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El perseguidor elevó la mano derecha con el arma y entonces agarró con la izquierda la larga melena de la científica.

Capítulo 25

Berlín, tarde del viernes

El hombre tiró de su cabello hasta situar la cabeza en la nuca y curvar la parte superior de su cuerpo como un arco. A continuación, posó el cañón de la pistola en la carótida de su cuello.

¡Tira tu arma y ven aquí!

Les separaban diez pasos.

– No disimules. ¡Ella forma parte de vosotros! -Chris no se movía.

– ¡Que vengas de una vez! ¡Que le pego un tiro! ¡Vamos! ¡Tira el arma!

«Nunca tirar el arma. Se pueden alzar los brazos, ¡pero manteniendo el arma siempre en la mano!».

Chris adelantó lentamente el pie derecho, haciendo a continuación lo mismo con el izquierdo casi a ralentí. El asesino tiraba aún con mayor rabia del cabello de la científica. Ella permanecía arrodillada mientras rodeaba con sus manos el antebrazo de su captor.

– ¡Tira el arma!

Chris meneaba la cabeza e hizo de nuevo un lento paso hacia delante. Gritos de pavor retumbaban desde la calle en la que se iban acumulando los coches. Entre tanto, ellos interpretaban su mortal papel a la intemperie en un escenario improvisado.

El hombre realizó un ligero movimiento con la cabeza hacia un lado, echando una ojeada desde la comisura de los ojos en dirección al lugar del accidente, donde se encontraban atrapados los demás perseguidores entre el amasijo de coches atrapados.

Habían transcurrido tan solo unos segundos, pero se estaban grabando a fuego como una eternidad en la memoria de Chris.

De nuevo dio otro paso más, después permaneció quieto y esperó. Había que ganar tiempo. Siempre había ocasión para un despiste. En algún momento. Debía aguantar hasta entonces. Y tener un poco de suerte.

Entre el amasijo de coches encallados surgió de pronto un estrepitoso disparo, y el asesino miró instintivamente hacia atrás. La mano derecha de Chris cayó con el Korth como por sí sola hacia abajo. A través de un fluido movimiento, el cañón del arma se desplazó apuntando a su diana. En ese preciso instante su dedo superó la resistencia del gatillo y el cañón del Korth se desplazó, debido al retroceso, de nuevo ligeramente hacia arriba. La bala penetró por la parte izquierda de la cabeza y por encima del oído en el cráneo del asesino.

El arma salió despedida del cuello de la científica en dirección a Chris. El disparo había arrancado esquirlas del asfalto y pocos instantes después se derrumbó el asesino con la mano aún aferrada en el cabello de la científica. Después de eso, la profesora se hundió en el asfalto al lado de su captor.

Chris aprisionó la muñeca del asesino con el pie izquierdo y le quitó el arma lanzándola hacia un lado. A continuación separó los dedos de la melena de Ramona Söllner y tiró de su brazo hacia arriba.

Era ligera como una pluma, como si su cuerpo careciera de peso alguno. Sollozando caminó a trompicones detrás de él.

– ¡Vamos! ¡Venga! ¡Continúe! ¡Siempre adelante!

– ¡No puedo más! -ella cayó de bruces. Chris se detuvo y tiró de ella nuevamente hacia arriba. Sin embargo, ella gritó y comenzó a insultarle.

El se apresuró con ella hasta el siguiente cruce de caminos, y se desviaron hacia la izquierda. Varias vallas altas y metálicas obstruían la futura salida en dirección al soterramiento de la calzada norte-sur de todo el barrio del gobierno.

«Hay que salir de la calle -pensó Chris-. ¡Hay que salir de la avenida principal!».

De repente se toparon con un acceso situado en el lado izquierdo, que limitaba por detrás de una valla con un barracón y por delante con una casa particular. Chris corrió sobre los adoquines. ¡Había que salir de la calle como fuera!

Tras recorrer cien metros, el acceso finalizaba delante de una casa.

«Oficina de proyectos…», leyó Chris. Los dos corrieron sobre un estrecho camino por el frente de la casa y se encontraron de pronto delante de una gran superficie arenosa en cuyo centro sobresalían pilares de hormigón, que les llegaban hasta la cintura.

– ¡Estamos al descubierto! -A pesar de ello no podían dar marcha atrás. Detrás de ellos, por la entrada, salía rodando un coche oscuro-. ¿Qué es eso? -gritó Chris.

– No lo sé… quizás…

Él lo adivinaba. No podía confundirse.

Comenzaron a hundirse hasta los tobillos en la fina arena.

Se encontraban a treinta metros detrás de él y la científica, e iban acortando la distancia por momentos. Dos balas pasaron zumbando como dos maliciosos avispones delante de su cabeza.

Por fin alcanzaron el armazón de hormigón y Chris pudo observar la enorme abertura. Debajo de él, ocho vías ferroviarias procedentes del norte se arrastraban hacia el interior de la nueva estación ferroviaria principal de Berlín.

Comenzaron a descender a toda prisa las estrechas escaleras de hormigón en dirección a las vías, y se desviaron a continuación a la izquierda. Delante de ellos, una boca de tiburón semicircular devoraba las vías.

– ¡Yo ya no puedo más! -vociferaba Ramona Söllner y se detuvo jadeante de pie en las vías y con la mirada fija en la gigantesca abertura. La marcha a través de la profunda arena le había limado las últimas fuerzas que le quedaban en las piernas.

– ¡Venga! ¡Vamos! ¡Venga!

A pocos centímetros de la profesora saltaron varias chispas, cuando una bala perdida salió rebotada zumbando del travesaño de acero al impactar en la vía.

El tirador, situado más arriba, disparó de nuevo desde el armazón de hormigón. Iban persiguiéndolos a toda velocidad hacia los túneles, saltando de las vías del tren al andén.

Después de pocos metros, el escenario cambió por completo. En lugar de correr sobre mármol procedente de canteras chinas, lo hicieron sobre el desnudo hormigón. Las paredes estaban cubiertas de azulejos solo hasta la mitad de su altura total. Al lado de ellos se erguían los andamios con sus estrechos tablones hasta el mismo techo.

A pesar de que no había nadie a la vista, el ruido de los trabajos no cesaba de retumbar por toda la obra. En las profundidades de la caverna de mamut se trabajaba día y noche. Transcurridos nueve años, este monumento al arte moderno de la construcción debería estar concluido finalmente.

El ruido de los trabajos parecía provenir de todas direcciones. Golpes de martillo retumbaban desde lejos, una sierra eléctrica comenzó a chirriar, y desde la penumbra llegaban ondeando fragmentos de soeces juramentos. A continuación se entremezclaban diferentes canturreos con el ruido de la obra. Chris se sentía como en una catedral. El armazón de la obra creaba un majestuoso espacio de resonancia.

Los dos subieron corriendo por unas escaleras de hormigón hasta la siguiente planta donde, desde un rellano, Chris echó la mirada atrás.

En la oscuridad de la planta baja se percibían de forma fantasmagórica los movimientos del primer perseguidor.

De repente, Ramona Söllner soltó un grito, derrumbándose a continuación.

Chris se arrojó a su lado en el hormigón con su cabeza a los pies de ella. Ella tenía un sangrante rasguño en la nalga. La piel y la carne habían sido arrancadas por la bala. «¡No se había escuchado el disparo! El silenciador», reflexionó Chris.

– ¡Me han dado! -ella jadeaba, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

– ¡Se trata solo de un tiro de refilón! No es grave. ¡Vamos!

Ella permaneció tendida sobre el grisáceo hormigón sin moverse.

– ¡No podemos quedarnos aquí! -Chris mantenía los ojos fijos hacia abajo en las escaleras.

El perseguidor penetró titubeando de entre la penumbra que le protegía de camino al primer escalón.

– Vamos, hijo de puta -gruñó Chris mientras elevaba el brazo para el disparo. El hombre sufrió una sacudida que le lanzó hacia atrás y desapareció detrás de un gigantesco pilar de hormigón-. ¡Aquí estamos al descubierto!