Chris y sus huesos se habían convertido en una pequeña distracción. Él aceptó el experimento por su vieja amistad, aun cuando no creía en la historia de su amigo de juventud. La conversación por teléfono de aquella mañana con todas esas confusas explicaciones era una auténtica tomadura de pelo. Un marchante de arte, quien quería hacer penitencia, una última voluntad… un transporte y un asalto… ¿Cómo de tonto pensaba Chris que era?
No importaba. Que su amigo ocultara sus secretos; él tenía los suyos.
Snider resollaba escéptico, «miraré de nuevo y entonces acabaremos con los sentimentalismos». Cada minuto en el laboratorio le alejaba de los problemas de su casa. En cualquier caso, las discusiones domésticas se habían convertido en insoportables. Incluso la noche anterior habían discutido de lo lindo, cuando le dijo a su mujer que tenía que salir de viaje. «¿Otra vez…?».
Posó su cartera y se fue al laboratorio. Le dejaría una nota a Jasmin para que destruyera los cultivos cuando viniera durante el fin de semana a darle de comer a los animales.
La explosión fue grandiosa. Abrió de golpe la compuerta de la incubadora. Donde por la mañana la solución nutritiva aún cubría el fondo de las cápsulas de Petri, se agolpaban ahora cultivos celulares en crecimiento. El fondo de algunas cápsulas estaba completamente cubierto de cultivos celulares.
– Increíble -murmuró Wayne Snider-. ¿Pero esto qué es? Chris, quizás obtengas todavía tu análisis.
Se puso los guantes de un solo uso y una mascarilla, y rellenó nuevas cápsulas de Petri con soluciones nutritivas, cubriendo con una pipeta partes del nuevo tejido celular como nueva cepa en las soluciones nutritivas.
En ningún momento reflexionó acerca de si necesitaría en algún momento los subcultivos. Era pura rutina incluir subcultivos para que, en caso de análisis erróneos, se contara con material adicional de análisis.
Snider miró el reloj. Si trabajaba con celeridad, podía conseguir el análisis. Solo debía estar atento a no alterar los planes previstos dentro del tiempo del que disponía. La amistad tampoco daba para tanto.
Le sobrevino una expectación y una furtiva alegría, como si se tratara de la primera vez en su vida que creaba un cariotipo [26]. A través del análisis del número de cromosomas, le podría decir a Chris si el hueso provenía de un ser humano o de algún animal.
«Chris, cuando son sesenta cromosomas, se trata de un hueso de una res. Y si son cuarenta y ocho, se trata de una rata… como yo».
Capítulo 18
Berlín, viernes
Los alrededores del Museo de Pérgamo constituían una obra única y descomunal. En cualquier lugar se abrían zanjas en las calles, se colocaban nuevas tuberías y se renovaba el asfalto. Después de buscar largo rato, Chris aparcó el coche en un hueco cerca de la Universidad Humboldt, y giró las señales que prohibían el estacionamiento con la indicación «Solo vehículos autorizados» en dirección al paso peatonal. Se trataba de una posibilidad muy remota que algún vehículo de la obra necesitara ese hueco un viernes por la tarde.
Un peatón denostó su insolencia y le amenazó con acudir a la policía a la par que continuaba caminando y mostrando su descontento, cuando Chris comenzó a correr en dirección al Schlossbrücke [27]. En la plaza Lustgarten, personas ávidas de sol retozaban en las enormes instalaciones al aire libre mientras disfrutaban del calor de la tarde. Chris sacó su esterilla de tela y se recostó en el césped. A continuación, empujó la mochila debajo de la cabeza y se quedó contemplando el juego de aguas de la fuente. Sentía cómo el sol le calentaba el rostro, y cerró los ojos mientras escuchaba las risas y el entresijo de voces a su alrededor.
Había salido de Colonia esa misma mañana con un coche de alquiler y se apeó en el pequeño hostal, que siempre reservaba en sus visitas a Berlín, situado en el céntrico barrio de Wilmersdorf.
Cuando sonó el teléfono móvil pensó primero que sería Ina, que seguramente querría saber alguna cosa de algún contrato. Sin embargo, era Jasmin.
– Me alegro mucho de escuchar tu voz -dijo suave-. ¿Dónde te has metido? -se obligaba a sí mismo a permanecer tranquilo, aunque hubiera podido bailar de alegría.
– De viaje -sonaba bronca y distante.
Chris estaba perplejo. Le dejó varios mensajes en su contestador automático, se preocupó; pero ella se mostraba tan fría como el hielo antártico.
– ¿Formo ya parte del pasado? -preguntó él-. ¿Cuando aún no ha empezado todavía?
– ¿Perdona?
– Me alegro de tu llamada…
– Perdóname, estoy totalmente desconcentrada. -Su voz se tornó de repente más suave.
– ¿Qué es lo que está pasando? Primero no das señales de vida, no sé dónde te encuentras, y ahora… Habíamos quedado en vernos el fin de semana. ¿Qué es lo que pasa?
Ella callaba. A continuación, sollozaba. ¿Estaría llorando? Chris se incorporó.
– Jasmin, ¿qué es lo que te pasa?
– Ahora no, ¿vale? -ella callaba de nuevo. A continuación, su voz de pronto sonó de nuevo con decisión-. Estoy realizando mi viaje de regreso. Me gustaría que nos viéramos este fin de semana. Mañana, ¿vale?
– Me alegro un montón.
– ¿Cuándo?
– Por la tarde, a primera hora; como muy tarde. Al fin y al cabo, Dresde no está tan lejos de Berlín.
– ¿Berlín? ¿Qué haces allí?
Él se reía.
– Tengo que cerrar aquí un trato, pero después tendré la mente despejada -hizo una pequeña pausa-. ¿Y tú? ¿Tendrás la mente despejada mañana tú también… para nosotros?
– A lo mejor -dijo ella vacilante.
– ¿Puedo ayudarte?
– Te lo contaré todo mañana. Me entenderás entonces, ¿sí? Por favor, ten paciencia. Ahora no quiero hablar más de ello. ¡Por favor! No tiene nada que ver contigo.
Chris se levantó, se sacudió las piernas anquilosadas y recorrió los pocos metros que distaban al Museo de Pérgamo, en cuyo edificio se ubicaba asimismo el Museo de Oriente Próximo.
La pequeña calle delante del museo también estaba de obras. Una alta valla techada con un camino recubierto con tableros para los peatones cubría la vista al edificio.
Cambió a la acera del otro lado de la calle y fijó la mirada por encima de la valla en dirección al majestuoso edificio de tres alas, cuya obra se había prolongado durante casi medio siglo desde la realización de los primeros planos hasta su culminación en el año 1930. Apenas vio unas pocas personas en las anchas escalinatas de entrada que dirigía a los visitantes procedentes de la calle, salvando el agua del canal Kupfergraben, hasta el patio de entrada situado más arriba.
Aceleró el paso hasta llegar al siguiente cruce y a continuación giró a la izquierda. A mano derecha se situaba ahora el dique del tranvía construido con enormes piedras de sillería, en cuya parte inferior se había instalado un restaurante. En la acera se erguían dos filas de mesas y sillas. Casi todas las mesas estaban ocupadas, motivo por el cual se tuvo que contentar con un sitio justo al lado de una columna de información de una parada de autobús. Mientras su mirada se posaba en una parejita en ropa que permanecía a la espera, él se sentó de espaldas a la columna. De esta forma pudo observar la calle que conducía en dirección al museo. Poco después pidió un capuchino y un agua.
Fue Ramona Söllner quien había propuesto el lugar del encuentro, después de que Chris hubiera rechazado uno en el museo. De buena gana habría visitado la Puerta de Istar, pero el riesgo de ser detenido en el museo como ladrón con las tablillas de arcilla en el equipaje era demasiado grande.