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Y por otro lado, estaban los otros: los que vivían a la sombra de los poderosos. Acompañantes de toda índole; a modo de adorno y complemento.

Chris se acordó de los coches de lujo en el aparcamiento. Aquí se hallaba una especie de El Dorado para su pequeña empresa logística. Si era lo suficientemente hábil, podría poner la semilla para uno que otro encargo.

Scharff le colocó junto con él delante del micrófono.

– ¡Escuchad! -gritó Scharff al micrófono, interrumpiéndose de golpe la música-. Acaba de llegar mi personalísima sorpresa -se giró hacia Zarrenthin-. Usted lleva ahí dos cajitas: nuestro tesoro de hoy. ¿De dónde acaba de regresar?

– Buenas noches -saludó Chris Zarrenthin tranquilamente al micrófono-. Soy Chris Zarrenthin, de Logística Zarrenthin, y su agente para los transportes especiales, valiosos y más discretos. Tanto a nivel privado como empresarial…

– Creo que ya basta de publicidad -gruñía Scharff a su lado.

– … Y acabo de volver del Caribe.

Hizo una pausa con una sonrisa triunfal en los labios.

Chris encontraba la situación un poco ridícula, pero si su cliente así lo deseaba, pues entonces se prestaría al juego. Era dinero fácil.

Chris entregó los dos pequeños paquetes, y de inmediato aparecieron dos camareros que se los cogieron a Scharff.

Sobre una pequeña mesa, que apareció como por arte de magia, rompieron los camareros el papel alrededor de los pequeños paquetes y abrieron sus sellos.

Scharff escudriñaba cada unos de los movimientos de las manos de los camareros, exigiéndoles embargado por la impaciencia, que le devolvieran una de las cajas.

Con una sonrisa de oreja a oreja giró hacia el micrófono.

– Como ya saben, soy un amante y fumador empedernido de puros. Y con motivo de la fiesta de hoy, he hecho que trajeran un auténtico puro de la victoria.

Scharff abrió la caja y sacó un puro. Se trataba de un "Corona Grande" [8], grueso y largo.

La tripa estaba compuesta por cinco hojas de tabaco; la sexta, la que cubría todo el puro, era especialmente lisa y suave. Para la capa, a modo de segunda piel, se enrolaba una hoja prieta, es decir, solo las hojas de tabaco más caras y finas.

– ¿Habano? -gritó fuerte una voz en dirección al murmullo festivo, mientras Scharff olía el puro, inhalando con regocijo su fragancia de un modo visible.

– Díselo -le gruñó Scharff a Chris a la par que disfrutaba de la fragancia del puro.

– Santiago de los Caballeros -anunció Chris.

– ¡Pero si eso se sitúa en la República Dominicana!

– Correcto.

– De segunda clase entonces -la voz del hombre sonaba arrogante y cargada de desdén.

Chris calculó la edad del hombre del grito en unos cuarenta y cinco años. Dos bellezas femeninas lo enmarcaban, y sus manos rodeaban las cinturas de las mujeres que se reían divertidas entre dientes.

– No hay nada superior a un habano. Acaba de hacer una entrega de segunda clase. Y eso en todo caso… esperemos que no se trate de hojas plataneras -el hombre no cabía en sí de regocijo-. O quizás se trate de un Davidof escrito con una sola «f», que compró en la playa. ¡Por Dios, Scharff!

Risas a carcajada limpia rebotaban en Chris. Las dos mujeres que ceñían al hombre, se estaban tronchando de la risa.

– ¡Mierda! -espetó Scharff, mientras sonreía de oreja a oreja y le ordenaba con un gesto a uno de los camareros que cesara en recortar el puro-. Se trata de uno de mis socios de negocio más importantes. Hubert Schuster. Infinitamente rico e influyente. No tiene ni idea de nada, pero eso no se le debe demostrar.

«¡Menudo fantoche! -le pasó a Chris por la cabeza-. Estoy agotado, llevo desde hace no sé cuánto tiempo de viaje para venir aquí: ¿para dejarme ridiculizar?».

– Seguramente se trata sólo de dinero heredado. Nada que haya conseguido por su propio trabajo, ¿verdad? -murmuró de forma mordaz.

De repente sintió un cosquilleo en la nuca, directamente debajo del nacimiento del cabello. Conocía este cosquilleo. Se trataba de una señal de alerta que no le había abandonado nunca. Su problema era que, en ocasiones, lo ignoraba.

En esos momentos, solía odiar su trabajo. Se sentía como un limpiabotas; desdeñado, el hazmerreír para aquellos que se lo podían permitir. «Sonreír y tragar para que pudieran entrar los encargos. El tipo tenía pasta, pero eso no le daba derecho, ni mucho menos, de reírse a su costa».

¡No cometa ninguna estupidez! -murmuró Scharff, quien se percató de la cara petrificada de Chris-. No quiero ninguna escena.

«¡Déjalo estar! ¡A tragar! ¡Una vez más! Está bien».

Chris fingió como si él también estuviera divirtiéndose; sonreía, asentía con la cabeza y alzaba con un gesto de derrota los brazos. A continuación, giró para abandonar la tarima.

¡Un momento! -la voz retumbaba de forma autoritaria.

Chris se volvió.

Schuster sonreía con sorna.

Todo el mundo se concentraba en la inminente prueba de fuerza. La tensión se podía leer en las caras, pues ansiaban que llegara el momento culminante; el chismorreo posterior.

¡Déjalo estar, joven! Así nunca te convertirás en el empresario del año. Más bien en una sociedad del Yo.

La risa alocada a carcajadas explotó como una granada de mano. Las esquirlas del menosprecio despedazaron la paciencia de Chris.

«Ponle la cara como un mapa, no te dejes intimidar por un tipo como ese», le susurraba una voz interior llamada orgullo.

– ¿De dónde saca esa conclusión? -preguntó Chris-. Soy portador…

– … ¿Así se denomina hoy en día a los recaderos?

De nuevo las risotadas, pero esta vez venían acompañadas de cierto nerviosismo.

– … Y yo no soy experto en puros. Pero usted sí, por lo que veo.

– ¡No quiero tonterías! -le reprendía a su lado una vez más el Jefe-. Ese hombre es muy rencoroso. ¡Y yo también!

Hubert Schuster titubeó durante un momento, miró hacia sus dos acompañantes, que le animaban a continuar: «Venga, demuéstraselo, dale donde más le duela».

– Solo hay que tener en cuenta el terreno especial de Cuba, en el que crece la planta y del que saca los minerales. Ocurre lo mismo que con el vino. El suelo es muy determinante -la voz de Schuster denotaba cierta satisfacción y complacencia. Mientras sostenía en la mano uno de los puros y lo olía, arrugó la cara, como si hubiera detectado de inmediato su inferior calidad.

– En la República Dominicana se fabrican tres veces más puros que en Cuba -aleccionaba Chris.

– Es lo que digo: cantidad en lugar de calidad.

Schuster se pronunció con desdén, y los invitados situados de pie alrededor volvieron a reírse. Chris pudo percibir cierto nerviosismo por parte de algunos de ellos. Estaban ansiosos por ver cómo iba a acabar el duelo, siempre y cuando ganara la parte elegida.

– El terreno es el mismo que en Cuba -espetó Chris en voz alta en dirección a las risas excitadas-. Ese no es el motivo.

Las voces se callaron, y en las caras se hacía patente la tensión expectante.

– ¿Ah, sí?

Hubert Schuster clavó iracundo su mirada en la tarima. No estaba acostumbrado a que le contradijeran.

– Ambas islas pertenecen a las Antillas Mayores. Ambas poseen un clima tropical, ambas están situadas entre el paralelo 18 y el Trópico de Cáncer…

– …¿Ahora nos toca clase de geografía? -Hubert Schuster apartó un poco a sus dos bellezas bacía un lado.

Chris estaba de pie, con ambas piernas estiradas y ancladas en el suelo, los brazos medio estirados y las manos a la altura del pecho. Irradiaba auténtico convencimiento a través de su calma y su amable serenidad.

– … Y ambas islas se componen de los mismos granitos, de la misma vieja roca eruptiva con los mismos sedimentos procedentes del Cretáceo… -La voz áspera de Chris sonaba indulgente, casi condescendiente.