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Poseer mucho dinero era el patrón de todas las cosas en aquel lugar. Su procedencia no le interesaba a nadie. Tanto era así, que al margen de negocios respetables, se lavaban aquí también beneficios millonarios procedentes del negocio de las drogas para ponerlos posteriormente en circulación a nivel mundial.

Sullivan se presentó en la recepción del bufete de abogados y fue llevado por un amable empleado hacia una sala de conferencias. Mientras estaba solo y esperaba, echó una ojeada a su alrededor. Los muebles de la sala de conferencias eran oscuros y en las paredes se sucedían las estanterías repletas de literatura legal. El lienzo que retrataba al fundador colgaba en una de las paredes frontales. Sullivan temblaba de frío y sudaba al mismo tiempo. Después del calor húmedo y bochornoso del exterior, el aire fresco procedente del aire acondicionado constituía un nuevo reto para su organismo. Cuando se abrió la puerta, se le quebró la respiración. Ahí estaba de nuevo: el «sueño caribeño».

La mujer era alta, tenía los brazos y las piernas fuertes y largos, y se le aproximó con un caminar incomparablemente orgulloso. Llevaba una falda negra y elegantemente confeccionada, la cual resaltaba sus nalgas, y una blusa de color áureo.

– Buenos días, Noanah Webb -dijo la mujer.

Caminó alrededor de la mesa de conferencias, y sus gráciles movimientos recordaban a Sullivan la imagen de una negra pantera fémina.

El se sentó enfrente de ella; sus ojos negros y chispeantes le miraban de forma burlona.

– Soy abogada y represento al señor con quien se había citado por asuntos de negocio. ¿Ha tenido un vuelo agradable?

– Muy bueno, gracias -él clavó la mirada en su cabello de reflejos azulados, y se acordó de pronto de la historia que había escuchado hacía años en las Antillas. Según esa historia, Dios había ideado un castigo muy especial para Adán, que siempre estaba protestando y se estaba aburriendo. Un buen día le sustrajo a Adán diferentes líquidos. Dios se tomó prestado del diablo la sal de la magia, mezcló bien ambas cosas y creó a la mujer de las Antillas. Desde entonces, Adán tenía suficientes quehaceres y ya no volvió a fastidiar.

– ¿Hoy mismo sale su vuelo de retorno?

– Desgraciadamente en el mismo momento en que hayamos cerrado el negocio -contestó Sullivan con voz apenada. Él clavó su mirada en las curvas de sus fuertes pechos debajo de la blusa.

– Muy bien; muy eficiente. Quisiera verlo -dijo Noanah Webb sin ningún rubor.

Sullivan se liberó de su mirada y posó el maletín en la mesa. Hizo que saltaran ambos cierres y abrió la tapa. A continuación, giró el maletín sobre la mesa en dirección a la mujer.

Ella echó solo una breve mirada al contenido del maletín y sonrió.

– ¿No tendrá ningún inconveniente en que lo cuenten?

– De ninguna manera -él pudo ver sus dientes brillantemente níveos y lanzó un suspiro en su fuero interno.

Un hombre enjuto en un desgastado traje de negocios entró en la estancia y se retiró con el maletín a una pequeña mesa en la parte posterior de la sala.

En la mesa, delante de la abogada, avistó de repente el sobre. Lo sostuvo todo el rato en la mano. Sin embargo, Sullivan no se había cerciorado.

– ¿Es su primera estancia en las islas Caimán?

– No -sus ojos quedaron atrapados en la piel centelleante por debajo del cuello, paseándose hasta el nacimiento de sus senos.

– Entonces viene en ocasiones de negocios. Como también muchos otros.

– Antes, sí -Sullivan elevó su mirada y sonrió de la forma más cautivadora que pudo-. Conozco el Seven Mile Beach, con su playa maravillosamente blanca. Un sueño.

– Espero que le hayan servido a su entera satisfacción. De no ser así, nuestro bufete acepta en cualquier momento nuevos fideicomisos.

– Tenía la esperanza de encontrarme aquí con la persona con la que estoy haciendo negocios…

La abogada le sonreía de arriba abajo.

– Para eso estamos nosotros. La discreción es nuestro gran aval.

La abogada apartó la mirada de Sullivan. Finalmente, la persona encargada de contar el dinero daba una señal aprobatoria con la cabeza y abandonó la sala con el maletín.

– Espero que no pague demasiado cara la información -dijo Sullivan.

– Eso no es de mi incumbencia.

«Su boca está perfectamente formada», pensó Sullivan mientras absorbía a continuación las finas líneas de sus cejas bien arqueadas.

– Diez millones son mucho dinero -gruñó finalmente y pensó que durante su blanqueo habría que entregarle prácticamente la mitad a los que lo blanqueaban.

– ¿Eso cree?

La abogada empujó el sobre hacia adelante sobre la mesa.

Por un momento le sobrepasaba el deseo de arrastrarla sobre la mesa para abrazarla. Sus manos se contraían convulsamente y, a continuación, cogió el sobre.

Lo abrió. Una hoja de papel. En ella aparecieron escritos a máquina un nombre, una empresa y un lugar, también una fecha, una hora y dos lugares de cita.

Cuando elevó la mirada, los oscuros ojos de ella descansaban sobre él de forma inquisidora. Él asentía con la cabeza, y ella se despidió con una fría sonrisa.

Una hora más tarde se encontraba de nuevo sentado en el avión y pensaba una y otra vez en la bella e inalcanzable mujer.

* * *

Vilcabamba, Ecuador, lunes

Ella hervía por dentro. Se reprochaba a sí misma el no haber estado preparada a la jugada de Folsom. Había llegado la hora de sacar su as de la manga.

– Tenemos un problema aún mucho más gordo, Hank -espetó, apuntando directamente a la diana-. Andrew tiene que responder ante un muerto. Ocurrió durante un estudio preclínico. Como salga a la luz, las acciones caerán en picado como un ascensor sin cable. Debemos prepararnos para desarrollar una estrategia, para venderlo activamente.

– ¿Vender un muerto activamente? -siseó irritado Andrew Folsom mientras meneaba la cabeza y después gritó-: ¡No puede salir a la luz pública!

– ¡Zoé! En realidad, nunca se pueden descartar víctimas durante las pruebas de los medicamentos -contestó tranquilo el presidente mientras observaba a Folsom de forma condenatoria-. El arte reside en la mayor minimización posible de los riesgos, pues las consecuencias para las empresas afectadas son casi siempre una catástrofe. La caída del valor de las acciones, las investigaciones, la fiscalía, la incautación de los resultados de investigación… ¡Si ya lo sabes! -Thornten se agarraba la cabeza-. Pleitos por indemnización de daños y perjuicios de cifras astronómicas, y la empresa paralizada durante meses. Zoe, ¿de verdad te crees lo que estás diciendo?

Ella tragaba. La reprimenda del presidente fortalecía la posición de Folsom. Aún más…

– Eso no se podrá mantener en secreto. Los días de Andrew están contados. Ocurrió en su propio proyecto. Estuvo allí cuando murió el hombre. Debemos evitar que retroceda ante las presiones exteriores. No tomarse en serio los mercados, resulta mortal.

– Los mercados. ¿Y qué son?

Hank Thornten se incorporó y posó la lente de aumento sobre la mesa. Las suaves facciones de su cara se oscurecieron.

– Zoe, los mercados son un producto artificial del dinero -Folsom se reía entre dientes, creyéndose superior-. Los mercados no son nada sin su origen. Y el origen está aquí.

Hank Thornten señalaba en dirección a las plantas.

– Medicamentos que tienen que ser descubiertos, investigados, inventados, comprobados, clasificados, fabricados y proporcionados al ser humano para ayudarle. Solo entonces, realmente entonces vienen tus mercados, los del dinero y de las acciones -Thornten incorporó una pausa bien premeditada-. Con acciones no se puede curar ningún cáncer, ni siquiera un simple resfriado. Y la seguridad es competencia tuya.