Snider retornó con dos vasos de cartón con café humeante.
– Una celda compartida -dijo Snider cuando descubrió la curiosidad examinante de Chris.
– ¿Merece la pena? -preguntó Chris.
– ¿Qué? ¿El traslado? -Wayne Snider sonreía-. A unos pocos cientos de metros de aquí hay un instituto Max Planck en un gigantesco edificio de nueva construcción, donde se alojan investigadores de renombre y gente joven procedente de todo el mundo que tienen en mente el premio nobel. En Leipzig ocurre algo similar, y la Universidad Técnica de aquí se dedica asimismo a la tecnología genética. Los fondos corren a raudales y muchas pequeñas empresas se han trasladado para medrar a la sombra de las grandes instituciones estatales. Si una de estas empresas consiguiera dar la gran campanada, sería absorbida por uno de los grandes, alcanzando de esta forma su éxito.
– Así de sencillo -Chris asentaba con la cabeza-. ¿Pero no podías en otro lugar que no fuera este, haber…?
– Si todo fuera así de fácil -Snider le interrumpió divertido-. Querían tenerme aquí.
– ¿Y tu familia te ha acompañado sin pestañear?
Snider entornaba los ojos.
– Eso merece un capítulo aparte. Primero me vine yo solo. Dos años. Un matrimonio de fin de semana. Estaba a punto de irse todo al garete. A estas alturas, ya se han acostumbrado todos… mejor mis hijos que mi mujer. Los jefazos al otro lado del charco están contentos de tener a un paisano suyo sobre el terreno.
– Por cierto, ¿cuántos hijos tienes?
Snider soltó una risotada.
– Cuatro. ¿Y tú?
Chris también se echó a reír.
– Ninguno. Ya ni siquiera estoy casado. En mi caso, el trabajo sí que consiguió estropearlo todo. Yo estaba en la policía. Al último estaba siempre de viaje. Ya sabes cómo funciona esto -Chris le resumió en pocas palabras cómo había creado su pequeña empresa.
Por un momento reinó el silencio.
Wayne Snider no apartaba en ningún momento la vista de la pantalla, y Chris le observaba atento.
– Se trata de un complejo programa en el que estamos trabajando -Snider se alegró visiblemente por el interés de Chris-. Tengo que enlazar el siguiente paso. La calculadora controla un programa que analiza soluciones proteínicas.
– Suena bastante interesante.
– Y lo es. Las proteínas son la sal de la sopa genética. Le dan un uso a aquello que está grabado de forma innata a modo de información en nuestros genes.
– Yo no entiendo nada de eso.
– Es muy sencillo. Las proteínas se componen de aminoácidos, de los cuales existen veinte tipos diferentes. Estos aminoácidos cumplen, en función de su composición, tareas muy específicas. Cuando ocurre algo en las células de tu cuerpo, la responsable, a través de su estructura especial en aminoácidos, es una proteína.
Chris asentía con una sonrisa.
– Por eso lo dejé después de acabar los estudios en el instituto.
– Y ahora me quieres ganar como cliente.
– Si fuera posible -Chris sonreía con picardía-. No en vano tenéis siempre que transportar algo. Yo ya había trabajado antes para empresas genéticas. Incluso transporté algunos virus. No me resultó muy cómodo, pero gané un buen dinero.
Wayne Snider asintió con la cabeza.
– Sí. De vez en cuando surge algún transporte especial.
– Genial -Chris soltó satisfecho una carcajada-. Sin embargo, aún tengo otro asunto completamente diferente.
Capítulo 13
Dresde, lunes
El hueso descansaba sobre la mesa.
– ¿Animal o humano?
– La unidad más grande a la que me dedico es la célula -contestó Wayne Snider después de un rato-. ¿Cómo lo has conseguido?
Chris había ideado una explicación, una mezcla bien condimentada entre la verdad y ficción. De esta forma quería evitar que su amigo se enredara aún más en toda esta historia.
– Mis padres han muerto hace diez años. Entre su legado encontré este hueso. No te puedes imaginar la sorpresa que me llevé. Mi viejo y este hueso… -se levantó y comenzó a andar nervioso de un lado para otro meneando la cabeza como si él mismo no lo hubiera podido creer-. Sé lo que estás pensando. A mí me pasó lo mismo al principio. Mi padre: el albañil. ¿Qué demonios tenía que ver con el hueso? Me quedé boquiabierto delante de la caja. -Chris introdujo premeditadamente una pequeña pausa para preparar su siguiente mentira.
»En la caja encontré una nota. La nota decía: «En depósito», además de una fecha del año 1978 y un nombre. Para mí, la explicación se basaba en que alguien aún le debía algún dinero a mi padre. Ya sabes que mi padre, como albañil, hacía muchos trabajos aparte.
– ¿Y la casa de tus padres? -el científico clavó pensativo la mirada en su amigo de juventud.
– La vendí. Al principio, aparté el dinero. Para realizar mi sueño; ya sabes al que me refiero -Chris estaba a la espera de algún comentario bobo de los que antaño solía realizar Snider. Pero su amigo permaneció en silencio-. Entonces apareció esa nueva oportunidad en el mercado bursátil, y pensé que se podía ganar algún dinero. Pero lo perdí todo, y puesto que ya no tengo nada en reserva y necesito hasta el último céntimo, me preguntaba si el hueso podía tener algún valor.
– Chris, el mercader de reliquias.
– Ni siquiera sé si procede de un humano. Eso me ayudaría a dar un paso adelante. Y vosotros disponéis aquí de microscopios.
– Por supuesto. ¿Y para qué los quieres?
– Para echarle un vistazo a los osteones.
– ¿Y tú qué sabes de eso?
– No mucho. Pero durante la reconstrucción de huellas he aprendido que con ellos se pueden clasificar los huesos en humanos o animales. En el caso de los huesos humanos, los osteones se encuentran repartidos al azar, mientras que en los de los animales lo hacen de forma ordenada.
– En ocasiones. No siempre -dijo Wayne Snider-. Hay expertos capaces de investigarlo. Yo no soy especialista en esta materia -sentenció mientras cruzaba los brazos delante del pecho al mismo tiempo que escudriñaba a Chris de forma inquisidora-. Apenas nos llama tu asistenta, y ya estás aquí. En el caso de que yo no hubiera estado aquí…
Chris soltó una carcajada.
– Me has pillado. Tengo que admitir que tu laboratorio estaba en segundo lugar, pero me decidí a buscarte de manera espontánea. He estado esta mañana temprano en Leipzig; en el departamento de antropología evolutiva del instituto Max Planck.
– Vaya.
– Sí. Tenía el encargo de un transporte para Bitterfeld. Y debido a que en Leipzig se encuentra este instituto, he juntado ambas cosas. Allí trabaja un sueco, un tal Pääbo.
– Qué elitista nos salió nuestro transportista -Snider se incorporó curioso de su silla-. Svante Pääbo, el padre de los análisis de ADN en la arqueología. Este hombre fue el primero en extraer e investigar ADN de huesos con miles de años de antigüedad. Te has impuesto una meta bastante alta al pretender que analice un hueso legado por tu padre. ¿Le has comentado que poseías un hueso de una momia alemana de miles de años de antigüedad? -Snider meneaba la cabeza-. Chris, si no tienes que añadir nada más, no te creeré ni una sola palabra… lo que quiero decir es que se puede tratar de cualquier hueso… ¿Por qué debería Pääbo querer analizarlo? ¿Por qué debería escucharte incluso?
– Pues de eso se trata. No fui capaz de llegar hasta él. He estado allí y preguntado si podían ayudarme. Pensé que estos tipos de análisis se podían realizar con cierta rapidez. Hay universidades que ofrecen análisis para establecer la edad a través de la prueba del carbono 14 por varios cientos de euros.
– Así que querías un análisis rápido en Leipzig…
– Exacto. Pero en primer lugar querían saber dónde había encontrado el hueso, si era mío y demás.