– Los cromosomas poseen en sus extremidades telomeras. Se trata de réplicas de determinados pares de bases [32]. Estas extremidades constituyen el lugar en el que comienza la réplica de la división celular. Protegen las extremidades de los cromosomas como caperuzas para que no se queden pegadas con otras durante la división celular. El ser humano posee varios miles de estas parejas de bases en las extremidades de los cromosomas, es decir, una cantidad mayor o menor en función del tipo de tejido. Con cada división o renovación celular, el ser humano pierde dos de estas parejas de bases, y las extremidades de los cromosomas se acortan. Una vez que las parejas de bases desaparezcan de la extremidad de los cromosomas, la división celular habrá llegado a su fin.
– La persona cuyas telomeras sean desde un principio más largas, vivirá más tiempo, pues sus células podrán dividirse más veces. Conozco este aspecto de la ciencia.
– Sin embargo, existe una enzima capaz de alargar de nuevo las telomeras en las extremidades de los cromosomas o de retener su acortamiento. La telomerasa. Esta enzima provoca que las telomeras nunca lleguen al punto en que sean tan cortas para provocar que se paralice la división celular. El envejecimiento se detiene, y las células continúan dividiéndose.
– La «enzima de la inmortalidad» -bramaba el padre Jerónimo, quien se había mantenido al día con gran esmero sobre las últimas investigaciones científicas. Tan pronto salieron los primeros informes a la luz pública, las dudas se arrastraban por el Vaticano como lo hacía la serpiente durante el pecado original a través del Jardín del Edén. Sería la palabra del Señor…
– Pero también la «enzima de la muerte» -suspiraba Dufour-. Esta enzima está activa entre un ochenta y noventa por ciento de las células cancerígenas. Supera la muerte natural de la célula y se encarga de que las células cancerígenas sean inmortales y crezcan de manera infinita, matando de esa forma el organismo. Pero desde hace dos años se están llevando a cabo unos experimentos en los que las células tratadas con esta enzima no envejecen en el momento estimado y no desarrollan ningún tumor. A estas alturas sabemos que durante el crecimiento de las células de un tumor, las telomeras son especialmente cortas, y que las células cancerígenas proliferan por doquier, porque activan la telomerasa y son capaces de mantener constantes a las telomeras; las células cancerígenas, por el contrario, se mueren cuando no son capaces de hacer lo propio. Por lo que parece, hace falta una combinación de varios factores para que el cáncer se desarrolle a través de la telomerasa. Y fue ahí donde hemos comenzado nuestras investigaciones.
– ¡Pero si la telomerasa funciona solo en células que continúan dividiéndose! Es decir, solo en células de la piel o el hígado. Por el contrario, las células del cerebro o el músculo coronario ya no se dividen en un adulto. Estáis equivocados.
– Padre, estamos explorando este enorme océano a través de pequeñas inmersiones de buceo. La realidad es que, por ejemplo, en el caso de los nematodos [33], se ha conseguido alargar claramente las telomeras en cultivos por medio de la telomerasa. La esperanza de vida media se alargó de veinte a treinta y cuatro días. Un aumento en su periodo vital superior al cincuenta por ciento.
– Infeliz, ¿qué es lo que se habrá metido en vuestros sesos enfermizos? El envejecimiento es un proceso biológico, el cual está fuertemente ligado al entorno social, el estrés, la forma mental y corporal, y la alimentación. La finalidad de la telomerasa, según mis conocimientos, apunta al cultivo de bancos de material orgánico de repuesto. A una rodilla rota se le extraen células de su cartílago, se espera a que se expandan con la telomerasa, y se injertan de nuevo.
– Existen trescientas teorías sobre el envejecimiento. Hasta ahora, nadie sabe todavía cómo funciona realmente. Incluso nuestra suposición podría ser también errónea. La telomerasa se compone de dos partes funcionales. Una parte equivale a su gran contenido proteínico; la otra parte la forma el ácido ribonucleico, es decir el ARN, con sus aproximadamente ciento sesenta bases. El ARN es la matriz en la que se forma la prolongación de las extremidades de las telomeras. El gen responsable de la cantidad proteínica se encuentra en el quinto cromosoma; mientras el gen responsable de la cantidad de ARN se sitúa en el tercero.
El eclesiástico permaneció con su mirada fija en Dufour. Pudo observar la mirada rebosante de entusiasmo del científico, la cual le recordaba su propia transfiguración cuando se entregaba por completo a Dios.
– Hemos fijado nuestro punto de partida de nuestras investigaciones justo antes del momento cuando las telomeras de las células son muy cortas y en el que, a través de la activación de la telomerasa, nacen las células cancerígenas. Lo que pretendemos es regenerar, a través del uso de las proteínas correctas de telomerasa, las células del hígado dañadas.
Jerónimo comenzaba a entenderlo. Ellos intentaban aprovechar la capacidad de la enzima en un momento determinado en el que todavía no desencadenaba un crecimiento incontrolado de las células.
– Entonces hemos experimentado con las proteínas más diversas de las que se compone la telomerasa, obteniendo éxitos inequívocos en experimentos animales -relataba Dufour, cuando observó la mirada oscura del padre-. Hemos utilizado la enzima responsable de la división celular continuada sin que apareciera ningún efecto negativo. A continuación dimos el siguiente paso. Se utilizaron con Mike Gelfort las proteínas de telomerasa, que habían resultado previamente un éxito y no habían producido ningún daño colateral en los experimentos animales. Él contaba solo con células de su hígado ligeramente dañadas y telomeras, que por su longitud aún distaban mucho del punto en el que, según todas las observaciones científicas, se podía esperar una mutación hacia células cancerígenas a través de la telomerasa.
– ¿Entonces de qué murió?
– No lo sabemos -dijo Dufour en voz muy baja-. La estructura proteínica, un componente especial de su ADN que desencadenó la explosión de las células cancerígenas, los portadores del virus; sencillamente no lo sabemos -Dufour bajó la mirada al suelo-. Busco el perdón… ¡quiero confesarme!
– ¡No!
Dufour estaba desesperado. Fue él quien le había inyectado con la aguja. Todavía le estaba persiguiendo la muda confianza en la mirada de Gelfort al presionar el émbolo. El joven hombre había sonreído.
– Padre… ¡estoy enfermo de culpa!
Retrasó la próxima prueba en Mattias Kjellsson, aun cuando su madre había basado en ella todas sus esperanzas. Ella le había mirado con incredulidad, pero él no se lo podía explicar y tampoco tenía intención de hacerlo. Primero debía descubrir la causa.
El padre Jerónimo se estremecía ante la doble conjetura de la creación divina. Por un lado, la cantidad predeterminada de divisiones celulares limitaba la vida a través de la longitud de las telomeras situadas en las extremidades de los cromosomas. Pero por otro lado, si aun así se superaba esta barrera, las mutaciones celulares proliferaban de tal forma que terminaban por matar al organismo.
La palabra de Dios se cumplía una vez más. E incluso esta parte del plan divino fue recogido en la Biblia: «Sus días serán de ciento veinte años».
Capítulo 21
Berlín, viernes
Chris adaptó sus pasos a los de la científica. Pasaron por delante del Museo de Pergamo, giraron a la izquierda, recorrieron la distancia a lo largo de la pared trasera del Museo Antiguo, y giraron de nuevo en dirección a la plaza Lustgarten.
Él había expuesto sus condiciones para la comprobación de todas las tablillas, y la profesora accedió después de vacilar un poco. El sacerdote con cara de mochuelo protestó porque no podía formar parte, pero tuvo que desistir de sus pretensiones y se fue. Chris dedujo de sus palabras que se iría a esperarles en las oficinas de la fundación.