beber».
– ¿De dónde provienen? ¿Son tan valiosas porque proceden de una tumba? ¿De la de un rey?
– Estas proceden de un féretro muy especial -manifestó el marchante de antigüedades después de titubear un instante-. Mesopotamia no es Egipto. A diferencia de las tumbas de los faraones de Egipto, en Mesopotamia apenas se han encontrado sepulturas reales. Sin embargo, aquellas que se encontraron también estaban equipadas de forma soberbia. En las tumbas reales de Ur se encontraron colonias completas compuestas por carros de guerra, sirvientes reales que morían junto a sus señores, joyas, oro, y por supuesto, también tablillas. En este sentido, no han cambiado muchas cosas hasta hoy.