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Zoe miraba furibunda a sus interlocutores.

– ¿Estás enterado de…?

– Por supuesto que estoy enterado. ¿Crees que Andrew me hubiera ocultado algo así?

– Hank, ¿de verdad quieres ocultarlo?

– ¿Yo? No. Lo harás tú.

Ella meneaba la cabeza mientras bajaba la tapa del ordenador portátil. Sentía náuseas. «¿Cómo había podido calibrar tan mal la situación?».

Hank la animó durante todos aquellos meses y criticó las debilidades de Andrew para dejarla a ella ahora en evidencia. «Le gustan las escenitas -pensó amargamente-, sus palabras. Nunca hubiera pensado que también lo perdería a él».

– Hank, creo que me he equivocado por completo -sentenció ella y soltó una amarga carcajada.

Él se levantó y la cogió fuerte por los hombros y la estrechó contra sí hasta que su boca se encontraba cerca de su oído derecho.

– De esta forma nunca lo lograremos. Elimina tus propios cadáveres. Ocúpate personalmente de esta fuga en nuestro sistema de seguridad, ¿entendido? Y que no se te olvide: te estás moviendo en un mundo dominado cada vez más por científicos. La próxima vez tendrás que venir con algo diferente.

Su voz vibraba y se veía reforzada con un tono seductor y murmurador cargado por la tensión visionaria mientras sus marinos ojos verdes la estaban diseccionando. Cuando recurría a esta mirada, su carisma cobraba la supremacía equivalente a la magia de un chamán.

– ¿Qué es lo que estamos buscando hoy en día todos en definitiva a través de nuestras investigaciones? -él se quedó mirándola de forma provocativa-. Y no pienses a pequeña escala, Zoe. Hazlo a lo grande.

Andrew Folsom se deslizaba nervioso en su silla de un lado para otro.

– ¿De verdad crees, Zoe, que no sabía lo que Andrew, en realidad, está investigando como un poseso? ¿Crees que podría hacerlo sin mi consentimiento? ¿Y quieres que te diga lo que ocurrió en todos los laboratorios del mundo, cuando este profesor de la universidad alemana de Friburgo vino con la noticia, hace ahora aproximadamente tres años, de que había descubierto el gen responsable del envejecimiento en el cromosoma 4?

Folsom tosía ligeramente, pero el presidente no le prestó ninguna atención a su director ejecutivo.

– Andrew y yo buscamos lo mismo. Yo a través de las plantas; él a través de las personas. Y para ello, todo está permitido.

Capítulo 15

Dresde, lunes a martes

Jasmin Persson se encargó de buscar la pizzeria.

– ¡Estupendo! -se le escapó a Wayne Snider cuando entraron en el pequeño patio situado detrás del bar-. Un buen lugar. De esta pizzería me tengo que acordar. ¿Por qué no hemos venido antes?

Las mesas cubiertas concienzudamente con manteles blancos y servilletas de papel grueso estaban colocadas debajo de varios tilos a los que se les estaban cayendo las hojas. Tiestos de terracota repletos de plantas en flor a Chris le recordaban Toscana.

Varias farolas no muy altas creaban un ambiente realmente romántico a través de su tenue y amarillenta luz. Las voces amortiguadas, las bajas risas y el chapaleo de una fuente de estilo chabacano se entremezclaban en el suave y agradablemente cálido aire de la noche.

Tomaron asiento en la última mesa que quedaba libre y pidieron pizza y vino tinto. Jasmin Persson estuvo sentada al lado de los dos hombres y permaneció durante largo rato en silencio, sonriendo cuando ambos se reían y sacaban del baúl de su juventud graciosos recuerdos. La distancia de los años dio lentamente paso a una nueva sensación de confianza.

– Te envidio. Tienes tu propia empresa, eres tu propio jefe, dispones de una cierta independencia; un sueño… bueno, quizás -dijo Snider pensativo mientras hizo un brindis en dirección a Chris.

Chris pasó a repetir de forma resumida lo que ya le había comentado a Snider al mediodía.

– Y de pronto uno lo hace. Pero no es fácil -Chris sacó a la luz algunas de sus preocupaciones: sus clientes, la caza por conseguir nuevos encargos, lo de seguir hacia adelante a trancas y barrancas. Finalmente relató la pérdida de encargos después de su aparición en Múnich-. Los errores y la excesiva confianza en uno mismo se pagan muy caros. Mi velero continúa en estos momentos aún muy lejos.

– ¿Qué velero? -Jasmin Persson agudizó interesada los oídos.

Él miró en sus ojos azules y deseó estar con ella a solas. De nuevo apareció esa sensación que había sentido solo cuando conoció a su mujer, esa explosión de sentimientos que creyó que nunca volvería a toparse con él.

– ¿Aún continúas con tu sueño? -Snider se reía mientras empujaba un trozo de pizza en la boca.

– ¡Pues claro! Como siempre; aún continúo tras las huellas del capitán James Cook. Sí. El hombre que viajó a lugares que ningún otro pisó antes que él. Hizo grandes descubrimientos: Tahití, la Isla de Pascua.

– ¡Menuda sorpresa! -Jasmin Persson se reía a carcajadas mientras se echaba el pelo para atrás y observaba a Chris de forma desafiante-. Por fin alguien que tenga otra cosa en la cabeza que no sea el premio nobel.

– ¿Es ese tu sueño? -preguntó Chris dirigiendo la pregunta a Wayne.

– Seguramente lo tenga todo científico -de pronto, Snider se tornó completamente serio.

– Has de saber que los científicos son capaces de desafiarse entre si hasta la muerte -explicaba Jasmin Persson en tono confidencial-. Los unos envidian el éxito de los otros.

– Estás exagerando ahora -refutaba Snider.

– Solo un poquito.

El teléfono móvil de Snider comenzó a sonar. Echó una mirada fugaz a su pantalla y rechazó la llamada pulsando un botón.

– Casi no me lo puedo creer. Pero si trabajáis en un sector donde quedan por descubrir aún muchas cosas -argumentaba Chris.

– No te olvides de que trabajamos en una empresa para ganar dinero. En nuestro caso, todo se oculta bajo una gran campana de la que nada se puede escapar hacia el exterior. Apenas ningún servicio secreto está mejor protegido.

– Pero todos esos informes de investigación…

– …A menudo han de ser publicados por científicos que trabajan en universidades e instituciones, los cuales investigan con dinero público, ya que están obligados a ello.

De nuevo sonaba el teléfono móvil de Snider. Esta vez contestó a la llamada.

– Voy enseguida -exclamó con premura.

Jasmin Persson le miró brevemente y se dirigió a Chris.

– ¿Qué ocurre entonces con el capitán Cook?

– Con mi Endeavour [23] voy a navegar por la misma ruta que hizo él durante el primero de sus tres grandes viajes. La Tierra de Fuego, Tahití, Nueva Zelanda, la terra australis incognita, que había sido descrita ya por los romanos a través del cartógrafo Pomponio Mela. La legendaria Tierra del Sur -la euforia y la melancolía se hicieron al mismo tiempo eco en la voz de Chris.

– Ya te dije hace tiempo que hubo un final terrible para Cook -Wayne Snider sonreía de oreja a oreja.

– ¿Y eso por qué? -preguntó Jasmin Persson.

– Matado y descuartizado por los hawaianos. Durante su último viaje. Habían devuelto un trozo de muslo putrefacto, pesaba cuatro kilos; más tarde incluso la cabellera y las orejas. Los huesos se los guardaron para cocinarlos, pues creían en la fuerza divina de los huesos de los grandes jefes.

Jasmin Persson encogía repugnada la cara.

– No me vas a meter miedo. Al menos no tanto como en el pasado -murmuró Chris. El ritual siguió los mismos parámetros que en sus años de juventud. Ya en aquel entonces, Snider le había advertido a Chris del trágico final del célebre descubridor, cuando su amigo se perdía dibujando castillos en el aire.

– Lo sé -Wayne Snider se reía.

– Pero para ello se necesita dinero. Y ese es realmente el problema principal -Chris bostezaba de cansancio. Llevaba más de treinta horas de pie desde que se había despertado el domingo por la mañana en la cama de un hotel de Ginebra. Hasta ese momento, la tensión le había mantenido despierto, pero ahora el vino tinto amenazaba con poder más que él.