– ¿No puede hacer algo para que avancemos más aprisa? Estos camiones sacan a uno de sus casillas. ¿No los podemos adelantar? -siseó Forster.
– ¿Cómo se supone que he de hacerlo? -respondió Chris. En Toscana, Forster había merodeado por los lugares como si se derrumbara en cualquier momento. Desde Ginebra parecía más fuerte y ágil. Chris se preguntaba qué drogas tomaría el marchante para poder estar en forma y resistir este viaje.
Chris tamboreaba impaciente el volante, pues el camión Scania, que estaba adelantando, apenas avanzaba. Forster gruñía sin cesar como un perro momentos antes de su mordedura.
Chris observó a su derecha cómo el Renault Kerax se iba quedando poco a poco detrás. En pocos segundos, el hueco entre el Renault y un Volvo que le precedía sería lo suficientemente grande como para que el Scania pudiera meterse en él.
– Utilice el avisador luminoso, los intermitentes, péguese a él, adelántelo por el arcén. ¡Ahora mismo tengo mucha prisa por llegar a Berlín! -vociferaba Forster al no incorporarse el camión Scania de nuevo al carril derecho, disponiéndose a adelantar también al Volvo.
– Eso no le va a impresionar mucho.
La matrícula del remolque del Scania estaba sucia y resultaba imposible leer en la oscuridad. Chris clavó la mirada en la lona donde se indicaba, en inglés, el teléfono y el fax de una empresa lituana.
El morro del Mercedes se estaba acercando de repente al remolque de forma peligrosa.
– Está aminorando -anunció Rizzi.
– Cierto -respondió Chris sorprendido mientras pisaba con cuidado el freno.
En ese preciso momento se iluminaron delante de ellos ambos intermitentes del Scania en señal de advertencia.
– Tiene problemas -dijo Chris y continuó con la frenada. Entre tanto, miró en el retrovisor. Desde detrás se estaban acercando rápidamente tres focos. «Un turismo y una moto», le vino disparado a Chris por la cabeza.
De pronto se iluminó detrás de ellos el avisador luminoso del vehículo que se les estaba aproximando a gran velocidad. Una y otra vez, sin control, de forma agresiva.
– Cabrón -gruñó Chris cuando el coche prendió a la vez el intermitente para poder acceder al carril izquierdo.
Lleno de rabia, Chris pisó el freno. Por una milésima de segundo el coche parecía detenerse al hundir el morro brevemente en el asfalto.
– ¡Deje esta mierda! -gritó Forster a través de la ventanilla-. No necesito un accidente. ¡El contenido debe llegar sano y salvo a Berlín!
Rizzi fijó su mirada a través de la ventanilla y señaló de repente sorprendido y gritando hacia su lado derecho.
Allí apareció el impaciente BMW que hacía tan solo un instante les estaba atosigando desde más atrás. Entre tanto sonaba el claxon rabioso del Renault Kerax que se estaba quedando atrás por el carril derecho y cuya trayectoria había sido cortada por el BMW.
– ¿Qué es lo que pretende?
– Está claro -dijo Forster, quien asimismo miraba por la ventanilla-. Ahora está ocupando el hueco del carril derecho entre los dos camiones. El camión delante de nosotros tiene encendidos ambos intermitentes, lo que indica que tiene problemas; cada vez va más lento. Allí se abrirá el hueco y el BMW podrá cambiar de nuevo de carril. Y entonces pasará de largo. ¡Deberíamos hacer lo mismo!
Chris observó el modo en el que el BMW se iba acercando por el carril derecho cada vez más al Volvo que iba delante de ellos, y la forma en la que estaba rodeado por camiones tanto delante, a la izquierda y detrás.
– A qué espera, ¡sígale! -bufó Forster.
Chris condujo el Mercedes hacia el carril derecho, provocando un concierto de bocinas por parte del conductor del Renault. Soltó una risotada maligna porque podía devolvérsela ahora al BMW mientras activaba sin cesar el avisador luminoso.
– Para que sepas qué mal se pasa.
El Scania situado en el carril de aceleración iba cada vez más lento. El morro del Mercedes se encontraba entre tanto a media altura de la caja del camión, cuya lona se abollaba al paso del viento.
El camión Renault apareció de pronto justo detrás de ellos. Chris miró el cuentakilómetros. Apenas iban a ochenta kilómetros la hora y continuaban perdiendo velocidad. Las luces de freno del BMW se iluminaron y Chris pisó a su vez el suyo.
– ¡Joder! -juró Forster cuando cayó sorprendido con un impulso hacia delante.
– Perdón.
Chris escudriñaba con esfuerzo el exterior. Se estaba abriendo el hueco para el BMW. A pesar de que el Scania permanecía a su misma altura en el carril izquierdo, y el Renault estaba a punto de rozar su parachoques, el Volvo desapareció delante de ellos despejándoles el camino.
Otro haz de luz más se estaba aproximando y Chris giró la cabeza. Inmediatamente detrás de ellos se alzaba la cabina del conductor del Renault. La nueva luz procedía de la derecha. De súbito, Chris observó salir una moto de entre las sombras del Renault. Incluso antes de que pudiera entender lo que estaba ocurriendo, cayó sobre ellos una tormenta de luces.
– ¡Maldito hijo de puta! -gritó Chris.
El Renault, que se encontraba directamente detrás de ellos, iluminó todos los focos de los que disponía. Rayos incandescentes recorrían el habitáculo del Mercedes. La luz resplandeciente quemaba los ojos de Chris y le obligó a volver la cabeza hacia adelante.
Por un momento, todo se había tornado negro.
La moto se impulsó hacia adelante y apareció justo al lado de su Mercedes.
Chris mantenía su mirada todavía hacia abajo. La nebulosa en sus ojos iba desapareciendo poco a poco mientras el cuentakilómetros recobraba de nuevo su forma.
Continuaban perdiendo todavía mayor velocidad. En ese preciso instante, Rizzi soltó un grito y metió su mano derecha debajo de la chaqueta.
El cristal de la ventanilla se hizo añicos. La cabeza de Rizzi fue lanzada hacia la izquierda. Chris pudo observar el agujero con los bordes ribeteados compuestos por piel quemada en la frente de su acompañante.
Capítulo 10
Alemania del Este,
noche del domingo al lunes
Keith Broad agitaba como poseído su pistola Walther. El conductor del camión Scania obedecía sus órdenes solo a regañadientes, clavándole la mirada como si de un manjar viviente para un gigantesco cocodrilo se tratara.
Habían secuestrado ambos camiones en un área de descanso, preparado la emboscada y aguardado hasta que el equipo de motoristas les hubo informado sobre el Mercedes que se estaba aproximando.
Su amigo, Leo Arrow, lo tenía bastante mejor. A diferencia de él, este sabía de camiones y conducía personalmente el Renault Kerax, que formaba la parte posterior de la emboscada. Mientras el conductor del Kerax se encontraba maniatado en el suelo de la cabina, él tenía que arreglárselas de otra forma.
– ¡Más lento! -gritó Keith Broad-. ¡Mucho más lento!
Aún carecía de la experiencia suficiente y se sentía extremadamente nervioso. Se trataba de su segunda intervención y su jefe de equipo, Noel Bainbridge, le tenía entre ceja y ceja porque durante la primera intervención en Los Ángeles no fue todo lo contundente que tenía que haber sido.
Le dieron una lección a un profesor que había intrigado en contra de los Pretorianos. En algún momento había gritado que parasen. A Noel no le hizo mucha gracia. Su desliz fue notificado incluso a Barry, el jefe del equipo de seguridad de los Pretorianos. Hoy no podía permitirse ningún error.
Puesto que el conductor del Scania no reaccionaba con presteza, Keith le asestó un golpe con la empuñadura del arma en la frente.
El conductor ni siquiera soltó un quejido.
– ¡Más lento! -gritó Broad mientras observaba el Volvo delante de él por el carril derecho. Aquel camión no había sido secuestrado, pero aun así formaba parte del juego, pues constituía la parte frontal de la encerrona.