– Hace tiempo ya te conté que el Endeavour era un barco carbonero con una línea achatada, similar a la de un ataúd. Treinta metros de eslora, nauseabundo, lleno de hollín, y como todos los barcos de su época, atestado de piojos.
– Mi Endeavour, por el contrario, será moderno, rápido y elegante, un velero con todo lujo de detalles.
– ¿Te has sacado ya el título de patrón de barco? -Snider se tomó un último trago de vino tinto y se levantó-. Chris, tengo que irme. En casa saltan chispas. Lo he pasado muy bien. La próxima vez nos tomaremos más tiempo. Ya te llamaré por lo de los resultados -Wayne Snider se giró con una sonrisa hacia su colaboradora-. Jasmin, ten cuidado. Su sueño nació en plena pubertad cuando leyó un artículo sobre Cook. En él se describía el ritual sexual de Tahití que había observado Cook. Esa es, en realidad, su verdadera intención -Snider se reía a carcajada limpia, levantó la mano en forma de despedida y desapareció con rapidez.
– ¿Qué es lo que pasa? -Chris mantenía la mirada en su amigo de juventud.
– Su mujer -dijo Jasmin Persson entre dos tragos de vino tinto-. Las dos llamadas eran para que acudiera a su rescate.
– Ella también podría haberse venido.
– Con cuatro retoños. ¿Sabes lo que significa eso?
– Ni por asomo.
– Pues ya está -Jasmin vaciló por un momento, pero a continuación miró a Chris-. Las cosas ya no van bien en su matrimonio. Él se lo había imaginado de otra manera. Él no nació para cambiar pañales, los baños, los biberones, las piezas Lego y las cartillas de ejercicios de enseñanza primaria. Hace unos días han descubierto que su hijo de quince años traficaba con drogas. Su mujer es la que brega con todo.
– Yo no soy el más indicado para opinar.
– Él está de los nervios, está inquieto, agresivo. Cada vez va a peor. Sobre todo en los últimos meses. Como científico, por supuesto sueña con realizar el gran descubrimiento, el invento de su vida. Lo que más le apasiona es trabajar día y noche en el laboratorio.
– Parece estar consumido.
– Lógico. Tiene una mala conciencia, pues lo único que quiere es investigar. Discuten sobre ello continuamente. Me preocupo por él.
Ella giró la llave y tiró de la puerta hacia sí de un golpe.
– ¿De verdad que no es ninguna molestia para ti?
– ¡No! -ella le observó por encima del hombro. Su mirada parecía divertida y segura de sí misma.
Chris entró en el apartamento detrás de ella. Cuando él le hubo preguntado si conocía en los alrededores un hotel o una pensión, ella le dijo que podía dormir en su apartamento. «¡En el sofá!», había añadido riéndose.
El apartamento se componía de tres habitaciones. Había sido reformado recientemente y no se ubicaba lejos del instituto. Todo estaba decorado con colores claros y de forma desahogada. En el salón colgaban modernas litografías de las paredes.
– Te toca dormir en el trastero -ella le mostró su dormitorio de la última habitación, en la que se encontraba un viejo sofá entre cajas apiladas y un sinfín de baldas de estantería-. Espero que no te moleste el desorden. Y si así fuera, tampoco podría hacer mucho. Hace poco que me mudé, y aún no he acabado de recoger todo.
Ella lo dejó solo y él posó sus cosas. Al lado de la puerta se encontraban dos bolsas de viaje. De una de ellas sobresalía un dragón verde de peluche. Chris se agachó y deshizo la bolsa. Le llamaron la atención dos pequeños envases de plástico; sacó uno de ellos. En el envase aparecía ilustrado un monstruo guerrero con cabeza cuadrada, máscara metálica, ojos amarillos y brazos en forma de tijeras. En él podía leerse «Bionicle».
«Bastante agresivo para ser un juguete infantil», pensó Chris mientras sacó dos CD del bolso. «Las leyendas de Metra Nui, a partir de 6 años -leía Chris-, en DVD o solo en versión auditiva».
Colocó de nuevo todo en el bolso y permaneció de pie durante un rato sin saber muy bien qué hacer, cuando Jasmin abrió la puerta.
– Vaya, pareces estar muy cansado. ¿Aun así, te apetece una pequeña copa de vino antes de un largo sueño? -ella ya se había desvestido y llevaba un pijama de seda amarilla, el cual estaba dividido en dos partes como cualquier traje doméstico, ocultando ampliamente su figura.
– Me gustaría.
– En la cocina -dijo ella al mismo tiempo que echó a andar delante de él.
El la seguía, y ella rescató de la cocina una botella ya abierta de vino tinto para colocar más tarde dos copas en la mesa del salón y sentarse en el sofá, donde se tapó con una manta hasta la barbilla.
– En ocasiones tengo mucho frío.
Él escanció el vino y se sentó en el sofá.
Ambos callaron.
Durante toda la tarde había jugado con el pensamiento de cómo reaccionaría si él la sedujera. Cuando le había invitado a pasar la noche en su apartamento, pensó en un principio que se trataba de una proposición. Sin embargo, a continuación se había mostrado de repente extrañamente fría y distante, e incluso ahora emitía de pronto un rechazo que le resultaba inexplicable.
La confianza implícita que había reinado durante toda la noche entre ellos dos, sus sosegadas y suaves burlas… todo aquello había desaparecido. Barajaba la posibilidad de irse finalmente a un hotel.
Ella, mientras tanto, mantenía pensativa la mirada en su copa, daba un sorbo de vez en cuando al vino tinto al mismo tiempo que se encontraba muy lejos de allí en compañía de sus pensamientos. Sus ojos estaban vidriosos y húmedos.
Las miradas de Chris orbitaban por la habitación hasta que quedaron ancladas en un lugar en el que varias fotografías familiares engalanaban la pared. Había fotos de una pareja mayor, otra con Jasmin en medio de un grupo de jóvenes en un laboratorio, a continuación una fotografía de ella en pleno campo…
– ¿Tu hermana? -preguntó sin más, cuando vio a Jasmin en una foto junto con otra mujer y un niño. Las dos mujeres eran sin duda hermanas, aun cuando la mujer al lado de Jasmin pareciera visiblemente mayor que ella, y su cara estuviera surcada por pliegues a causa de las preocupaciones. El niño parecía tener tan solo cinco o seis años. Miraba serio, con los ojos sabedores de alguien mucho mayor, hacia la cámara. Chris se acordó del juguete en el bolso de viaje.
Al no responder ella, giró la cabeza en su dirección. En ese preciso momento, ella se estaba pasando las manos sobre los ojos.
– Sí. Mi hermana y su hijo, que ahora tiene siete años. Viven en el sur de Suecia. -Su voz sonaba como si estuviera a la defensiva, como si le desagradara hablar de ello.
– No hay un hombre…
– Sí. Durante la procreación. Después la dejó tirada, poco después del parto -ella frunció la cara-. Estoy cansada. Me voy a dormir -dijo de forma abrupta.
– He visto la bolsa de viaje con el dragón de peluche.
Ella mientras asentía con la cabeza, posó de golpe la copa, echó la manta de un manotazo hacia un lado y se levantó.
– Voy a hacerles una visita. Mañana.
Chris necesitó un momento para orientarse. Las nueve y media.
Se levantó y abrió la puerta que daba al descansillo. Desde allí se escuchaba berrear a un niño, y a continuación reñir a la madre. Desde la cocina procedía un ruido de vajilla, mientras una fragancia a café inundaba todo el piso.
– Buenos días -dijo cansado.
– Hola -ella estaba de pie junto a la tostadora, mientras miraba por encima de su hombro para sonreírle. De nuevo se encontró con esa sonrisa burlona que había conocido tanto en el instituto como en la pizzeria. Parecía un poco forzada, pero del ánimo preocupado de la noche anterior ya no quedaba ni rastro-, ¿Has podido descansar?