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– Interesante, pero complicado -gruñó Chris.

– Los reglamentos éticos han de verse como meras consecuencias. Son tres mandamientos los que añaden importantes matices sobre todo al primer mandamiento: la prohibición de no pronunciar el nombre de Dios en vano, la prohibición del culto a las imágenes de otros ídolos, y la santificación del descanso del Sabbath [36]. Los tres han influido tanto en la fe judía como cristiana. Fue el cumplimiento de estos tres mandamientos el que dio lugar a la incorporación del primer Mandamiento.

Chris buscaba una reacción interna, un momento de oposición, de incredulidad, un rechazo a este frío análisis. Pero no… parecía plausible.

– Usted opina entonces que no fue Dios quien le transmitió directamente a Moisés los Diez Mandamientos en el Sinaí, como cuenta la Biblia.

– Los exegetas científicos dicen que así es.

Chris miró en los ojos de color avellana de la profesora.

– Usted también es científica. ¿Es usted creyente? ¿Puede usted creer aún?

Ella se reía perpleja.

– No ha planteado bien la pregunta. Si fuera algo así como una fundamentalista, que idolatra los textos bíblicos como a un fetiche de papel, como la obra absoluta que debe interpretarse letra por letra como verdadera y nunca en un sentido figurado, entonces tendría un problema. Tomo la Biblia en un sentido literal, creo y rechazo todo lo demás, sobre todo en el caso de las investigaciones científicas; acepto la Biblia como obra histórica de una sociedad que se encontraba en aquel entonces en su proceso de formación, como descubrimiento, como guía que nos explica el pasado para mejorar nuestro futuro, como libro histórico: entonces estará abierta para muchos, incluso para aceptar los significados más dispares.

– ¿Qué tiene que ver todo esto con las tablillas de arcilla?

La profesora, en lugar de responder, clavó su mirada en uno de los visitantes que acababa de pasar por adelante y que la había escudriñado sin disimulo alguno.

– ¿Le conoce? -preguntó Chris.

– ¿Yo? No -ella arrancó divertida una risotada-. Suelo quedarme mirando fijamente a los tipos que me miran de arriba abajo. Eso suele ahuyentarles más que las palabras.

– Si fuera cierto lo que dice, ¿dónde está la conexión?

– Las seis tablillas más modernas pertenecen a Nabucodonosor II. En ese sentido no hay nada especial. Describe su campaña y victoria sobre Kish -la profesora hizo una pequeña pausa, como si demandara ahora su completa atención-. Las tablillas más antiguas, que fueron incautadas durante la expedición militar de Nabucodonosor y conservadas en el templo de Ninurta de Babilonia, contienen lo más sensacional. El rey describe cómo surgió el reinado de Kish en la Tierra después del Diluvio Universal y cuáles fueron los mandamientos que recibió entonces. «No adorarás ni blasfemarás contra Enlil [37] y Zababa [38], no sacrificarás a otros dioses, no matarás, no robarás, no cometerás adulterio ni jurarás bajo la mentira, todo lo anterior son pecados de los que mi pueblo ha de renegar. Esto dijo Ninurta, el emisario divino y Dios de Kish». ¿Lo entiende?

– Entonces cree que son casi idénticos a las profecías que parecen ser la base de los Diez Mandamientos… siempre y cuando sea cierto lo que acaba de decir sobre su nacimiento.

– Exactamente. Es cada vez más evidente que la literatura hebrea primitiva, es decir, también la Biblia y el Antiguo Testamento, ha de leerse como parte de la primitiva historia cultural y religiosa oriental.

Poco a poco Chris comprendía lo que la científica le estaba esclareciendo. Para él mismo podía carecer de importancia. Sin embargo, no le costó imaginarse que estos descubrimientos no les iban a gustar de ninguna de las maneras a los adeptos más acérrimos de la Biblia.

– Textos comparativos procedentes de Mesopotamia y Egipto, del Imperio Hitita y Ugarit [39], muchos de ellos conocidos desde hacía tiempo, son entendidos cada vez mejor desde un punto de vista científico. Conceptos y argumentos del Antiguo Testamento, hipótesis sociales, incluso conceptos divinos del antiguo Israel son inconcebibles hoy en día sin analogía. Y ahora se puede leer, para una mayor corroboración, en las tablillas más antiguas que se han encontrado jamás, la confirmación. Este descubrimiento constituye prácticamente la victoria de la Ciencia sobre la Religión.

Capítulo 22

Berlín, viernes

En ese preciso instante entró la parejita de los trajes de motorista por el pasillo.

«Todavía continúan detrás de nosotros y ni siquiera se fijan en las rayas», pensó Chris, cuando ambos desaparecieron de nuevo más adelante. No se detuvieron delante de las rayas, cuando todo el mundo se fijaba en ellos. Una de las atracciones principales no mereció ni un segundo de su atención.

¿Se trataría de una coincidencia?

¿Iba directo a la boca del lobo? ¿Era la profesora realmente quien decía ser?

Hubieran podido correr de nuevo hacia la entrada y abandonar desde allí el Sealife. Sin embargo, en el caso de que efectivamente les hubieran estado persiguiendo, los otros habrían sabido entonces que él les había descubierto. No había una sola persona que utilizara la entrada para salir. Posiblemente habían reforzado la entrada detrás de él. Al menos eso habría hecho él.

Finalmente tomó la decisión de seguir adelante. Para averiguar si les estaban persiguiendo realmente, debía continuar siguiéndoles el juego.

– ¡Vamos!

– Ya era hora -espetó Ramona Söllner cuando despegó su mirada de las rayas.

Chris continuó paseando a través de las oscuras estancias y se paró brevemente en la última habitación, en cuyos acuarios, diferentes hipocampos realizaban sus descensos con maestría ayudándose de su cola para finalmente ascender de nuevo.

A continuación pasaron a la tienda contigua a través de una barrera. La parejita de los trajes de motorista se encontraba en esos momentos de pie delante de un expositor metálico con peces hinchables de plástico. Chris pasó por delante de ellos y accedió al exterior.

Delante de ellos, un pasaje de prácticamente veinte metros de ancho interrumpía el complejo de edificios que continuaba por el lado opuesto. El pasaje estaba repleto, con mesas y sillas de dos cafeterías.

– Debemos girar hacia la derecha, si queremos llegar hasta mi coche -dijo la científica.

Él giró la cabeza. La parejita acababa de entrar detrás de ellos en el pasaje.

– ¡Aún no! -gruñó Chris.

Una familia se abrió paso delante de ellos y accedió al edificio por el lado opuesto a través de una opaca puerta corredera.

«Una última ronda de inspección», pensó Chris y continuó tras los pasos de la familia.

En el interior, el camino les llevó primero en dirección a un restaurante antes de acceder, después de unos pocos metros, a la auténtica estancia principal.

El gigantesco pabellón cuadrado y techado medía, según estimaba Chris, en torno a unos cuarenta metros de alto. Sus paredes con las simétricas ventanas transmitían la sensación de estar dentro de un patio abovedado.

En el centro del pabellón se alzaba hacia las alturas, sobre una columna.de casi diez metros de altura, un majestuoso y redondo cilindro de más de veinte metros. Parecía como si en el suelo del pabellón hubiera anclado verticalmente un helado en su palo.