Выбрать главу

Entre ellos y sus perseguidores se encontraba tan solo un matrimonio mayor y un hombre joven, quien se estaba aferrando con las manos fuertemente a la baranda de las escaleras sin dar un solo paso, por mucho que le empujara uno de los perseguidores. El joven muchacho se volvía incluso más recio en cada ocasión en la que el del mostacho quería abrirse camino a su lado.

– Ahora, cuando lleguemos arriba, caminen por el puente y tomen a continuación el otro ascensor para descender de nuevo. Les damos las gracias por su visita.

Chris soltó a la científica y se bajó la mochila del hombro. Se inclinó ligeramente hacia adelante para que cualquier mirada curiosa no pudiera ver el contenido de la mochila. A continuación abrió la cremallera con dedos diligentes y comenzó a registrar el interior. Primero se topó con los contenedores de plástico con las tablillas de arcilla, pero al fin pudo sentir el metal.

Sacó la pistola de la marca Korth, que perteneció a Rizzi, y la deslizó debajo del dobladillo del pantalón. El frío acero del arma tranquilizaba sus nervios. Ya no se sentía tan vulnerable.

El ascensor se detuvo con mucha suavidad y la puerta superior hacia el puente se abrió deslizándose.

– ¡Papá, ese señor lleva una pistola!

Chris calculó en no más de cinco o seis años la edad del niño, quien se encontraba de pie y un peldaño por encima al lado de su padre y que le estaba escudriñando con total indiscreción. El padre del niño miró a Chris primero sorprendido, pero a continuación totalmente espantado.

– ¡Corred! ¡Venga, corred! -les gritó a su mujer y a su hija que se encontraban otro peldaño aún más arriba-. ¡Moveos! ¡Lleva de verdad un arma!

De repente gritaba todo el mundo. Cuando ya no se pudo avanzar, los gritos de pánico se hicieron incluso más fuertes. Chris elevó la mirada en dirección a la salida. Allí se encontraba la parejita bloqueando el camino. Sin embargo, la presión pujante de los pasajeros se hizo tan fuerte, que los dos tuvieron que apartarse hacia un lado. La familia que había estado al lado de Chris se apresuraba en ascender los últimos peldaños y desapareció por el puente.

Chris recibió dos golpes en la espalda. El matrimonio mayor detrás de él intentaba abrirse paso sin miramiento alguno.

– ¡Manténgase cerca, detrás de mí! -le ordenó a la profesora mientras subía a toda prisa los peldaños. Delante de él la parejita se colocó de súbito en su camino. Chris se abalanzó directamente hacia la mujer; ella resistiría menos su peso que el hombre.

Sus cuerpos chocaron el uno con el otro y Chris pudo sentir sus blandos pechos. En ese mismo instante, un horrible dolor recorrió la zona derecha de sus riñones.

Chris permaneció un momento ciego de dolor durante los instantes en los que se precipitaba con la mujer al suelo. Él giró la cabeza, y los afilados dientes de ella se hundieron en su oreja izquierda causándole un terrible dolor. Desde arriba cayó un puño, golpeándole en la parte superior de la sien y desplazando su cabeza hacia abajo, que sacudió finalmente el tabique nasal de la mujer. La joven soltó un alarido debajo de él.

Chris pegó un respingo y endureció la mano derecha. Con ayuda del brazo izquierdo bloqueó otro golpe posterior. A continuación, el canto de su mano le asestó un golpe en la parte izquierda del cuello de su contrincante masculino, que se derrumbó sin soltar un solo ruido.

Chris saltó al puente.

– ¡Venga! ¡Vamos! -gritaba al mismo tiempo que Ramona Söllner le seguía a trompicones.

Abajo en el pabellón, los visitantes asomaban la cabeza, pues el griterío les llegaba amplificado en forma de eco desde el mismo tejado del pabellón.

Delante de ellos corría la familia por la pasarela del puente. El padre no cesaba en sus gritos mientras tiraba del niño. Chris corrió hasta el centro de la pasarela y comenzó a remolinarse.

Detrás de él, el tipo con aspecto de personaje de lucha libre saltó sobre el puente y cayó de rodillas. Su mano derecha se alzó hacia arriba con el cañón del arma apuntando a Chris.

– ¡Agáchese! -gritó Chris a Ramona Söllner, que se precipitaba delante de él-. ¡Al suelo!

Chris se lanzó hacia la derecha y se desplomó sobre la base opalina del puente. Detrás de él, Ramona Söllner hizo lo propio, arrojándose al suelo.

La bala pasó silbando sobre la cabeza de Chris.

Este comenzó a disparar. El Korth vibraba en su mano y el disparo azotaba el pabellón a su paso, golpeando la estructura metálica del puente y provocando que el proyectil rebotara perdido zumbando de un lado para otro.

Todavía en el puente y detrás del tirador acababa de tropezar el matrimonio mayor. La mujer chocó contra el tirador arrodillado y se precipitó sobre él, provocando que su marido, que la agarraba, cayera junto a ella.

Entre tanto el del mostacho, quien había pasado al puente detrás del anciano matrimonio, contaba ahora con una zona libre de tiro.

Chris soltó de nuevo el gatillo de su Korth.

El del mostacho alzó de repente los brazos. La bala impactó en la parte superior de su pecho, haciéndole tropezar hacia atrás para desaparecer del puente.

Chris se levantó de un salto y se dirigió corriendo hacia la cabina del ascensor.

El perseguidor con la figura de luchador apartó hacia un lado a los dos mayores, que se encontraban echados a su lado. Chris le asestó con la empuñadura de la pistola varios golpes en la cabeza hasta hacer que el tipo se desplomara de nuevo. Apresurado, Chris continuó corriendo y miró dentro de la cabina del ascensor. La parejita se encontraba tendida e inconsciente, entrelazada entre sí, como dos motas tambaleantes.

El herido de bala tropezaba al lado de la cabina del ascensor, al borde del acuario, aferrándose finalmente a las escaleras que utilizaban los buceadores para penetrar en el agua. Arriba, en la parte del pecho, la camisa estaba totalmente bañada en sangre. La mancha crecía como un capullo en flor. Instantes más tarde, el hombre se tambaleaba y sus manos se escurrieron del pasamano, cayendo de cabeza al acuario. El agua salpicó. Sus piernas pataleaban como imágenes a cámara lenta; después abrió las manos y la pistola cayó hasta el fondo.

Desde más abajo, uno de los buceadores nadó dirigiéndose hacia el hombre hasta alcanzar el agitado cuerpo. Los dos hombres estaban rodeados por hilillos flotantes de sangre, que se convirtieron más tarde en un velo, mezclándose cada vez más con el agua, tiñéndola de rosa mate alrededor de sus cuerpos.

Los hombres se enzarzaron el uno con el otro como si estuvieran practicando lucha libre. El buceador intentó liberarse de nuevo, pues saltaba a la vista que el herido de bala no se percataba de que le quería ayudar.

Mientras tanto, los dos iban descendiendo lentamente cada vez más. Los aleteos del buceador no eran suficientes para reflotar ambos cuerpos hacia la superficie. Continuaron luchando, contorsionándose como serpientes durante su juego amoroso.

De pronto apareció la sacudida de un deslumbrante relámpago blanco.

El agua se precipitaba en todas las direcciones y una nube de burbujas remolineaba alrededor de los cuerpos. Trozos de carne, masa muscular e intestinos humanos salieron disparados por el agua. La sangre manaba de los cuerpos despedazados a borbotones como en una estación de bombeo.

Conmocionado, Chris no pudo apartar la vista del agua que se estaba tornando rojo oscuro en el lugar de la explosión. «Una granada de mano», le vino de súbito a la memoria. El tipo había prendido una granada de mano.

En el siguiente instante estalló con un estruendo la pared del acuario. El peculiar sonido crujiente del cristal acrílico al desintegrarse era amplificado por las paredes del pabellón.