El juego dubitativo de muecas de Lavalle demostraba su rechazo absoluto con respecto a la tergiversación del término científico «teoría».
– No necesitamos escondernos detrás de… -vacilaba en busca de un término apropiado.
Henry Marvin ladeó la cabeza y arqueó las cejas. Estaba a la expectativa sobre la forma en que saldría Lavalle del embrollo. Marvin había presenciado en más de una ocasión cómo les invadían las dudas a los conversos que poseían una preparación científica.
– … Interpretaciones semánticas. Eso no lo necesitamos.
– Querido Lavalle, tiene usted razón. Sin embargo, el mundo no es tan justo como a usted le gustaría. Nuestros adversarios inventaron la mutación, porque hasta la fecha no han encontrado el eslabón perdido en el camino entre la célula y el ser humano, no hay programas DNS [25] que demuestren la mutación de la especie. Las bacterias poseen genes propios de la especie de las bacterias, nada más. Y no genes humanos desconectados o genes de tiburón.
Marvin hablaba cada vez con mayor ímpetu y pasión con cada palabra. Su cara se había mostrado hacía un momento relajada, pero se enrojecía cada vez más, y el dedo índice de sus manos penetraba como lanzas en Lavalle.
– Por eso aportan argumentos sin fundamento con parecidos morfológicos y órganos atrofiados. Convierten las branquias en canales de la tráquea humana. Aportan mutaciones al azar para explicar un ser vivo de la complejidad del ser humano. Cuán cantidad de increíbles coincidencias, estadísticamente imposibles. Siendo así, podremos permitirnos ignorar esta pequeña inexactitud, ¿no? Y tampoco me gusta nada que no se nombre ni una sola vez a Dios, nuestro Creador.
– Monsieur Marvin, yo simplemente me he ceñido a las tendencias de su país natal. Durante los últimos debates, aquellos que luchan contra la Ciencia y la Teoría de la Evolución, de forma consciente, evitan nombrar a Dios.
– Lo sé -Marvin tomó un trago de vino tinto y posó la copa de forma abrupta-. El último truco de estos instigadores protestantes para medirse con los científicos y querer convencer a las personas. Eliminan el único punto de debate con la esperanza de seguir así adelante. El Presidente se refirió incluso a un debate entre dos escuelas de pensamiento.
Lavalle mantuvo la mirada fija, incomprensivo, en el hombre más poderoso de los Pretorianos.
– ¿Y qué tiene de malo? Le sirve al objetivo de desenmascarar la Teoría de la Evolución y la Ciencia.
– ¡La creación es obra de Dios! Así está escrito en la Biblia, en los capítulos uno y dos del Primer Libro de Moisés. Se describe en diez pasos y sin error en su sucesión, de igual modo que hace la Ciencia al describir el nacimiento de la vida en sus pasos más importantes…
Marvin se sosegó y hundió su mirada como un hipnotizador en los ojos de Lavalle.
– Primero fue la creación del cielo y de todo el mundo, es decir del universo. A continuación, traspasa una primera luz, que Dios denomina día, el manto de gas y polvo de la inhóspita Tierra como requisito previo para toda forma de vida. Dios separa el cielo y la Tierra, creando de este modo el ciclo hidrológico, es decir, la temperatura y la presión. Finalmente, crea en su cuarto paso el suelo y el mar…
Marvin se excitaba cada vez más, y Lavalle pretendía apaciguarlo con un gesto de la mano, pero ya no hubo forma de frenar al pretoriano.
– … En el versículo once aparece por fin la creación de la vegetación, compuesta por agua, luz y grandes cantidades de dióxido de carbono. Como sexto paso, las plantas producen oxígeno, por lo que se modifica la atmósfera, haciéndose «transparente», se hacen visibles las luces celestes como el sol y la luna, proporcionándole luz a la Tierra y marcando el día, la noche y las estaciones. Dios ordena en el séptimo paso que la vida surcara el cielo y el agua, después las reses y las bestias en la Tierra -tomó aire-. ¡Y después Dios creó al hombre, completando su creación al séptimo día, y no creó nada nuevo desde entonces! -la voz de Marvin, hacía unos instantes aún potente, se fue convirtiendo en un susurro apenas perceptible-. Lavalle, piénselo por un momento. Tan solo las probabilidades de que Moisés hubiera relatado y escrito esta sucesión correctamente supera en el cálculo de las probabilidades la barrera de los millones. Sin tener en cuenta la sucesión, ¿cómo se le ocurrió a Moisés elegir precisamente estos pasos de la creación, los cuales también la Ciencia reconoce como fundamentales para el nacimiento de la Tierra y la vida? Lo contrario a otros mitos de la creación con todos sus errores.
– Monsieur Marvin, yo coincido totalmente con usted…
– ¡Es la obra de Dios! -Marvin elevó de nuevo su tono de voz-. ¡Eso lo ha de saber todo el mundo! Somos los Pretorianos de las Sagradas Escrituras. Esa es la gran diferencia entre los protestantes y nosotros. Nosotros estamos de lado de nuestro Dios. Los que argumentan sin Dios, traicionan a Dios, reniegan de Él. Ellos no son mejores que aquellos que abogan por la Evolución.
– Monsieur Marvin, ¿por qué la Iglesia católica ha reconocido entonces la Teoría de la Evolución?
– Confusiones, Lavalle. Confusiones al más alto nivel. Sin embargo, nuestro santo cometido será apoyado…
En medio de su última palabra sonó el teléfono móvil de Marvin. Bebió un trago de vino tinto y después contestó con un breve «sí».
Cuando Marvin escuchó el nombre de la persona que le llamaba, se levantó y se fue a la habitación contigua. Lavalle se había convertido en algo así como el asistente de Marvin en Europa. Estaba cerca de conocer lo más sagrado, pero el joven francés debía superar aún la última prueba. Hasta entonces no era preciso que se enterara de todo.
– Cuénteme -los ojos de Marvin se cerraron en forma de rendijas-. ¿Quién es el cerdo?
– Se llama Rizzi -contestó la voz masculina al otro lado del teléfono.
Berlín, momentos más tarde
La llamada telefónica había elevado la presión sanguínea de Justin Barry al borde del infarto de miocardio y enrojecido profundamente la tez acartonada de su rostro. Aun cuando Marvin no hubo hecho referencia hasta el momento con ni una sola palabra sobre su fracaso, él sabía que esta iba a ser su última oportunidad.
Se pasó las manos por el oscuro y corto cabello, recortado según los cánones militares, y bebió un buen trago de coñac mientras miraba fríamente a su sustituto, Colin Glaser.
Colin Glaser podía pasar como el hermano gemelo del joven Alain Delon. Marvin le había convertido hacía un año en jefe de seguridad para Europa, sin consultárselo a él previamente, dejando claro una vez más que era él quien lo decidía todo.
Barry era el jefe de seguridad de los Pretorianos y formaba parte de ellos desde hacía cinco años. Dios había sido para él un simple vestigio hasta que en la primera Guerra del Golfo una granada iraquí detonara cerca de él, sobreviviendo a ella como de milagro.
En aquellos días, durante las silenciosas y estrelladas noches del desierto, recordaba los rezos olvidados de su juventud. Tendido en su camastro, en una tienda de campaña chasqueante al viento desértico y entre los ronquidos de los camaradas, sellaron su nueva alianza con Dios, jurándole su eterna lealtad y sumisión.
Finalizada la guerra, su camino le llevó al servicio de contraespionaje de la base naval de San Diego, donde años más tarde se toparía con los Pretorianos, uniéndose a ellos. Marvin y Barry se entendieron desde el primer momento. Ambos encontraron en la guerra su camino hacia Dios. Marvin, en Vietnam, y Barry, en la Guerra del Golfo. Ambos vieron en la guerra la prueba necesaria para reconocer su verdadero camino. Marvin, por otro lado, quedó prendado de la experiencia de Barry en lo referente al contraespionaje, que se ajustaban muy bien a sus planes, convirtiéndolo en jefe de seguridad.