De pronto comenzó a escuchar el rechinar de cristal por el peso de unas pesadas botas. Detrás de ellos se acercaba riéndose un grupo de trabajadores que bajaban por las escaleras. De repente callaron un instante y comenzaron a hablar excitados entre ellos.
Chris metió apresurado el arma en la cintura del pantalón mientras los obreros formaban un círculo y comenzaban a gesticular como locos. Olían a hormigón y mortero. «¿Españoles? ¿Portugueses?». Chris se irguió entre el grupo de obreros. Su círculo constituía una protección perfecta. Ayudó a levantarse a la científica.
– Se ha caído -dijo él y apuntó hacia el rasguño ensangrentado de la pierna-. I'm collecting news for newspapers! I am a reporter! -explicaba Chris en inglés y comenzó a sonreír sonrojado mientras se abría camino entre los hombres, quienes gesticulaban indecisos. Sentía varias manos en los hombros que querían detenerle-. I'm looking for a good story! -El apuntaba en dirección al pabellón y continuaba encaminándose hacia delante, empujando a la científica consigo para salir del círculo.
Uno de los obreros farfullaba fastidiado algo entre dientes mientras continuaba bajando por las escaleras. La aglomeración de hombres se disolvió y Chris continuó subiendo rápido por las escaleras con la científica. De súbito retumbaron de nuevo voces desde el extremo inferior de las escaleras, lugar en el que los obreros se toparon con los perseguidores.
Los dos culminaron en la siguiente planta. El pabellón estaba totalmente vacío y no ofrecía ningún tipo de protección. Desde las profundidades de las vías del tren en la planta más baja se alzaban andamios hasta el mismo techo del pabellón, a bastante altura sobre sus cabezas. Los andamios estaban cubiertos con lonas claras de plástico.
– ¡Tenemos que ir más arriba! -Chris corrió por el próximo rellano hacia las siguientes escaleras. Ramona Söllner, que hacía un instante estaba todavía a su lado, se estaba quedando atrás. Sin más, se tambaleó hacia un lado.
Mientras continuaba adelante, él miró de soslayo por encima del hombro. Detrás de ellos, dos de los perseguidores continuaban al acecho subiendo a todo trapo por las escaleras y el rellano. Uno de ellos llevaba una cinta en la frente con la que dominaba su rubia melena, mientras el corte a cepillo del otro reforzaba de manera peculiar, aún más, la forma oval de su cabeza.
Ramona Söllner corrió describiendo un arco, como cuando un planeta acaba de abandonar su órbita.
Chris le seguía extrañado con la mirada. «¿Por qué…? ¡Maldita sea!». Una pequeña mancha apareció como un antojo en el espacio entre los omóplatos sobre su top de color crema. La mancha brotó, haciéndose más grande con rapidez. Pero de repente apareció otra mancha, un poco más abajo y desviado a la derecha con respecto a la primera. Su cuerpo se encabritó y sus brazos volaron separándose ampliamente.
Impotente, Chris clavó las uñas de su mano izquierda en las correas de la mochila que llevaba colgada al hombro.
Ella cayó a trompicones hacia delante, penetrando en el vacío del pozo de las vías y golpeándose a continuación contra la lona de los andamios.
Sus dedos ni siquiera intentaron agarrarse a la lona de plástico. La lona se hundió y a continuación catapultó su cuerpo como si de un trampolín vertical se tratara. Ramona Söllner caía sin emitir un solo ruido a las profundidades.
– Estamos cerca. Dentro de poco le cogeremos -la voz de Colin Glaser retumbaba con frialdad a través del altavoz.
Justin Barry respiró hondo. No podía repetirse el fiasco. A estas alturas podían llenar una sala completa de cadáveres, si incluía la debacle de la autopista.
No importaba. Lo único realmente importante eran las antigüedades. Barry iba acompañado del equipo que había asaltado el transporte de Forster para el Louvre, porque supuso que las reliquias continuaban viajando con destino a Berlín. Y tuvo razón. La llamada de Rizzi a Ramona Söllner le había devuelto las posibilidades de ganar la partida. Brandau había transmitido de inmediato la información, y Marvin aguardaba impaciente un resultado positivo.
Pero las cosas casi se torcieron de nuevo. Habían perdido de vista al cerdo en el aparcamiento subterráneo y le habían encontrado nuevamente después de buscarlo largo rato. El transmisor sencillamente dejó de enviar la señal durante un prolongado espacio de tiempo. Y eso que sus medios técnicos eran de los más modernos. Brandau tuvo que cometer algún error cuando le coló el transmisor al cerdo en el restaurante, pues el sacerdote se había mostrado muy nervioso.
Barry permaneció con su vehículo en la pequeña entrada delante del edificio con el cartel «Oficina de proyectos». De esta forma estaba suficientemente lejos del caos procedente de la calle de al lado. Allí llegaron los primeros coches de policía, pero sus hombres se habían esfumado hacía ya tiempo.
Barry saltó del coche.
– Ahora vamos a ir allí adentro e iremos por él.
Chris vio cómo caía al abismo.
El perseguidor se encontraba apenas a veinte pasos detrás de él. El asesino con la cinta en la frente corrió en dirección al abismo, el otro permanecía con las piernas separadas en el pabellón con los brazos bien estirados, sujetando la pistola con ambas manos para el disparo final.
Chris sacó de golpe el arma de la cintura del pantalón mientras corría, y se tiró de forma oblicua hacia delante. Se dejó caer de golpe en el hormigón dejándose rodar mientras tiraba del gatillo del Korth. El estruendo del disparo salió lanzado como un estrepitoso eco a través del pabellón.
El de la cabeza oval cayó hacia atrás activando con ello el gatillo una y otra vez. A pesar del fuego permanente no se escuchó ni un solo ruido, el silenciador se tragó cualquier ruido procedente de los disparos.
El rubiales escuchó el disparo de Chris y apartó la mirada del abismo. Cuando vio caer a su compañero, salió como una centella.
Chris se lanzó escaleras arriba. En la siguiente planta, a unos veinte pasos de distancia, un trabajador empujaba una carretilla a través de un laberinto.
En todos los lados había apilados materiales de construcción: tablas para encofrar, material de embalaje, paneles de poliestireno, montones de piedra y escombros; todo permanecía apilado y desordenado alcanzando en ocasiones la altura de un hombre; en otras, la de las rodillas. La rueda de la carretilla chirriaba con cada rotación.
El obrero llevaba unas abultadas orejeras protectoras contra el ruido en los oídos, y se detuvo al otro lado del paisaje de escombros en un cuadrado vallado en cuyo interior se encontraba un contenedor de metal. El espacio delante del contenedor estaba repleto de cubos, sacos de mortero, restos de madera y piedras. Al lado había una fila de garrafas azules de plástico.
El obrero pescó una llave del bolsillo y abrió el candado de la cadena. A continuación separó dos vallas de metal, empujó la carretilla dentro del cuadrado y depositó cuatro de las garrafas en la carretilla.
Chris se acercó hacia el hombre, serpenteando los montones de materiales de construcción. Su meta era alcanzar las siguientes escaleras, las cuales estaban situadas a la izquierda del cuadrado vallado y le conducirían más arriba.
A la derecha del vallado metálico, un ancho corredor llevaba hacia un amplio y desierto pabellón. En el centro del corredor había una barrera de dos metros de ancho de sacos de cemento amontonados hasta la altura de las caderas, donde finalizaba el paisaje de escombros.
El obrero empujó la carretilla de nuevo a través de la valla de metal hacia fuera, juntó las vallas y cerró de nuevo el almacén con el candado.
De repente aparecieron dos hombres de pie en el corredor. Uno era zurdo; la cicatriz debajo de su ojo izquierdo desfiguraba su cara. El otro portaba en la cabeza una gorra de béisbol cuya visera caía en la nuca.