– Así que uno tiene que romperse un hueso para que se inicien cambios en su estructura -sentenciaba Chris.
– Los huesos están expuestos a constantes cambios de presión -respondía Wayne paciente-. A partir de la edad de los treinta años, los huesos comienzan a retraerse lentamente. Eso, por sí solo, ya provoca cambios en la presión. El tejido óseo es reconstruido constantemente. Con el paso de los años, se va formando por lo tanto una estructura única y característica.
Chris miró de nuevo las pantallas. La estructura era claramente visible. Sin embargo, entre cada uno de los osteones había una masa que no era capaz de catalogar.
– Se trata de capas residuales -dijo Jasmin Persson, quien le observaba de forma divertida-. Se forman durante la reconstrucción de los osteones, constituyen prácticamente los restos. Imagínese una especie de residuos que rellena la cavidad entre los osteones.
– No he entendido ni una sola palabra -recriminaba Chris, elevando las manos en señal de capitulación-. No soy capaz de determinar si se encuentran ordenados o repartidos al azar, o si son de origen animal o humano.
Snider continuaba con la mirada clavada en las imágenes, mientras palpaba repetidas veces con la punta de los dedos la pantalla de la imagen fuertemente ampliada.
– Parecen estar más bien al azar… sin embargo,… pueden parecer estar asimismo ordenados, pero…
– Un hueso humano.
– No somos expertos en huesos -resumió Wayne Snider-. ¿Qué opinas tú, Jasmin?
– Neandertal, ¿no es así? -los ojos de Jasmin centellearon-. Realmente no lo sé.
Estaban sentados de nuevo en la oficina de Snider.
– Me había esperado una respuesta inequívoca.
– Lo supongo. Pero te avisé antes. No somos expertos en esta materia. Además, tú mismo deberías saber lo difícil que resultan estas pruebas.
Chris asentía con la cabeza. A pesar de que el arte de la investigación anatómica se apoyaba desde hacía tiempo sobre unas bases más que sólidas, los forenses del servicio técnico criminológico nunca se aventuraban a realizar dictámenes precipitados. Especialmente, a falta de pruebas de tejido.
– Naturalmente, uno podría asegurarse a través de un análisis de ADN. De esta forma se podría averiguar la estructura completa de este ser vivo que vagó con sus huesos sobre la faz de la tierra. No en vano, tu intento de acudir a Leipzig era totalmente correcto.
– Vosotros podríais analizar también aquí el ADN. ¿Lo harías?
– Si pudiéramos averiguar a través de una comparativa que se trata de un hueso de Neandertal y que su ADN no reviste diferencias con respecto al ser humano de hoy, entonces destaparíamos una gran noticia -Snider soltó una gran carcajada. Sus ojos brillaban y su amplia sonrisa hizo que apareciera como por arte de magia un soplo de indolencia juvenil en las facciones de su cara. Chris vio centellear por un instante al Wayne Snider de antaño-. No te dejes embaucar por mí -dijo Snider al reírse una vez más-. Svante Pääbo, a través de sus pruebas de ADN, constató justo lo contrario. El ADN de los Neandertales y el del hombre moderno son tan equidistantes, que los Neandertales jamás pudieron haber sido nuestros ancestros; cosa que hasta entonces habían promulgado ciertos científicos.
– En cualquier caso, con una prueba de ADN sabría más que ahora. ¿La harás?
– Piensas que es algo que se pueda hacer sin más, ¿verdad? Sin embargo, no es así. Aislar el ADN del material a analizar significa tener que provocar una división de las células, desenmarañar la cromatina… Disponemos de los aparatos para ello.
– Pues eso.
– ¿Debo hacer un inciso a nivel de los cromosomas, cuando averigüe que existen setenta y ocho, y que por lo tanto el hueso proviene de un perro? ¿O debo analizar asimismo el núcleo de la célula o el ADN mitocondriaco, en el caso de que sean cuarenta y seis?
Ambos callaron.
Snider asentía finalmente con la cabeza.
– Una cosa te la adelanto desde ya: no te prometo que funcione. Cuando veo cómo transportas el hueso en tu bolsa de algodón, envuelto en papel que suele encontrarse en cualquier retrete de carretera de este mundo… cualquier científico se llevaría las manos a la cabeza.
– Lo sé, mi primera clase en estudios técnicos de criminología… lo sé. -Impurezas. Restos de ADN de todo aquel que haya tocado el hueso. Una sola célula de cualquier piel, y la prueba no sirve.
– ¿Te queda alguna mala noticia más que darme? -Chris se reía. Sabía que cuando su amigo de juventud comenzaba con este tipo de argumentos, estaba a punto de embalarse.
– Normalmente, el ADN se va descomponiendo con los años una vez muerto el organismo. El ADN constituye una larga molécula compuesta por aminoácidos, y por lo tanto, es vulnerable al agua y al oxígeno. Tan solo si las circunstancias de conservación han sido las más adecuadas, este proceso de descomposición puede haberse detenido lo suficiente como para extraer un ADN intacto, o al menos algunas partes de él. ¿Se han conservado los huesos en un lugar seco?
– Conmigo, al menos, sí -contestó Chris-. Mi padre los había conservado en un cofrecillo, y yo no los he mojado nunca.
Snider asentía con la cabeza a modo de aprobación.
– Está bien…
– ¿Podría esperar por el resultado del análisis? -preguntó Chris ilusionado.
– Si tienes tiempo -Snider agitaba los hombros-. Llevará varios días. Primero tenemos que preparar algún material procedente de uno de los huesos. Solo unos pocos gramos para luego molerlos muy bien. Esta harina ósea se humedecerá con una solución salina mezclada con fosfato, y a continuación se pipeta para proceder a realizar la lisis celular. Después se deja crecer todo hasta disponer del suficiente material para poder estudiarlo. Lo alimentaremos con un suero compuesto por sacárida y aminoácidos. Más adelante, interrumpiremos la división celular con derivados de colquicina. Siempre y cuando crezca… pues solo durante la división celular los cromosomas se agruparán de tal forma que podremos descubrir los secretos que esconden. Los lanzaremos varias veces por la centrifugadora, los empaparemos y colorearemos con una mezcla de metanol y acetato para que los podamos distinguir. Así es como hay que hacerlo, y no al tuntún. No se trata simplemente de colocar una rodaja de manzana debajo del microscopio. ¿De acuerdo?
Mientras Snider asentía con la cabeza, Chris le seguía a uno de sus laboratorios. Al igual que hizo el propio Snider, él también se colocó una bata blanca de protección, además de guantes, una mascarilla, y una máscara que cubría completamente la cabeza y cuyo visor se componía de plexiglás.
Snider se aproximó a una larga mesa protegida por un muro de cristal que ascendía hasta el techo. Una vez allí, abrió una ventanilla que se ubicaba en la propia pared, de tal manera que pudo meter las manos en un nicho de cristal, y posó el hueso sobre un soporte. De un gancho colgaba un tubo móvil provisto de un cabezal de taladro en su extremo final. Snider lo cogió.
Fijó una pequeña hoja de serrar en el cabezal y encendió la máquina. El cruel y estruendoso silbido recordaba a Chris su última visita al dentista.
De repente apareció Jasmin Persson de pie en la habitación. En sus manos portaba varias fotografías impresas de la estructura ósea.
Snider apagó de nuevo la sierra mientras la miraba de forma expectante.
– Quizás os interese otra cosa antes de que comencéis. Hay algo que me llamó la atención…
– ¿Qué? ¿Qué te llamó la atención? -Chris escudriñó atento a la sueca.
– Vosotros, los hombres, nunca os fijáis en lo obvio -ella se reía.
– Bueno, bueno -bramó Wayne Snider.
– Hace tres meses tuve otro hueso debajo de mi microscopio. Aquella vez pude ver también los pequeños círculos en el hueso… pero estos círculos parecen estar rotos. Eso salta a la vista -ella les mostraba a Snider y Chris dos impresiones al mismo tiempo que señalaba con su dedo índice diferentes lugares en las fotografías.