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– … Bueno -respondió débil Hubert Schuster de repente.

– … Nada, absolutamente nada es mejor en la calidad del suelo en el oeste de Cuba, en Vuelta Abajo, con respecto al Valle Cibao de la República Dominicana. -Chris sonreía falsamente. Al final se alegró de haber mantenido una extensa conversación con el fabricante de puros.

Las cabezas giraron hacia Schuster, quien permanecía de pie con la cara encendida por la cólera y enfrascado en sus reflexiones durante un momento, antes de que mordiera el anzuelo.

– En Cuba tienen unas plantas de tabaco completamente diferentes. Son las plantas en sí las que marcan, en realidad, la gran diferencia -su voz emanaba absoluta indolencia. Su mirada paseó complaciente entre los presentes, y algunos asentían de manera vehemente con la cabeza.

– Siento tener que corregirle de nuevo -Chris empleaba una voz baja, amable y clara.

La mirada de la rubia, de pie al lado de Schuster, se clavó en los ojos de Chris. Sus iris se ampliaron mientras abría la boca para apretar fuerte los dientes y menear la cabeza casi de forma imperceptible. Chis registró su advertencia, pero ahora debía rematar lo que había comenzado.

Así eran las peleas. Era algo que le había tocado descubrir una y otra vez en su vida: a partir de cierto momento debía seguir adelante, sin importar lo que pasara después.

Chris aguardó a que Schuster se encolerizara de nuevo para cambiar su tono. Frío y lleno de sarcasmo, alardeaba delante de él.

– Es más que obvio que no conoce la historia de la colonización de Cuba. ¿Qué cree que se llevaron los colonos dominicanos en los siglos XVII y XIX, cuando a causa de las continuas revueltas huyeron de su isla para instaurar en Cuba la plantación de tabaco? -Chris se percataba del tonillo ligeramente triunfante de su propia voz, y una vez más inició una pausa bien calculada. Este tipo le había sacado de sus casillas con su arrogancia. Para sus últimas palabras, eligió una actitud más burlona-. Yo se lo diré. Llevaron consigo sus semillas de tabaco. ¿Hay más preguntas?

Schuster permanecía en silencio y apretó los labios mientras su furiosa mirada se posó en Scharff. Los invitados clavaron las suyas ruborizados en el suelo.

– Idiota -murmuraba Scharff a la vez que le daba una señal a la orquesta para que interrumpieran el bochornoso silencio, entonando una animada melodía, y los invitados tuvieran la oportunidad de escabullirse a la pista de baile.

Scharff se bajó de la tarima sin dedicarle a Chris ni una sola mirada, cuando rodeó el hombro de Schuster con su brazo derecho y lo alejó de allí.

Chris permanecía solo, de pie en la tarima. A su lado, uno de los camareros recogía los utensilios de los puros sin osar a levantar la mirada.

Más abajo, Scharff y Schuster se estaban abriendo camino. De súbito, Schuster giró; estiró la mano derecha, hizo como si su dedo índice fuera el cañón de un arma y apuntó a Chris, imitando un disparo y tapándose a continuación por un instante los ojos con su mano izquierda.

Capítulo4

Toscana, jueves

Chris se sentía tranquilo y relajado. Era como un viaje de vacaciones. Con las cumbres de los Apeninos como telón de fondo, su mirada se posaba a lo lejos en los terrenos arados e infinitos viñedos. Las laderas de las montañas desaparecían bajo la luz del sol como olas en suave movimiento, perfilados delicadamente con un ancho pincel. Muros interminables de piedra ceñían los caminos.

Pernoctó en una pensión de Múnich para recoger a primera hora de la mañana siguiente el coche, que había sido reservado por el Conde. Atravesando Innsbruck y Bolzano, condujo el Mercedes E 220 plateado hacia Verona, y más adelante, en dirección a Bolonia y Florencia. En uno de los aparcamientos, recogió de forma instintiva una joven parejita de autoestopistas que iba de viaje a Roma.

Anja y Philipp querían descubrir la Ciudad Eterna y ver al papa. Se pasaron hablando todo el tiempo sobre Dios y el mundo, y Chris estaba disfrutando del alboroto y las risas de los adolescentes de apenas veinte años, cuando sonó su móvil.

– Por favor, ¿podréis estar tranquilos un momento? -espetó cuando vio el número en la pantalla y se colocó el auricular en el oído.

Era Ina. Quería irse de forma excepcional un poco antes a su casa y repasar brevemente con él los encargos de la semana venidera para los demás portadores. Cuando a continuación le preguntaba por el tiempo, él la interrumpió.

– Ina, cuéntame lo que me quieres decir.

Ella titubeaba.

– Ha llamado el contable -dijo por fin-. Se preocupa por nosotros. Para ser claros: en estos momentos vamos fatal. Los primeros meses fueron un desastre. Eso junto con el cargo que nos envió el banco. Estamos en números rojos.

– Ya sé que las cosas no van de color de rosa -el banco le había amenazado durante la última visita con cortarle la línea de crédito, ya de por sí bastante reducida, si no cambiaba pronto la situación.

Chris le echó una mirada breve a Philipp en el asiento de al lado. El joven autoestopista escuchaba con interés. Sus miradas se enzarzaron. Philipp captó el mensaje y cesó con su escucha.

– Esto suele ocurrir en fases de crecimiento. Primero hay que invertir, antes…

– Déjalo -susurraba implorante a través del teléfono-. Te lo advertí. Los dos chicos nuevos son mucho de golpe. Y con los precios a la baja conseguimos más encargos, pero sin ningún beneficio.

En otoño, había empleado a dos nuevos transportistas cuando ya no daba abasto con los dos estudiantes. Ahora eran cinco, más Ina en la oficina. Se había equivocado en los cálculos respecto a los impuestos y la publicidad para los encargos de cinco transportistas. Por otro lado, había clientes que insistían en que fuera solo él quien realizara sus encargos. Consideraban una declarada muestra de confianza, que él tuviera el privilegio de transportar su ropa de ocio a sus lugares de vacaciones. Cualquier variación al respecto les resultaba de lo más irritante, y Chris, sencillamente, infravaloró la sensibilidad de algunos de sus clientes.

Hiciera lo que hiciera, resultaba imposible labrarse un porvenir. O bien viajaba él mismo y no estaba disponible para ir a la caza de nuevos encargos, o bien ocurría lo contrario.

– Pero si ayer por la noche aún dijiste que el Conde ya había pagado.

Ina calló, y por unos instantes, él pensó que la comunicación se había cortado.

– Claro -dijo por fin-. Pero también hay otros gastos. Sin ir más lejos, esta misma mañana, me acaban de cancelar cuatro encargos por teléfono. Estos ya no nos contratarán más. Lo peor es que eran encargos fijos y regulares.

Chris no lo podía creer. A través del retrovisor, pudo observar cómo la joven autoestopista miraba por la ventanilla y se esforzaba por no escuchar sus palabras.

– ¿Qué quieres decir con eso?

Ina soltó una carcajada nerviosa.

– Saludos desde Múnich. Creo que ayer protagonizaste una actuación estelar.

– ¿Se trata de Scharff? ¿Los grandes almacenes?

– Una, sí. Sin embargo, otras dos cancelaciones provienen de Sprenger en Augsburgo y de la delegación de aquí de Colonia. La cuarta es de Könemann en Essen. ¿No le habrás machacado a nadie los pies con un martillo?

– Menuda tontería.

– En cualquier caso, parece que un jefe habrá hablado con otro; y nos han dejado afuera.

Zarrenthin blasfemaba.

– ¿Cómo te has enterado?

– Fue una tal señora Achternbusch la que me comunicó la cancelación. Comentó que llamaba por expreso deseo ele su jefe… y que tampoco habría bonificación alguna, que el Jefe estaría cabreado. -Ina tomó aire por un instante-.¿Qué has hecho? -preguntó finalmente-, ¿Te has dejado provocar de nuevo?

– ¿Por qué me presto a esta mierda? -Chris golpeaba con furia el volante-. Debí haber seguido como madero.