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Chris se encontraba de pie ante el frente de ventanas de su oficina, situada en el Media-Park de Colonia, mientras observaba ensimismado el charco sobre el parking subterráneo de la plaza. No había ni un alma, y las ráfagas de viento fustigaban el agua.

Ella prometió dar señales de vida. Sin embargo, hasta ahora aún no lo había hecho. No sabía dónde se encontraba. Estaba visitando a su sobrino… ¿Dónde estaría metida? Le había dejado un mensaje en su contestador automático, pero no le devolvió la llamada. ¿Estaba persiguiendo a una quimera?

Mantenía su mirada clavada en las pequeñas olas grises del charco, y más tarde en las nubes del cielo encapotado. Un tiempo turbio, pensamientos turbios, o al revés. Giró desconcertado.

Su oficina, ubicada en la séptima planta, medía casi veinte metros cuadrados. En las paredes se erguían varios armarios con carpetas, y diferentes pósteres de gran formato de Andy Warhol decoraban las blancas paredes.

Malhumorado miró hacia el legado de Forster.

Sobre el tablón de cristal del escritorio descansaban varias hojas de papel con los encargos de las próximas semanas; detrás, las tablillas de arcilla y los huesos.

El arenoso ocre de las tablillas brillaba a la luz de la lámpara del escritorio ligeramente rojizo, y diferentes trozos en los huesos resplandecían en tono marfil.

Wayne le había llamado por la mañana para informarle que no había absolutamente nada. El ADN procedente de los huesos no reaccionaba al suero de crecimiento. Estaba muerto.

– Suelta ya la verdad -le había insistido Snider-. ¿De dónde procede el hueso realmente? Podría ser un buen punto de referencia para mí.

Chris había vacilado en un principio, pero a continuación le relató todo acerca de las doce tablillas y su encargo de transporte frustrado a Berlín. Su amigo de juventud se limitó a reírse con sorna.

– ¡Tus historias son cada vez más audaces! Chris, déjalo, ahórrame tus historias quijotescas. Si no me lo quieres contar… allá tú.

Snider colgó sin más, y Chris vio probado el viejo proverbio que decía que la verdad se le manifestaba no en pocas ocasiones al más incrédulo.

No servía de nada continuar perdiendo el tiempo. Con Ina ya había programado las entregas de la semana siguiente, podía concentrarse completamente en lo que tenía intención de hacer.

Se sentó al ordenador y comenzó a repasar por Internet las últimas noticias de los periódicos ginebrinos. Forster había sido identificado. A través del Mercedes y la empresa de alquiler de coches, localizaron al arrendatario.

La última noticia afirmaba que la policía ginebrina habría ofrecido una rueda de prensa en la que también habría comparecido el ahogado, quien administraría el legado de Forster. La presencia de Forster en Alemania sería un hecho completamente inexplicable, citando al abogado, ya que su transporte con las antiguas colecciones de obras de arte asirias estaría de camino hacia el Louvre, que para colmo de males también había sido asaltado.

Forster, según su testamento, había legado sus obras de arte a diferentes museos. El dinero resultante de la venta, así como toda su demás fortuna, se los transfirió a la Unesco y al Unicef para asistir a Irak en sus tareas de reconstrucción. Sobre todo se debía favorecer a la zona circundante a Babilonia.

«Ni una palabra de él ni de su cargamento», pensó Chris satisfecho, pero eso no tenía que significar nada en concreto. La policía, en el caso de que lo estuviera buscando, ocultaría por razones tácticas cualquier tipo de información, pues estaría a la espera de obtener algún resultado positivo en sus pesquisas.

Una vez más, le echó una ojeada a los encargos de la semana próxima. No parecía tener una pinta demasiado halagüeña. A continuación, cogió el teléfono móvil de Rizzi y marcó el número que le había dado Forster.

– Sí -la voz al otro lado sonaba humosa.

Chris vaciló sorprendido. No esperaba que se tratara de una mujer.

* * *

Sofía Antípolis, cerca de Cannes, jueves

A Jasmin Persson, de pie en el pasillo de la clínica, le temblaban las rodillas mientras mantenía clavada su mirada a través de la puerta entreabierta de la habitación en dirección al comparativamente pequeño cuerpo, que permanecía escondido debajo de la manta en la cama para adultos.

Mattias Kjellsson miraba con su pálida carita y calcárea y enfermiza tez a su madre, que se encontraba sentada en el borde de la cama mientras le sonreía con expresión valiente. Ella ignoraba por completo la alegre y colorida ropa de cama con su estampado de buscadores de oro.

El niño de siete años sujetaba en lo alto la figura biónica con sus cansados brazos. Con su debilitada voz chillaba casi como un ratón, cuando imitaba jugando una escena de Las leyendas de Metru Nui. Miró la película hacía varias horas que le había traído Jasmin, la cual le hizo dormirse a continuación completamente agotado.

A Jasmin se le saltaron las lágrimas, y las miradas de las dos hermanas se toparon. Los ojos de Anna Kjellsson, por el contrario, no mostraban ni una sola lágrima; pero sí, una infinita tristeza.

Jacques Dufour avanzaba con paso tranquilo por el pasillo y entró en la habitación sin dedicarle una sola mirada a Jasmin. Anna habló a Mattias en voz baja, pero determinante, para levantarse después y seguir los pasos del doctor. Recorrieron el pasillo en dirección a una sala de visitas.

Sin mediar ni una sola palabra, ambas mujeres tomaron asiento y fijaron su atención en Dufour, quien mezclado con una extraña sensación de tormento, cogió pensativo la carpeta de la pequeña mesa.

– Desgraciadamente tengo que corroborarle -argumentaba Dufour mientras se dirigía a Anna- que su hijo padece efectivamente la enfermedad hereditaria de carencia de antitripsinas de tipo alfa 1 que afecta al metabolismo. A raíz del excesivo contenido del fenotipo ZZ, la formación de suero se sitúa a un nivel máximo del veinte por ciento con respecto a su concentración normal; esto conlleva el alto riesgo de que se pueda manifestar el cuadro clínico.

El médico simplemente ratificaba lo que ya sabían. En el largo brazo del cromosoma 14 surgió una mutación puntual. El aminoácido de la glutamina se había intercambiado con el aminoácido de la lisina.

La enzima antitripsina pertenece a las proteínas de fase aguda, la cual, cuando suceden infecciones en el cuerpo, es producida en mayor cantidad en el hígado para combatir las proteínas destructoras de albúmina. A través del intercambio del aminoácido, varía la producción de los péptidos, y la enzima se va acumulando en el lugar de la célula del hígado donde fue creada, en lugar de estar a disposición del cuerpo como suero. Debido a la acumulación de esta enzima errónea, pueden destruirse las células del mismo hígado.

– Mattias forma parte de esos niños que se ven afectados por la variante más aguda, desarrollando de este modo una enfermedad hepática irreversible.

Jasmin no pudo despegar la mirada de su hermana. Profundas líneas se habían abierto camino en la cara de Anna, atravesaban su piel como hondos valles. Los labios se habían atrofiado hasta formar dos estrechas y obstinadas rayas comprimidas, y las arrugas de alegría mutaron en arrugas de preocupación.

Jasmin conocía de sobra la frecuencia con que Anna se sepultaba bajo sus propios reproches por no haber reaccionado antes. Pero todo eso era absurdo. La enfermedad no era de las más raras, y un grave trastorno en el hígado no siempre constituía una inmediata consecuencia.

– Cuando se manifestó ya no se pudo contener -a Anna apenas le salían las palabras de sus labios-. Los médicos decían que el trasplante sería el único modo de salvación. Es una pesadilla.

– ¿Por qué no se había realizado hasta ahora? -preguntó Dufour mientras se contraía en su interior. «Una y otra vez el porqué. ¿Por qué fracasó el experimento con Mike Gelfort? ¿Por qué murió este joven norteamericano? ¿Por qué le convenció para apoyar el experimento? ¿Por qué no sabían aún…? ¿Por qué ahora este pequeño niño?».