Snider clavó su mirada en los lugares que ella acababa de señalar.
– Tienes razón -dijo Snider una vez hubo transcurrido un rato-. Roto, interrumpido, destruido de alguna forma. En efecto.
– Prácticamente todos -subrayó Jasmin Persson-. En el caso del otro hueso no fue así.
Chris percibió el deje reflexivo en su voz. Sonaba como si dudara de algo.
– El hueso de hace tres meses era para ayudar al Instituto de Medicina Forense. Su propia maquinaria estaba fuera de combate, y las piezas de repuesto no acababan de llegar. En aquel entonces mantuve una conversación con el médico forense, cuando este estuvo echándoles un vistazo a las imágenes aquí en nuestra pantalla.
– ¿Qué quieres decir? -Snider comenzaba a ningunear con impaciencia-. ¿Qué importancia podrá tener eso en este momento, si acaso la tuviera?
– El médico forense sostuvo en aquel entonces que los osteones podrían constituir asimismo un indicio para determinar la edad de una persona. En el caso de las personas jóvenes, los osteones están intactos.
– Sí… continúa.
– Cuanto más viejo sea un ser vivo, mayor número está destruido. Los de aquí están prácticamente todos destruidos. Si fuera cierto lo que me dijo el médico forense, este hueso es viejo -ella ladeó la cabeza mientras escuchaba su voz. Entonces elevó los ojos-. Muy viejo.
LIBRO TERCERO.EL DESCUBRIMIENTO
«El Dios de la Biblia es a su vez
el Dios del genoma humano».
Francis Collins, director del proyecto
«Genoma Humano»
Capítulo 14
Vilcabamba, Ecuador, lunes
– ¿Por qué, maldita sea, habrá venido? -Zoe Purcell tentaba asqueada el sencillo y duro camastro mientras echaba frustrada una ojeada a su alrededor. Un pequeño armario, una mesa y dos sillas terriblemente duras, todo fabricado en madera bruta.
Zoe tenía unos cuarenta y cinco años, y como directora ejecutiva financiera, decidía las finanzas de Tysabi, una de las pujantes empresas farmacológicas del mundo. Su cabello azabachado, cortado en forma de media melena, enmarcaba un rostro triangular discretamente maquillado, con suaves facciones y ojos profundamente verdes. Solo las comisuras caídas de su boca dejaban entrever las frías consecuencias que le había proporcionado su trabajo. Era de complexión grácil, vestía casi siempre trajes oscuros con blusas claras, y no se encontraba precisamente cómoda en su vestimenta actual, compuesta por pantalones vaqueros y camiseta.
Como directora ejecutiva financiera, su cometido principal consistía en hacer escalar permanentemente el valor de las acciones de Tysabi. Sin embargo, en estos momentos constituía un hecho algo lejos de la realidad. En pocos minutos tendría que justificarse ante el presidente, Hank Thornten.
– Este es el auténtico mundo de Hank -dijo Ned Baker, quien estaba de pie en la puerta entreabierta mientras la observaba divertido-. Hank es científico y no tolera ningún tipo de confort en su campamento de investigación.
Ned Baker era de suaves facciones y tenía unos ojos inteligentes, era de mediana estatura, corría diez kilómetros diarios, y trabajaba como genético. Ella lo había contratado como asesor científico para que no tuviera que depender solamente de su instinto en este tipo de cuestiones.
Zoe Purcell era experta en inversiones, conocía el mundo de los malabaristas financieros y del capital de riesgo. Sin embargo, las ciencias naturales, el campo específico de Tysabi, suponían su auténtico talón de Aquiles. En ese terreno se mostraba irremediablemente inferior al director ejecutivo Andrew Folsom quien, al igual que el presidente, era genético.
Ella sabía que sería mejor director ejecutivo que Folsom. Solo Hank debía darle la oportunidad. Sin embargo, el presidente apostaba por el científico para ocupar el cargo directivo más importante en la empresa en lugar de la experta en finanzas. De momento. Pero Zoe se guardaba un as en la manga.
– Su auténtico mundo. ¡No me hagas reír! -resollaba ella -. Analizar agua, anotar el crecimiento de los árboles, desgajar musgos y líquenes, buscar semillas sin digerir entre excrementos de murciélago. ¡Él es el presidente de un consorcio!
– ¡Eso es ciencia, Zoe! -respondió Ned Baker tranquilo.
Fueron caminando hasta el barracón principal.
– Así es. Vilcabamba constituye un lugar único en el que crece una cantidad incalculable de plantas. En ningún otro lugar del mundo, las personas llegan a ser tan ancianas como aquí. Muchas de ellas sobrepasan ampliamente los cien años. Y por eso se intenta investigar el porqué.
– ¡Está bien! -gruñó Zoe mientras subía los tres pequeños peldaños hacia la puerta de entrada al barracón-. ¡Deséeme suerte en la batalla, Ned!
Ella prosiguió su camino por la parte anterior del barracón, abriéndose camino entre científicos roídos por la suciedad, quienes se habían sentado juntos después de arrastrarse por la jungla, para introducir sus observaciones en los ordenadores portátiles y convertir sus pequeñas aventuras de la jungla en heroicas epopeyas.
Uno de ellos levantó un murciélago diseccionado y soltó una sonora carcajada, cuando Purcell meneó asqueada la cabeza.
Ella abrió la puerta y entró en la estancia posterior.
Hank Thornten ni siquiera levantó la mirada.
– Hola, Zoe. Por las risas sabía que eras tú. Andrew ya está aquí.
Los rizos oscuros de Hank Thornten estaban grasientos y sucios, había rastros de semillas de polen repartidos y pegados en su cabello, y la yema de sus dedos estaba negra.
Zoe Purcell asentía primero con un gesto de la cabeza hacia el presidente y luego le dedicó uno más breve también a Folsom. El director ejecutivo de Tysabi estaba sentado al lado de Thornten a una mesa de estregada y lisa madera. Contrariamente a su costumbre de vestir sólo trajes caros y a medida, Andrew Folsom llevaba, al igual que Thornten, pantalones vaqueros y una camisa a cuadros. Sus ojos lobunos la estaban evaluando maliciosamente.
Sobre la imponente tabla descansaban diferentes tiestos; hojas y flores se encontraban repartidas por toda la mesa. Hank Thornten observaba la estructura de la hoja en sus dedos a través de una lente de aumento.
– Coloca tu ordenador portátil en algún lugar, donde no puedas dañar ninguno de estos milagros botánicos.
Hank Thornten tenía solo treinta y cinco años, y desde hacía tres era presidente de Tysabi. Como accionista mayoritario de la antigua empresa familiar y tras el retiro de su padre, el cargo acabo evidentemente en sus manos. Las fusiones que lo acercaban cada vez, más al círculo de los grandes consorcios farmacéuticos eran tramadas por él y sus consejeros con tal destreza que el poder nunca abandonaba sus manos.
– ¿Qué dice Wall Street?
– Hemos superado la crisis por los pelos -respondió Zoe Purcell-. La caída del valor de las acciones se pudo detener en los dieciocho dólares. Avinex casi nos arrastra al abismo. Por lo que parece, no podremos sacarlo ya al mercado. Al menos esa es la opinión actual de la Administración de Alimentos y Fármacos [22].
– Lo sé. Mis consultas online funcionan incluso aquí. El portal de la presidencia no fue una mala idea por tu parte. Bien hecho, Zoe. ¿Pero cómo se llegó a esta crisis?
– El detonante fue un dictamen realizado por terceros sobre Avinex, el cual echó por tierra nuestros propios informes y pruebas clínicas. Avinex debía haberse convertido en nuestro nuevo producto estrella. Sin embargo, este dictamen ajeno a nosotros certifica una amplia ineficacia, así como peligrosos efectos secundarios. ¡Andrew me tenía que haber avisado con antelación! Él tendría que haber retirado Avinex mucho antes del mercado.