Instantes después, Forster concluyó la conversación, transmitiéndole tres frases a Rizzi, quien apenas asintió con la cabeza. Chris hablaba un inglés fluido e incluso podía comunicarse bien en francés, pero sus conocimientos de italiano eran escuetos, y con la velocidad empleada ni siquiera pudo entender el sentido de las frases. Sin embargo, sí era capaz de percibir el nerviosismo de Forster del mismo modo que ocurre con el estruendo pocos instantes antes de la caída del rayo.
– ¿Malas noticias? -preguntó y pensó de inmediato en la salida caprichosa desde Ginebra.
Forster permaneció en silencio durante largo rato, con su mirada clavada a través de la ventanilla, y golpeó de repente con el puño la palma de la mano izquierda.
– Han asaltado el transporte al Louvre.
Chris miró irritado por el retrovisor. Su mirada se cruzó con la del marchante de arte, quien se había impulsado hacia adelante y se estaba aferrando con ambas manos a los reposacabezas.
– ¿Me lo quiere explicar alguien?
– Ya le he dicho que estoy llevando a cabo mi penitencia, y aquello que no puedo llevarme al infierno lo entrego allí donde creo que debe estar. Un gran transporte repleto de obras de arte iba de camino al Louvre -Forster tosía nervioso-. El Louvre es el museo al que le doné todo el resto de mis colecciones. Aquello que mi padre y yo hemos coleccionado durante decenios y nos hemos quedado. Se trata principalmente de relieves asirios y estelas de Assur, algunas obras de arte procedentes de las excavaciones en Ur, y algunos hallazgos egipcios que combinarían muy bien con las colecciones del Louvre. Se me ha asegurado que se les proporcionaría un lugar destacado en cada una de las respectivas colecciones.
– Y todo es de un valor incalculable.
– Deje sus observaciones sarcásticas para otro momento -respondió Forster con enfado-. Ya le he dicho que no estaría dispuesto a debatir con nadie mis decisiones o tener que justificarme. Voy a dejar este mundo, y los bienes culturales que poseo los dejaré en aquellos lugares donde, según mi opinión, serán mejor conservados.
– Sin embargo, parece ser que hay alguien que no está del todo conforme.
Forster resoplaba con desdén.
– Zarrenthin, ¿no será realmente tan ingenuo?
– Desconozco por completo su sector. Yo me dedico al transporte de mercancías para personas y empresas… e intento permanecer limpio. Nada más.
– Aves de rapiña, Zarrenthin. Aves de rapiña dominan mi sector. Personas que poseen infinidad de dinero desean ser dueños de obras de arte únicas… aun a sabiendas de que estas obras, por su excepcionalidad, tengan que desaparecer para siempre dentro de una caja fuerte. Tan solo la sensación de su posesión resulta increíblemente embriagadora. Estas personas serían capaces de pagar cualquier precio por ello. Y las personas que se hacen con estos objetos de arte, al igual que yo, tampoco están dotados precisamente de demasiados escrúpulos.
– ¿Está diciendo que alguno de sus rivales se ha echado sobre sus objetos de arte?
– Es posible -Forster mordía las uñas de manicura de su mano derecha-. En cualquier caso, han desaparecido.
Chris giró brevemente la cabeza hacia atrás y observó la cara fruncida del marchante. A pesar de la distancia podía oler su respiración ácida: mezcla entre el hedor a café y el ácido gástrico.
– ¿Nosotros también hemos de contar con algo así? -dijo Chris para plantear la pregunta que lo resumía todo-. No había dedicado ni una sola palabra para advertir que este viaje podría ser peligroso.
– Nadie sabe que vamos de camino a Berlín -sentenció Forster y soltó un golpe con la mano en el reposacabezas de Rizzi.
– Si consideramos su propia presencia aquí como patrón, aquello que transportamos es mucho más valioso que lo que iba de camino al Louvre -Chris hizo una pequeña pausa, y al no recibir ninguna respuesta prosiguió con sus reflexiones-. Si eso fuera así, debería sospechar que nosotros también estamos en su lista negra. Y si eso asimismo fuera cierto, me pregunto por qué no realizamos nuestro transporte con mayor protección.
Forster calló durante largo rato antes de responder.
– Nadie sabe nada de este viaje. Se supone que yo acompaño el transporte hacia París.
– Ese transporte acaba de ser asaltado… -insistió Chris.
– ¿Y qué? -respondió Forster en tono grosero-. Ponti y mi doble han acompañado el transporte…
– ¿… un doble? -espetó Chris interrumpiéndolo-. Ha contratado incluso a un doble… ¡entonces barajaba la posibilidad de algo así!
– … Con mi coche. Nadie nos vio ayer partir desde el hotel de Ginebra. El doble esperó en el hotel y se fue al restaurante, también del hotel, justo después de que accediéramos a su garaje. Todo el mundo sabe que nunca viajo sin Ponti. Por eso Ponti debía acompañar aquel transporte. Ponti recogió al hombre del restaurante durante nuestra partida, llevándolo de vuelta a la villa. Lo ocurrido es la prueba evidente de que han caído en la trampa.
– Y yo que pensaba que Ponti podría ver algo con el asalto en Toscana. Vaya, me hubiera puesto en evidencia si… -Chris meneaba la cabeza-. ¡Pero ahora entiendo también su actitud! Usted sabía que sus rivales estarían detrás del asalto. Por eso no quería a la policía…
De repente apareció de nuevo ese cosquilleo en la nuca en el que Chris siempre podía confiar. Forster le estaba utilizando. El marchante de arte había desarrollado premeditadamente una maniobra de distracción; utilizó incluso un doble. Quien hacía algo así, contaba con cualquier cosa.
– Tenía que habérmelo dicho -insistió Chris. De repente le vino la sospecha de que Forster había mantenido el contacto con él todos estos años solo para tenerle disponible precisamente para este viaje.
– ¿Ah, sí? -Forster arrancó una amarga carcajada-. ¿Qué piensa entonces que le tenía que haber dicho? ¿Que tenemos que contar con ser asaltados? No sea ridículo. Nadie sabe nada sobre nuestro viaje. Hasta ayer ni siquiera Ponti.
– ¿Cómo ocurrió?
– ¿A qué se refiere?
– Cómo ocurrió el asalto. ¿Dónde? ¿Cómo lo han hecho?
Forster juraba entre dientes. Después relató lo que le acababan de informar por teléfono.
– Entre Saint Laurent y Morez. En torno a una hora después de la salida. Y eso que les había dicho que tuvieran cuidado.
– ¿Cuánto hace de eso?
– Horas.
– ¿Cómo es posible?
– Han arrojado a todos maniatados al bosque. Se han llevado a Ponti. Uno de los empleados de la empresa de seguridad pudo liberarse finalmente y llamar a su jefe. Y este me acaba de llamar a mí hace un momento.
Chris miró de forma instintiva por el retrovisor. A su lado y detrás de él tronaban camiones en el carril derecho como si de elefantes galopantes se tratara; por lo demás la autovía estaba totalmente despejada.
Forster mantenía su teléfono móvil al oído a la espera para que hubiera una comunicación. Finalmente lo apagó.
– No hay señales de Ponti -sin más, Forster comenzó a reírse entre dientes.
Quienquiera que fuera el que hubo comenzado el asalto, fue engañado por Forster. Ellos prosiguieron su viaje sin ningún contratiempo a través de la noche.
La autovía se convirtió repentinamente de nuevo en una carretera de dos carriles. A la derecha, se deslizaban con rapidez superficies abiertas de campo, y a continuación de nuevo trozos de bosque. Los desniveles de la carretera, así como los límites de velocidad indicaban que estaban recorriendo un tramo que aún estaba en construcción.
Chris bajó el pie del acelerador y frenó, cuando de súbito un camión Scania se incorporó justo delante de él al carril de aceleración. El camión avanzaba lánguidamente para superar un Renault Kerax que circulaba por el carril derecho.