Debían aminorar aún más para asegurar, en el carril de aceleración, el flanco izquierdo de la emboscada.
– ¡Luces de emergencia!
Por fin, el tártaro empezaba a obedecer.
Keith clavó la mirada de nuevo en el espejo exterior. Tenían atrapado al Mercedes en el carril derecho.
– ¡Mierda! -Broad pudo observar cómo el Mercedes salió de repente de la fila y chocaba contra la moto.
En este preciso instante, la mano izquierda del conductor se le aproximó a una velocidad vertiginosa, la otra mano entre tanto continuaba aferrándose cruzada al volante. La pequeña hoja estaba ennegrecida y en algunos lugares mellada y agrietada.
Broad se vio sorprendido por el dolor en su pecho. El puño realizaba un movimiento giratorio delante de su tórax, y el dolor se asemejaba al mismísimo fuego infernal.
A Broad se le nubló la vista. De pronto le era completamente indiferente que el conductor del Scania girara hacia el hueco a la derecha que había creado el camión Volvo que desaparecía delante de ellos. ¡Estaba todo tan en silencio! El Scania avanzaba en ralentí. En punto muerto.
El conductor se inclinó delante de Keith Broad y abrió la puerta del acompañante.
Broad recibió un empujón. Acto seguido, sintió una patada en la espalda, que le hizo aterrizar de bruces en el asfalto. Estaba haciendo frío.
Comenzó a inhalar gases de escape.
Las luces menguantes del camión Scania parecían los faros de emergencia de un barco que se iba alejando cada vez más en la distancia. «¿Dónde estaba Arrow con el camión Kerax?». Broad cerró sus ojos para siempre.
Keith Broad no iba a saber jamás que a Iván Daschko no le interesaba lo más mínimo el golpe que estaban dando. Le había apuñalado simplemente por una sola razón. Iván Daschko había recibido suficientes palizas durante su vida, y decidió en algún momento que cualquier golpe sucesivo iba a suponer una afrenta mortal a la que solo cabía una respuesta posible.
Rizzi se desplomaba hacia la izquierda debajo de su cinturón de seguridad. Su mano derecha con la pistola se balanceó describiendo un arco hacia Chris hasta chocar con el volante. La pistola cayó al suelo y Chris apartó la mano con un golpe.
En la ventanilla izquierda del BMW apareció un brazo. Fogonazos comenzaron a centellear. El parabrisas se rompió crujiendo en mil pedazos y la bala pasó silbando justo delante de la cabeza de Chris. Otro disparo posterior procedente de la moto fracturó la ventanilla lateral posterior. Los gritos de Forster se entremezclaban con la crepitación del viento exterior y el estruendo originado por los motores de los camiones, que parecía no querer parar nunca.
Chris tiró del volante hacia la derecha. El Mercedes embistió la moto, y sobre la chapa chirriante se sucedían los golpes secos. La moto volcó golpeando con un estallido el asfalto y se deslizó hasta caer por el terraplén.
– ¡Agárrese! -gritó Chris. Pisó el acelerador y el Mercedes salió disparado de su encerrona en dirección al terraplén.
El vehículo flotó durante apenas dos segundos en el aire para acabar aterrizando con gran estruendo en un campo de cultivo. Chris percibió el golpe de los amortiguadores, el dolor punzante de la pelvis le paralizó por completo. A continuación se percibió un seco estallido, y su cara desapareció entre una almohada de aire, el cual desapareció silbando hasta que el airbag colgaba fláccido meneándose de un lado para otro como un globo vacío.
En la parte posterior, la cabeza de Forster voló hacia atrás como si la soga del verdugo le estuviera partiendo la nuca. El marchante se irguió brevemente, pero gritó de dolor.
El Mercedes avanzaba a tirones. Chris pisó el acelerador a fondo y el coche dio un brinco hacia delante antes de que las ruedas se pasaran de vueltas. Mantuvo el pie sobre el acelerador mientras el motor se revolucionaba entre silbidos, y finalmente el Mercedes salió disparado por el campo con el morro balanceándose.
La cabeza de Rizzi bamboleaba hacia todas las direcciones y la ausencia de fuerza en los músculos provocó que se rompieran las vértebras de su cuello. El repentino chasquido se parecía a la rotura de una rama seca.
El Mercedes, de pronto, quedó atrapado en algo mientras giraba silbando y aullando alrededor de su eje mayor. Chris vio de repente el terraplén de la autovía delante de él. A una distancia de unos trescientos metros se encontraba un camión en el borde de la autovía. La silueta resaltaba oscura en el cielo nocturno de alboreo. Las luces rojas de emergencia se encendían y apagaban intermitentemente a intervalos de un segundo.
La moto permanecía tirada con el motor a ralentí en el terraplén al mismo tiempo que una solitaria lanza de luz se proyectaba a través de la oscuridad en el campo.
El BMW se aproximaba a toda mecha desde la derecha en oblicuo y con los focos encendidos hacia el Mercedes.
Chris giraba el volante de un lado para otro en el intento de controlar su Mercedes y salió disparado sobre el campo, alejándose de la autovía. Una y otra vez se enterraba el Mercedes en los surcos del labrantío y levantaba la tierra con las ruedas revolucionadas para liberarse a tirones de los agujeros.
Chris se dirigía con el acelerador pisado a fondo al borde del bosque que se erigía como una sombra negra al final del campo de cultivo. Llegar al borde del bosque y sumergirse en la oscuridad: ese era su plan.
A Forster le tendría que dejar atrás. El marchante de arte estaba tan endeble que no aguantaría ni diez kilómetros. Estos tipos tenían como objetivo a Forster y las obras de arte. Que se quedaran con ambas cosas. Eso le brindaría a él la oportunidad de escapar.
«Penetrar siempre con todo ímpetu justo en el centro del enemigo -le vino de repente a la cabeza la frase de su instructor en las brigadas de intervención móvil-, la superación del miedo forja nuestro propio carácter».
– ¡Sin embargo, no se referían a comandos suicidas! -gritó Chris y se alejó de pronto del borde del bosque y describió un gran arco hasta que el morro del Mercedes apuntaba de nuevo en dirección a la autovía-. ¡Pero tampoco voy a huir sin más!
Sin previo aviso y de forma repentina pensó en sus pruebas de ingreso a la Guardia Fronteriza Grupo 9 y en el psicólogo que le hizo fracasar. «A través de sus decisiones unilaterales e impulsivas pone en riesgo a todo el equipo».
– ¡El equipo soy yo! -bramó Chris. Su adrenalina se había disparado, deseaba luchar y no huir.
Así que decidió maniobrar directamente hacia el BMW que se les estaba aproximando entre brincos.
– ¿Qué está haciendo? -graznó Forster desde el asiento de atrás.
– ¡Rodeo! -gritó Chris.
– ¡Está loco!
– Todo lo contrario. Un buen ataque es la mejor defensa. Ese BMW no es más estable que nuestro Mercedes.
Ambos coches se acercaban a una velocidad vertiginosa. Los haces de los faros del BMW saltaban como locos sobre los surcos.
A la vez que el viento exterior golpeaba a Chris en toda la cara a través del parabrisas roto, tirando de su piel, se inclinó hacia abajo y palpó el suelo con la mano derecha hasta toparse con la pistola de Rizzi.
Quedó maravillado cuando sostuvo la pistola de la marca Korth en la mano. Por lo visto, Rizzi había sido un auténtico entendido. Un arma completamente de acero, martilleado en frío, lo que le reportaba una consistencia extremadamente fuerte a su acero. Las tapas de la empuñadura eran de madera de nogal y la pistola poseía varios sistemas de seguridad internos para que el usuario no perdiera la cabeza en momentos de estrés. Chris, en sus tiempos en las brigadas de intervención móvil, había soñado siempre con un arma así.
– ¡No! -gritó Forster.
Los coches distaban entre sí menos de cien metros.
– ¿Miedo? -contestó Chris gritando.
– ¡No! ¡Quiero salvar mis obras de arte!
– ¿Y eso? El viaje parece tener aquí su fin.