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Capítulo 19

Berlín, viernes

Chris aguardaba expectante la respuesta del sacerdote, pero Brandau se limitó a mirar a la profesora sin pronunciar ni una sola sílaba, concediéndole a ella la palabra.

– Cuando este desconocido nos hizo la oferta a través de sus hombres de contacto y nosotros nos enteramos de dónde provenían las piezas y la historia que podría ir unida a ellas, hemos comenzado a investigar, como es natural, en nuestros archivos. ¿Lógico, no? -los ojos de Ramona Söllner centelleaban como si estuviera sermoneando a uno de sus estudiantes.

»Koldewey informó en una carta a la Sociedad Oriental precisamente de la muerte de dos ayudantes de excavación. Él clasificó el suceso como un acto privado de venganza entre diferentes tribus -ella reflexionó un momento-. Además, en aquel entonces, los beduinos llevaron a cabo cada vez nuevos asaltos.

– Quiere decir entonces que la historia de Forster, de cómo han sido robadas las obras de arte, es auténtica.

Ramona Söllner parecía estar pensando en ello; Chris aprovechó la ocasión para posar su mirada en los demás clientes, de los cuales nadie parecía estar interesado en ellos.

– ¿Le ha contado también algo sobre lo ocurrido a finales de los años veinte? -preguntó ella por fin.

Chris meneaba la cabeza en señal de negación.

– Las antigüedades ya nos habían sido ofrecidas en otra ocasión.

Chris apenas se sorprendió. El ladrón y asesino querría haber hecho caja.

– ¿Usted sabía que la Sociedad Oriental y todo el Museo de Oriente Próximo, así como otras muchas piezas de los demás museos de Berlín, se lo debemos todo a un solo hombre? ¿Ha escuchado alguna vez algo sobre James Simon?

– No.

– Como tampoco casi todo Berlín. Pregunte hoy si alguien conoce a este hombre -Söllner meneaba repugnada la cabeza-. Ni siquiera le han puesto su nombre ni a una sola calle.

– ¿Y de quién se trataba?

– James Simon procedía de una familia de empresarios con raíces en Mecklenburgo, que había hecho fortuna con las telas. Su pasión oculta era el arte; en todas sus versiones. Creaba colecciones y promovía excavaciones arqueológicas.

– Tendrá que contarme algo más. No tengo ni la más remota idea -murmuró Chris.

– Los ingleses y franceses surcaban desde hacía siglos las arenas desérticas de Egipto y Mesopotamia. Alemania no quiso ser menos, pero no había nadie que organizara el proyecto en condiciones y financiara los medios necesarios. Fue Simon quien tomó la iniciativa de fundar la Sociedad Oriental Alemana haciendo posible, gracias a sus contactos y su dinero, que Alemania pudiera excavar también en Oriente Próximo. Fue él quien le proporcionaba el dinero a los diversos centros de excavación, así como para conseguir los permisos de excavación. Fue él también quien le cedía las piezas a los museos, al igual que otras muchas obras de arte. Si no hubiera existido este hombre, los museos de Berlín no serían hoy en día ni la sombra de lo que son.

– Así es la vida -murmuró Chris-. ¿Y cuándo aparece Forster en todo este asunto?

– Un desconocido se dirigió a Simon a finales de los años veinte, ofreciéndole la venta de las mismas tablillas que ahora posee usted. Por dinero. Mucho dinero. De la misma forma: a través de emisarios y de forma anónima.

– ¿Y por qué no cuajó en aquel entonces?

– No lo sabemos con exactitud. Parece ser que hubo un contacto con un representante de la Sociedad, pero no directamente con Simon. Al menos así se deduce a partir de los fragmentos correspondientes a los informes que hemos encontrado. Puede que Simon no hubiera podido hacerse con el dinero. La Primera Guerra Mundial y los tiempos posteriores lo empobrecieron a él como también a muchos otros. Ya no era el rico mecenas de antes de la guerra. Eso había acabado. Además, ya estaba muy enfermo. En cualquier caso, este dato no tiene ninguna importancia para nuestra transacción. Sea como fuere, hubo un contacto en Berlín, y este contacto después… involucró a la Iglesia.

Chris rebuscaba entre sus recuerdos. Forster no había mencionado ni una sola palabra de todo eso. Ni aquella noche en Toscana ni tampoco en el labrantío.

– Por supuesto quisimos seguirle la pista a este pequeño indicio. Sabíamos que hubo ciertos documentos que fueron enviados en aquellos tiempos a la nunciatura. Pero poco después, el antiguo nuncio regresó a Roma. Intentamos descubrir un poco más sobre este asunto desde que Forster se contactó con nosotros hace aproximadamente medio año. Ahora también puede comprender la tarea de Brandau en este trato, como usted lo llama. Él trabaja de forma activa en la Sociedad Oriental, colabora con el Obispado e impulsó las investigaciones en Roma, una vez comprobado aquí lo que había ocurrido en aquel entonces.

– ¿Y? -preguntó Chris con una seca tensión.

– La Iglesia mantiene una relación discrepante con las excavaciones de Mesopotamia -explicaba Ramona Söllner, tranquila-. Desde la Revolución Francesa, el poder de la Iglesia sufrió un claro retroceso y sus fortunas fueron requisadas en muchos países. Se cerraron monasterios y se prohibieron muchas órdenes religiosas. La Iglesia fue considerada el pilar del poder feudal y, posteriormente, fue objeto de otro duro golpe. Un golpe dirigido contra su fe, contra sus fundamentos.

– Cuénteme más -demandaba Chris-. Parece muy interesante.

Chris sabía muy poco de la historia de la Iglesia, así como de los abismos relativos a la interpretación de la fe. Su formación religiosa era protestante y su punto final había coincidido con las clases de catequesis para la confirmación. Se casó por la Iglesia, sí, pero por lo demás entró en cualquier iglesia por motivos puramente turísticos.

– Gracias a las excavaciones realizadas en Mesopotamia y Persia, que comenzaron en realidad con fuerza durante el primer cuarto del siglo XIX y que fueron llevadas a cabo exclusivamente por ingleses y franceses, salieron a la luz los tesoros y las construcciones de miles de años de antigüedad procedentes de antiguas civilizaciones; y tablillas de arcilla -explicaba la profesora mientras hacía un gesto en dirección a la pequeña tablilla que descansaba sobre la mesa.

»Se estableció una nueva ciencia: la asiriología, cuyo nombre es tomado de los asirios, quienes fueron los primeros en fundar un imperio en esta región. Se trata precisamente de la ciencia a la que me dedico. Una vez que se consiguió descifrar su escritura y se tradujeron los textos, la polémica estaba servida -hizo una pausa y dio un sorbo a su agua.

– ¿A qué polémica se refiere? -preguntó Chris.

El sacerdote quiso iniciar una respuesta mientras contraía amargo su rostro. Sin embargo, la científica le analizó a través de una breve mirada de soslayo y se le adelantó.

– Se identificaron pueblos y lugares del Antiguo Testamento y se comenzó a cuantificar el nivel de veracidad de la Biblia. Se encontraron diferentes divergencias, en ocasiones muy profundas. Afloraron las primeras dudas con respecto a la Biblia. Un descubrimiento importante fue el hecho de que algunos pasajes del Antiguo Testamento aparecieran recogidos en una forma literaria mucho más antigua; precisamente en este tipo de tablillas.

– ¿La Biblia fue copiada? -los ojos de Chris centelleaban divertidos.

– Eso era precisamente lo que me temía -irrumpió Brandau interrumpiendo su silencio-. La Biblia no es una copia. Dios mismo es el creador de la Biblia. Ella nos muestra sin margen de error alguno las verdades necesarias para nuestra salvación.

– Sin embargo, sí…

– Nosotros los cristianos veneramos el Antiguo Testamento como la palabra verdadera del Señor. ¿Va a dudar usted del canon de las Sagradas Escrituras?

– Bueno -dijo Söllner rectificándose ligeramente-, en cualquier caso, se sucedieron profundas disputas. La clase media comenzó a interesarse por las excavaciones, porque de repente se encontraba en entredicho la veracidad de la Biblia. En Alemania sería el científico Friedrich Delitzsch, director del Departamento de Oriente Próximo de los Museos Reales, quien desató en realidad la tormenta cuando dijo que la Biblia se había desarrollado, no solo de forma literaria, sino también de manera religiosa y ética a partir de sus precursores babilónicos. Incluso llegó a negarle al Antiguo Testamento la revelación de Dios.