Cuanto más hablaba, mayor tensión perdía. La necesidad de concentrarse en algo conocido y cercano le ayudaba a superar el sangriento impacto.
– ¿Cómo se ha topado entonces con la caja de los fragmentos?
– Desde hace algún tiempo hemos estado preparando una exposición sobre Koldewey, la cual se mostrará en el museo con motivo de su ciento cincuenta aniversario. Por esta razón estuvimos registrando durante los últimos años los depósitos y hemos repasado y catalogado los archivos. Después llegó la oferta de Forster. Por la copia, no nos dimos cuenta en un principio que el texto había sido escrito hacía tiempo.
– ¿Y eso?
– La traducción de los textos de las tablillas fue escrita a máquina. Por eso era difícil reconocer que el texto hubiera sido escrito hacía decenios. Parece ser que Forster copió partes de una antigua traducción. Por desgracia, la copia no está completa. El texto se interrumpe hacia la mitad.
– Y por eso quiere ver primero todas las tablillas, para saber si son tan interesantes como aquellas de las que conoce el texto.
– En efecto. En cualquier caso, con ayuda del fragmento de Forster, pudimos buscar de forma concreta, ordenar los fragmentos y catalogar de nuevo lo que había permanecido inadvertido. Se trataba solo de trabajar con esmero para toparse con los indicios que pudieran arrojar un poco de luz sobre un antiguo proceso.
– Pero la copia completa de los años veinte no la tiene -resumió Chris.
– No. Ha desaparecido.
– ¿Y tampoco está en los archivos de la Iglesia?
– No; al menos que yo sepa.
– En realidad, no es algo que sea de mi incumbencia -advertía Chris-. ¿Qué hay del dinero?
– ¿Qué hay de las tablillas? Usted no las llevará todas en su mochila.
– Podemos cerrar el trato perfectamente dentro de dos horas. Yo le muestro las tablillas, usted me da el dinero.
Ella acabó alterándose de forma incontrolada.
– ¡Su avaricia por el dinero es una cosa, pero otra muy distinta los hechos! ¡No creerá que vaya de paseo con tal cantidad por Berlín! ¡Y mucho menos aún sin saber qué es lo que me van a dar a cambio!
– Pronto lo sabrá. ¿Quiere o no quiere?
– Si las demás tablillas contienen lo que las ya mostradas aseguran, entonces mantengo el trato. Brandau espera mi llamada, entonces tendrá el dinero.
– Esta misma noche -insistía Chris.
– Como acabo de decirle… esta misma noche.
– De repente le ha entrado prisa.
Ramona Söllner levantó las manos.
– Las antigüedades deben protegerse ante locos como usted o aquellos que nos han asaltado. Esa es la única razón por la que aún estoy aquí.
Chris meneaba la cabeza.
– Usted miente -dijo él enfadado-. El mundo entero parece de pronto estar compuesto solo por samaritanos. ¡Reconozca de una vez que está deseando tener en su poder las tablillas! Esta oportunidad es única. La mayoría de los científicos sueñan toda su vida con una ocasión así. Así que no me reproche que sea sincero con usted.
Durante un rato reinó un frío silencio, pero a continuación ella carraspeó.
– Está bien… quiero comprobarlas, investigarlas, escribir sobre ellas. ¡Sí, maldita sea, es verdad! Se trata de una ocasión única que seguramente no volverá a repetirse. ¿Satisfecho?
– Ahora sí -gruñó Chris divertido-. Ahora se las mostraré -anunció Chris a la vez que encendió el motor.
– Sin embargo tengo otra pregunta: ¿realmente dispone usted de la potestad legal para disponer de estos objetos?
– He cerrado un contrato de compraventa -Chris sabía perfectamente lo que ella tenía en mente. En el caso de que no cuajara el trato, ella se retiraría y jugaría el papel de inocente que no sabía nada del asunto.
– ¿Y en sus manos no hay sangre?
Chris soltó una atronadora carcajada.
– Si acaba de presenciarlo… ¿Ya se ha olvidado? Solo me he defendido. Ya que estamos en ello… ¿y en las suyas?
– ¿Está usted loco?
– ¿Qué le ha ocurrido a su gesto de buena voluntad? -preguntó él.
Ella vacilaba durante un momento.
– Nuestra causa no dispone de tantos medios como nos gustaría. Por eso Brandau, después de que Forster hubiera realizado su oferta, procuró un mecenas que aportara el dinero. Las antigüedades pasarán a ser de su propiedad, pero serán cedidas al museo de forma permanente.
– Me parece muy bien que disponga de un nuevo mecenas. ¿Un segundo Simon?
– No tiene ni idea de cómo funciona esto hoy en día. A nosotros nos apoyan personas privadas y empresas, pero nunca es suficiente. ¿Sabe usted lo que vale la cultura?
– Ahora entiendo de dónde sacó tanto dinero en metálico. Empezaba a desconfiar. ¿De quién se trata?
– Un editor. Un hombre muy cercano a la Iglesia.
– Ah, entonces Brandau es su vigilante. Ahora lo entiendo -Chris sonreía satisfecho.
– Este hombre se interesa sobre todo en los hallazgos procedentes de Oriente Próximo. Nos apoya tanto a nosotros, como el Louvre o el Museo Británico. Está como loco detrás de cualquier nuevo hallazgo arqueológico y resultado de investigación.
– ¿Todavía continúan excavando?
– Pues claro. En la actualidad es bastante peligroso, pero hemos estado realizando excavaciones durante las últimas décadas, aunque con interrupciones.
– ¿Por qué muestra este hombre tanto interés por los hallazgos arqueológicos?
– El es muy creyente. Edita escritos eclesiásticos y además, por lo que sé, forma parte de una orden de la Iglesia.
– ¿Podría estar él detrás del asalto?
– ¡Menudas ideas tiene usted! -Ramona Söllner meneaba la cabeza-. Este hombre no va a darnos primero el dinero para luego asaltarnos.
Chris maniobraba el coche fuera de su plaza de aparcamiento. Habían estado esperando más de una hora.
– Ahora le mostraré todas las tablillas. Tenemos que ir hasta el distrito de Wilmersdorf.
La calle se veía de pronto muy animada. En cualquier lugar había masas de gente que disfrutaban de la cálida noche y ocupaban los bares y las cafeterías.
– Menudo ambiente -comentó él.
– Nos encontramos en la calle Oranienburger Straße. Más adelante, en el cruce, lo mejor será que vaya hacia la derecha, y a continuación de nuevo hacia la izquierda.
– ¿Adónde llegaremos después?
– A la nueva Babilonia de esta ciudad.
Él obedecía sus instrucciones.
– ¿Ha estudiado usted con detenimiento los fragmentos del texto?
– Por supuesto -contestó Ramona Söllner mientras miraba irritada a Chris.
– Cuénteme entonces, por favor, algo sobre los huesos. ¿Qué le ha contado Forster sobre ellos? ¿Qué es lo que cuentan de ellos los textos?
La profesora arrancó divertida una risotada.
– ¿Huesos? Yo no sé nada de ningún hueso. Es la primera vez que escucho mención alguna.
– ¿Quizás pone algo de los huesos en la traducción?
Ella comenzó a reflexionar sobre ello durante un buen rato.
– Es verdad… Nabucodonosor dice en sus tablillas, siempre y cuando sea cierto el contenido de la copia, que había conquistado Kish y trasladado los objetos sagrados del gran templo de Ninurta, en Kish, a Babilonia. Que había unificado de nuevo el reino y llevado consigo los huesos del pastor procedentes del templo de Ninurta.
– ¿Quién es Ninurta?
Chris se encogió y comenzó a tocar el claxon como loco, cuando le adelantó a toda velocidad un coche en la estrecha calle Chausseestraße, que estaba en obras.
Ramona Söllner aguardó a responder hasta que él hubo terminado con sus juramentos.
– Ninurta era el dios de la ciudad de Kish, como lo fue Marduk para Babilonia. En aquellos tiempos, el universo mitológico de los dioses era muy amplio y diverso. Para todo había un dios diferente. Y por otro lado, un mismo dios podía reunir muchas cosas en sí. Ninurta es en el universo mitológico de la historia sumeria el dios de la ciudad, la guerra, la fertilidad, la vegetación, hijo del dios del viento, hijo de Enlil y también emisario divino. Otras fuentes dicen que en él surgió Zababa, el dios de la ciudad de Kish. Ninurta trasladó el reino después del Diluvio Universal a Kish. Así aparece escrito en una tablilla.