– ¿Cómo lo sabe?
– Por Forster… cómo si no.
Chris estiró la mano derecha y mantenía su mirada fija en el plano que le estaba devolviendo la profesora.
– La cruz se encuentra en un lugar que ha sido caracterizado con las letras «EP». Y al lado hay una «Z». ¿Qué significan?
– ¡Dios mío! -endilgó Brandau mientras entornaba los ojos con desaire.
– Koldewey descubrió un templo que había sido erigido en honor de una divinidad desconocida todavía en tiempos del arqueólogo -dijo la profesora mientras le echaba una mirada en señal de advertencia al sacerdote-; por eso la «Z». Hoy en día se ha dado un paso hacia delante. Se trata del templo de Ishara, la diosa de la justicia. Quizás le diga algo el código de leyes del rey Hammurabi. Babilonia disponía de un sistema legal bastante desarrollado, ideado precisamente para proteger a los más débiles. Y para todo tenían a un dios diferente. Las siglas «EP» hacen referencia al templo de la divinidad Ninurta.
– Cuénteme lo que hay escrito en las tablillas.
Chris observaba al sacerdote, quien oscilaba entre el estado del nerviosismo y la impaciencia. En función del estado de ánimo que ostentara en ese momento la supremacía, se deslizaba sin sosiego en su silla, pellizcaba su traje con los dedos o lanzaba suspiros mientras arrugaba la cara malhumorado.
– ¿Cómo se imagina que lo hagamos? Le recuerdo que es usted el que las tiene -ella sonreía triunfante mientras pellizcaba de forma visible con sus cuidadas manos el dobladillo de su falda.
– Usted misma comentó que recibió una copia del texto -contraatacó Chris y soltó una risotada mientras mantenía su mirada fija en los ojos de ella-. Y el texto la embriagó. De lo contrario, no habría aceptado el precio de Forster.
Transcurrieron unos segundos hasta que desaparecieron las chispas en los ojos de Ramona Söllner.
– Solo era para comprobar que lo que decía Forster era cierto…
– Además le haré una buena rebaja.
– Para ello, tengo que ver primero las tablillas.
– Si me da el dinero… -Chris sonreía de oreja a oreja-. No veo ninguna cartera. Esa cantidad no cabe simplemente en el bolsillo del pantalón.
– No tenemos aquí el dinero.
– Lo siento. No pensé que quisiera salirse del trato.
– Tampoco quiero. Necesito comprobar primero las antigüedades, entonces traeremos el dinero.
Por supuesto que necesitaban hacerlo. Antes de echar mano a la mochila, echó una mirada hacia las demás mesas.
Era el comienzo normal de un fin de semana cualquiera. La gente disfrutaba del sol, conversaba acerca de los problemas cotidianos y sus pesados jefes. Un autobús atravesó lentamente la calle y se paró a sus espaldas; las puertas se abrieron dando un silbido.
Giró la cabeza. La parejita vestida con ropa motera negra continuaba esperando de pie en la parada. La cabeza del hombre estaba totalmente afeitada y los ojos de la joven mujer estaban oscuramente maquillados.
Brandau y Söllner persiguieron escrupulosamente sus ojeadas alrededor. Mientras ella sonreía divertida, el sacerdote se limitaba a menear la cabeza.
Chris metió la mano en la mochila, sacó de ella una caja de plástico duro y lo abrió. Brandau respiró hondo cuando Chris separó los dos trapos de algodón en el que estaba envuelta la tablilla de arcilla.
– Inculto -siseó el sacerdote.
– Pero práctico -respondió Chris.
– ¿Me permite? -preguntó la profesora.
Las disputas de los momentos anteriores parecían haberse desvanecido. La mujer, hacía un momento aún ligeramente altiva y examinante por la situación, se convirtió de pronto en una experta completamente concentrada, presa de la singular pieza arqueológica.
Sus manos flotaban sobre las tablillas de arcilla. Las contracciones de los dedos le indicaba a Chris el ansia por tomar la reliquia en las manos.
Fuertes risas provenían de las demás mesas, las copas y la vajilla tintineaban, pero la profesora pareció haberse aislado en su propio mundo.
Sus manos cogieron con precaución la pequeña tablilla de arcilla, que apenas alcanzaba los diez centímetros. Estaba repleta de signos que se apretujaban entre sí, los renglones se desviaban apenas perceptiblemente de forma oblicua hacia abajo, como si su autor no hubiera sido capaz de sostener de forma continuada la separación de los renglones.
La científica giraba la tablilla una y otra vez cerca de sus ojos. La tensa expresión de su cara de repente dio paso a la decepción.
– Qué pena -dijo finalmente y devolvió la tablilla con decisión, posándola en la mesa.
– ¿Por qué? -Brandau primero la miró a ella, después a Chris-. ¿Acaso no es lo que…?
– Sí y no -la profesora examinaba a Chris con una seria mirada-. Rizzi sabe más de lo que dice.
Brandau continuaba meneando la cabeza sin entender una sola palabra, echó mano de los trapos de algodón sobre los que descansaba la tablilla, y tiró de ellos hacia él. Su rostro estaba colorado y la vena del cuello palpitaba como una bomba de presión. Excitado, tomó la tablilla. Durante la acción, los trapos de algodón se cayeron al suelo y Brandau posó la tablilla entre juramentos. A continuación se agachó para tentar torpemente con los dedos en busca de los trapos, antes de posarlos en la mesa para disponerse a coger de nuevo la tablilla.
Sin embargo, Chris agarró al sacerdote por la muñeca justo antes de que su mano rozara la tablilla.
– Déjelo. Ella es la experta. Puede que a usted se le caiga.
– ¡Suélteme! -siseó el sacerdote-. ¡Yo no me reúno con un buscavidas y ladrón para que encima me insulte!
Chris apretó aún con mayor fuerza hasta que el sacerdote retiró la mano. Cuando Chris soltó su muñeca, la mirada de Brandau se enturbió por completo. Chris sonreía. El sacerdote le deseaba todas las torturas del infierno.
– Se trata de una de las tablillas de Nabucodonosor. Se puede ver su sello -la profesora miró hacia Brandau-. Sin embargo, no es una de las tablillas que representan realmente el verdadero valor de estas reliquias.
– Lo siento -Chris sonreía-. Tuve que hacerle un pequeño test. ¿Cómo iba a saber si no que es usted la que dice ser?
– La desconfianza domina su vida, ¿eh? -el tono de Brandau retumbaba cargado de desprecio.
– Forster está muerto, ¿no basta con eso? -Chris meneaba la cabeza. Brandau era una persona desagradable pero inofensiva, que vivía detrás de sus murallas en una especie de isla de bienaventuranza. Dos meses en la brigada de homicidios, y el hombre pensaría de forma muy distinta-. ¿Qué es lo que dice?
– ¿De verdad que no lo sabe? -Ramona Söllner miraba al principio con expresión incrédula a Chris, pero instantes después comenzó a reírse-. ¿Cómo iba a saberlo usted? Nabucodonosor II cuenta en sus tablillas sobre su victoriosa marcha contra Kish, la cual conquistó e incorporó a su reino. Al menos eso es lo que cuenta la traducción que nos suministró Forster. Esta tablilla describe la entrada triunfal en Kish, si lo he entendido bien ahora sobre la marcha. Tras su victoria, Nabucodonosor II se llevó las reliquias sagradas del templo de Kish dedicado a la divinidad Ninurta, las cuales fueron veneradas a partir de ese momento en el templo de la diosa Ninurta de Babilonia.
– ¿Kish? -Chris recordó haber escuchado pronunciar a Forster ese mismo nombre en Toscana.
– Una antigua ciudad-reino de Mesopotamia en tiempos de los sumerios, al igual que Uruk.
– No lejos de Babilonia -añadió Brandau condescendiente-. Casi se podía observar a simple vista. Distaba apenas cien kilómetros. En aquellos tiempos todas eran ciudades-estado, cada ciudad un reino. Era la época de la formación de los primeros estados, de manera sangrienta y violenta.
Chris arrugó la frente.
– ¿Qué tiene que ver un hombre de Dios con tablillas de arcilla sumerias y los dioses paganos de Babilonia?